REPARTEN AYUDA. El Teniente Edgar Cortéz (centro), verifica junto a otros compañeros la ayuda que repartieron los soldados Salvadoreños a las escuelas de Nayaf. Según el Centro de Operaciones Cívico militares hay 400 escuelas en el lugar que necesitan ayuda. Nayaf a la espera de la ayuda prometida

Carlos Dada/ Enviado
mundo@laprensa.com.sv
Los directores de las escuelas apenas logran sostener sus instituciones. Las paredes de los salones se caen en pedazos. Los sanitarios son en su totalidad insalubres. Los recursos prometidos no llegan.
   

Citas
  Ese era el caserío más pobre de Nayaf. Ni nombre tiene.”

Ese era el caserío más pobre de Nayaf. Ni nombre tiene.”
Teniente Cortez, del batallón Cuscatlán, tras la repartición de alimentos.

 
 
El teniente Edgar Cortez llegó con cinco pelotas, un traductor y varios soldados salvadoreños a una escuela marginal de Nayaf, en Iraq. Fue recibido por la directora de la escuela, ante el alboroto de decenas de niñas que, aprovechando el recreo, gritaban al ver a los soldados. Era la primera vez que los salvadoreños hacían una actividad de este tipo.

La directora los recibió amable, pero distante. Y los hizo pasar a su oficina. El traductor interpretó sus palabras: “Dice que muchas gracias por las pelotas, pero que las paredes se están cayendo, que no tienen agua ni comida para las niñas, y que necesitan la ayuda que les prometieron”.

Cortez escuchó atentamente y se quedó callado. Al cabo de unos segundos, dijo: “Dígale que nos dijeron que esta escuela era de niños, y que les vamos a traer cosas para niñas la próxima vez, y que vamos a ver qué podemos hacer para ayudarles a levantar la escuela”. Cortez se había encontrado en una situación incómoda, generada por las promesas que estadounidenses y españoles hicieron escuelas de Nayaf.

La escena se repitió en otras dos escuelas, esta vez sí de varones, con los mismos agradecimientos y las mismas quejas por parte de los directores. Con la diferencia de que los niños brincaban de alegría al ver las pelotas, compradas por estadounidenses cuando aún estaban a cargo de Camp Baker y heredadas por el Cuscatlán.

Los norteamericanos también dejaron lápices y borradores, pero ésos se los llevaron los españoles para repartirlos por su cuenta.

“Fue una iniciativa del batallón para acercarse más a la población. Quisimos comenzar en las escuelas para relacionarnos con los niños”, dice Cortez. “No era lo que ellos esperaban, pero nosotros no les habíamos prometido nada. Les dijimos que la ayuda llegará a medida que el país se vaya estabilizando. Pero eso ya se maneja a un nivel superior.”


Conexión social

El Centro de Operaciones Cívico-Militares (CIMIC) es el ente de la coalición encargado de relacionarse con las estructuras sociales y detectar las mayores necesidades de la población. Antes de la Plus Ultra, los estadounidenses, al ver el deplorable estado de las escuelas, decidieron entregar 500 dólares a varios centros de estudio.

“Después fuimos nosotros a visitar una de las escuelas favorecidas por estos donativos, y encontramos cinco aulas medio pintadas por encima. No tenían ventanas, y si usted hubiera visto los servicios sanitarios, simplemente no se podía entrar ahí. El director dijo que pintar cada aula le había costado 100 dólares y que en eso se había gastado el dinero. Saque usted sus propias conclusiones”, dice el mayor hondureño Gonzalo Regalado, que sirve de enlace entre el batallón Xatruch (de Honduras) y el CIMIC.

Hace pocos días, dice Regalado, visitaron una escuela secundaria femenina de Nayaf: “No tiene servicios sanitarios ni agua, y las paredes se están cayendo”. Según cálculos, poner a funcionar el lugar cuesta unos 45 mil dólares. Y sólo en Nayaf, hay 400 escuelas.

El sargento salvadoreño Marcelino Martínez Huezo es uno de los dos miembros del batallón Cuscatlán que trabaja en el CIMIC, que lo manejan los españoles, y que es el único ente asignado a tareas de reconstrucción.

“Sólo hay dos en asuntos civiles porque nosotros veníamos como fuerza de seguridad, y otros países como Nicaragua iban a desarrollar la labor de asuntos civiles. De hecho nosotros somos la fuerza de seguridad confiable de la brigada”, dice Martínez.

El CIMIC se compone de tres oficiales y dos suboficiales españoles; un oficial y dos suboficiales hondureños, y dos suboficiales salvadoreños, Martínez y el cabo Aguilar.

Entre ellos tienen que llevar a cabo las reuniones, el levantamiento de datos, los enlaces con jefes tribales y con la población civil, hacer los reportes para el grupo de apoyo al Gobierno y brindar seguridad.

“A mí me toca hacerla de motorista y también de seguridad, todo lo hacemos entre nosotros”, dice Regalado. “Pero los hondureños y salvadoreños les brindamos la seguridad a los españoles. Ellos a nosotros no. ¿Por qué? Pues buena pregunta”, agrega.

Martínez tiene sus propias quejas. “Mi labor es el contacto con la población civil y la colaboración con todas las necesidades que se tienen media vez se tengan los fondos. Pero yo no tengo acceso a la información como lo debería tener. Sólo estamos el cabo Aguilar Alonso y yo. Muchas veces a él lo llevan como seguridad y a veces ni nos dejan entrar a algunas reuniones. Aguilar se dedica a la seguridad del vehículo del equipo CIMIC.” Regalado afirma que la prioridad es la seguridad.


La huella del hambre

El Cuscatlán también se dedicó a repartir las “raciones C”, bolsas alimenticias del Gobierno de E.U.A., en el perímetro del campamento. El lugar, un conjunto de champas de hoja de palma y algunas de ladrillos, casi completamente derruidas en medio de un mar de polvo y arena, alberga a cientos de familias sumamente pobres.

El líder local ordenó a los hombres en dos filas hacia el camión lleno de soldados y cajas con las donaciones, mientras las mujeres, vestidas de negro, veían desde la distancia y algunas aplaudían. Los niños, sucios y con los pies ya agrietados, con moscas en los ojos y rostros con la ternura e inocencia de quien no sabe todo lo que ha pasado en los últimos años, y sigue pasando.

Algunos, ya superando la decena de años, se cruzaban la garganta con un dedo al ver pasar a los soldados. Fueron los primeros que vi de los que han estado apareciendo en los últimos días en Nayaf. Otros, los pequeños, corrían detrás del camión lanzando vivas.

Con la primera caja de ayuda, se desató el desorden. Reclamos, gritos y empujones. Docenas de personas se subían al camión para tomar la comida, y corrían a sus casas para evitar ser atracados por los que no lograron nada. Una mujer sola, con una pequeña niña en brazos, se limitaba a gritar, a implorar una bolsita. Tuvo suerte. En pocos minutos ahí no quedó nada más que soldados alertas intentando conotrolar el desorden.

“Para mí ésta es la mayor prueba de que tienen hambre. Tienen muchas necesidades”, reflexionaba el teniente Cortez ya en la tranquilidad del campamento. “Era el caserío más pobre de Nayaf, ni nombre tiene.”

Cortez está consciente de que una bolsa de raciones no soluciona el problema: “Necesitamos que vengan las ONG a Iraq, pero sabemos que no van a venir hasta que se estabilice toda la zona. Ésa es nuestra misión”.