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Una patrulla del Ejército de Honduras resultó ilesa luego de un ataque Apenas llegué anoche a esta ciudad sagrada. El teniente coronel Sabino Monterroza, comandante del batallón Cuscatlán, me recibió con la misma alegría con que lo hicieron todos los oficiales salvadoreños, ofreciéndome cuanto apoyo necesitara. Comencemos por un lugar adonde dormir. Afortunadamente, ya lo tengo. Sobre un humilde catre militar, en una de las cuadras del campamento, se instaló orgullosa la corresponsalía de LA PRENSA GRÁFICA en Nayaf. Anoche estuve hasta muy tarde en la glorieta de esparcimiento, el llamado círculo vicioso, conversando con un médico que está aquí destacado mientras intentaba sin éxito vencer al monstruo tecnológico para enviar una nota y unas fotos desde un lugar en el que no hay internet. Los soldados salvadoreños iban y venían, narrándome sus gratas experiencias en esta ciudad y preguntando curiosos si ya se está entrenando el relevo. Y todos dan cátedra sobre la situación local. No se le ocurra escupir en público, porque ésta es tierra sagrada para ellos; no los salude con la mano izquierda, que es un insulto, porque ellos la izquierda la usan para limpiarse el culo; no toque a una mujer ni para decirle con permiso; si le cae bien a una mujer, se quitará el velo de la cara; no le tome fotos al cementerio y otras más. También las medidas de seguridad. Esta mañana me permitieron acompañarlos a un patrullaje por el desierto, y me pusieron un casco y un chaleco antibalas que pesaba de lo lindo. Ése que usted trae es antifragmentos, aquí no le sirve. Tome éste. Puaf.
El mayor Jaime Joselito Cardona me sentó en la mañana durante casi una hora para darme las indicaciones de seguridad, tanto del campamento como personales. Me explicó detalladamente la situación propia de Nayaf y las restricciones. No se puede confiar en nadie. Como era de esperarse, tengo restringidas las fotos al interior del campamento, así como hablar con nadie de afuera de las ubicaciones de los lugares y los carros. El teniente Erazo, amable y pacientemente, me guió durante el patrullaje en un convoy compuesto por dos Humvees y dos camiones. Militares entrenados, iban todos con la mirada alerta y el rifle listo. Yo me caí de la banca del Humvee en el primer desnivel del suelo. No se rieron. Creo que por pena, porque la ocasión sin duda lo ameritaba, sobre todo porque fui a aterrizar en las botas del compañero que llevaba enfrente. El hotel de los salvadoreños Los soldados están cómodos. Luego de las incomodidades que enfrentaron al sólo llegar, ahora se sienten como en un hotel cinco estrellas. Los ánimos están arriba. En el recién instalado comedor ondea la bandera de Dios, Unión, Libertad. Los cocineros son casi todos originarios de la India, y hay un menú variado: por la mañana, huevos revueltos, panqueques, jamón, tostadas, mantequilla y jalea. Para el almuerzo, hamburguesas y hot dogs o pasta con una extraña salsa boloñesa sazonada con el sello oriental de los chefs, y unas alubias blancas parecidas a los frijoles tan apreciados por los tejanos. Hay gaseosas, jugos, café y hasta sorbetes. Esto apenas lo abrieron hace como dos semanas. Antes comíamos todo el día las emeris (raciones militares), o nos traían la comida fría desde Diwaniya, dice el teniente Carlos Erazo. Ahora tienen ya también las tiendas con aire acondicionado y duchas. Eso lo cambia todo. Cuando llegaron aquí, el 24 de agosto, con una temperatura promedio de 50 grados centígrados, dormían en las tiendas de campaña verdes y pequeñas, asfixiantes. Y se bañaban con tres botellas de agua para beber, porque no había de otra. Para ir al baño, habían instalado tres pozos separados por tablas. Teléfonos y agua Los nacionales perdieron toda comunicación cuando alguien puso mal la clave del satelital y lo bloqueó; ahora tienen un Thuraya (otro tipo de satelitales) y cabinas telefónicas. Pronto, dicen, les pondrán internet. Antes nos daba miedo deshidratarnos, ahora estamos engordando, dice el mecánico Castillo. Aquéllos que no están patrullando ni realizando labores adentro del campamento descansan o hacen ejercicios, o juegan damas chinas y cartas. Pero el trabajo marcial es pesado. La tropa y el mando se mantienen despiertos hasta las 11 ó 12 de la noche, y a las 4 de la mañana están de pie. Hay dos traductores iraquíes, de Nayaf, que hablan perfecto inglés. Ahora están aprendiendo español. El capitán me llama gordo, no le traeré comida, dice Ahmed, uno de los traductores. Now I call you Jamel, dice el capitán Rivas. La palabra significa embarazada. Con los estadounidenses como vecinos, los salvadoreños y los iraquíes, Camp Baker se ha convertido en lo contrario a la cercana Torre de Babel, cuyas ruinas se conservan en la vecina Babilonia. Todos están aprendiendo el idioma de los otros, más por necesidad que por facilidad para las lenguas extranjeras. A la entrada, separados del resto por gusto o necesidad, permanecen los pocos soldados españoles. Pero los cuscatlecos están muy bien, y con el buen humor que traen
en la sangre reborboteando.
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