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Decenas de soldados del batallón Cuscatlán permanecían en silencio el sábado por la noche frente a un televisor, mientras veían por la cadena británica BBC un especial sobre Iraq. El reportaje mostraba escenas en las que había violencia y desesperación. La situación en Iraq, parecía concluir el programa, es excesivamente volátil e inestable y el tiempo juega en contra de la coalición. Las noticias de enfrentamientos el sábado en Bagdad y los constantes reportes de bajas al norte de la capital comienzan a intranquilizar también a las tropas destacadas en Nayaf, una ciudad aparentemente calmada. Aquí en cualquier momento puede estallar, nosotros sólo estamos esperando, dice un soldado salvadoreño que ha patrullado los perímetros de Camp Baker. El sábado, la entrada principal del campamento sufrió, como todos los días, la visita de manifestantes que exigen mejores salarios y el pago de sus pensiones, algo que la coalición comandada por Estados Unidos prometió, pero no ha cumplido. A diferencia de otros días, el sábado llegaron cientos a manifestarse, como en Basora y en Bagdad, pero sin violencia. Las patrullas militares estadounidenses lanzaron disparos al aire para dispersar a quienes se habían tirado al suelo para evitar el paso de vehículos del campamento. No pasó más. Los estadounidenses apostados en la base comandada por los salvadoreños tampoco están tranquilos. De hecho esperábamos tres ataques esta semana, afortunadamente no pasó nada, confesó un sargento de ese país. No, afortunadamente no ha pasado nada. La división multinacional, compuesta por casi 8 mil soldados de 21 países, incluyendo El Salvador, no ha sufrido ninguna baja en acción. Las salidas militares, sin embargo, parecen estarse agotando en un país en el que sigue reinando la inseguridad y cuyos ciudadanos aún no cuentan con los servicios básicos. No tienen teléfono desde la caída del régimen; en las calles, apenas miran a los soldados, los niños piden un agua que no tienen... Está bien que hayan derribado a Sadam, pero no han hecho nada por nosotros. Y no nos gusta que nos apunten con sus rifles extranjeros en nuestra propia tierra, dice abiertamente Muthana, un comerciante de Nayaf harto ya de ver pasar a las tropas en su ciudad santa. Los salvadoreños, bajo estrictas órdenes, han sido cuidadosos en no ofender la sensibilidad local. En otros lugares la situación es mucho peor. Los iraquíes están pasando del encantamiento de la caída del dictador a la desesperación por la actual incertidumbre. Los enemigos de la ocupación tienen cada día más adeptos. El primer mes uno dice que está muy bien que estén aquí, pero seis meses después uno comienza a decir que ya no, decía en el reportaje de la BBC el médico de un hospital de Bagdad vacío por falta de energía eléctrica. Pero si siguen aquí estoy dispuesto a tomar mis armas contra ellos. El mayor Andrzej Wiatrowski, un militar polaco sencillo y de buenas maneras, trabaja como jefe de prensa de la división multinacional, con sede en Babilonia. El militar admite que la situación no es la más deseable para sus hombres. Les explicamos que este país fue destruido por el anterior régimen, y ahora tres meses después nos culpan a nosotros por todos sus problemas, se queja. Civiles, no tropas La inestabilidad y los ataques contra las tropas han evitado el inicio pleno de la etapa de reconstrucción y han hecho que se dé prioridad a las labores de seguridad, en las que se ocupa el 90 por ciento del personal salvadoreño destacado en Nayaf. Las estructuras locales y nacionales, no obstante, siguen sin adquirir institucionalidad plena. El caos va ganando terreno. Creo que necesitamos más tropas aquí. Unas 4 mil más, dice Wiatrowski. Pero no estamos aquí para pelear. Lo que necesitamos son ingenieros y oficiales de cooperación. Con él coincide el enlace salvadoreño en la división, el teniente coronel José Santos Arévalo, el único miembro del batallón Cuscatlán que está destacado permanentemente en Babilonia encargado de la logística de todos los contingentes centroamericanos. Aquí hacen falta más especialistas. Civiles, no tropas. Necesitamos educadores, ingenieros, expertos en agricultura... de todo, señala. Un tercer militar, el comandante del batallón Xatruch de Honduras, coronel Carlos Andino, opina lo mismo. Saturar de militares sería manifestarle a Iraq que es un pueblo ocupado, y eso no se pretende. Necesitamos más personas de apoyo gubernamental para poder comprender y ayudar a resolver los problemas de la gente. Según Arévalo, en Babilonia monitorean la percepción de la población de toda la zona centro sur a cargo de la división. Hasta ahora es favorable. Las más recientes manifestaciones han hecho a los militares que pertenecen a la división multinacional percatarse de que lo hecho hasta ahora no es suficiente. Si no traemos de inmediato a organizaciones y personal civil, esto va a degenerar en un enorme caos, y nos culparán de ello a nosotros. Este país no puede reconstruirse de la noche a la mañana, como le prometieron a los iraquíes. Hay que comenzar de cero, pero no podemos nosotros hacernos cargo de eso, indica un alto oficial que pidió el anonimato. El debate Las contrastantes visiones del futuro de Iraq entre el embajador plenipotenciario de E.U.A. Paul Bremer y el difunto jefe de la misión de la ONU en Iraq, Sergio Vieira de Mello, parecen haber dibujado hace ya dos meses las principales líneas del debate sobre Iraq. Para el primero, la seguridad está controlada y las tropas de la coalición deberán permanecer aquí por mucho tiempo para garantizarle la paz a la población. Para Vieira de Mello, quien murió hace poco más de un mes en un atentado contra la ONU en Bagdad, la ocupación es anacrónica, y las tropas deben retirarse cuanto antes. La fuerza sirvió para derrocar a Husein, pero no sirve para estabilizar el país, aseguraba. Su misión, de hecho, era crear las estructuras civiles para que Iraq comenzara su camino hacia la paz. Pero su asesinato produjo lo contrario: la salida del personal de la ONU en este país. Y con ella casi todas las ONG que habían llegado a ayudar en el proceso. Por eso necesitamos estabilizar de inmediato la zona, para que regresen las ONG, cree José Santos Arévalo, el teniente coronel salvadoreño. Otros militares del contingente nacional, como el mayor Alirio García, creen que de nada serviría traer a civiles si no hay quien les brinde seguridad. La población entera parece estar armada, y los balazos son ya parte de la rutina de Iraq. La noche del sábado, en un patrullaje nocturno, un convoy salvadoreño decomisó en dos horas cuatro rifles automáticos de alto calibre, y nadie se sorprendió. En Babilonia, el campamento de la división se encuentra en alerta amarilla permanente. En Camp Baker, sede del Cuscatlán, igual. Los soldados salvadoreños y estadounidenses realizan patrullajes perimetrales día y noche para evitar cualquier sorpresa. Aquí no hay días libres, y los pocos descansos son para distraerse jugando voleibol, cartas o damas
El sargento Moreira reapareció el sábado en el comedor
de la base de Camp Baker. Aún está de descanso, pero espera
con ansia el día en que pueda volver a realizar patrullajes. Aquí hace meses que no se veía una sola nube. Ayer salieron de fiesta por montones, como salieron a protestar contra las tropas de la coalición en Nayaf cientos de iraquíes exigiendo trabajo y salarios retrasados. El campamento estuvo más alerta de lo normal, hoy estará igual. Pero adentro era difícil notarlo. Las actividades se desarrollaron como todos los días, con los patrullajes, los ejercicios, los partidos acostumbrados de voleibol y la comida cocinada por los indios. El comedor recibió hoy también la visita de oficiales polacos, que vinieron a un recorrido de enlace que hacen frecuentemente desde su base en Al Hila.
Ahí, en una de las mesas, reapareció el sargento Moreira con su propio uniforme verde, salvadoreño, a comer. Tenía ya pocos rastros del accidente. Con el ojo recuperado y el labio superior muy activo, saboreaba los camarones que prepararon los indios. Me han dado descanso y tengo que estar alejado del sol, decía con una cara que más parecía de lamento, porque el encierro en este campamento es capaz de desesperar a cualquiera. Los patrullajes, en cambio, mantienen el espíritu y la voluntad de la tropa, porque al menos tienen un paisaje distinto y conocen estas tierras lejanas, más allá de las paredes de Camp Baker. Arriba, en el vestíbulo de uno de los edificios que albergan al batallón Cuscatlán, el subsargento Edgardo González se encargaba de preservar el honor militar rasurando las cabelleras de sus víctimas, que una a una desfilaban para sentarse en la silla de Sadam, un asiento de oficina sin respaldo que encontraron tirado aquí, pero que es mucho más cómodo que los tanques de combustible que utilizaban como posaderas. Hoy llegaron las tarjetas telefónicas. El capitán Óscar Rivas, un veterano de mil batallas y distribuidor de las tarjetas, recibía largas colas de oficiales salvadoreños y estadounidenses para venderles el enlace con la casa. Afuera se esperaba con ansias la noche para poder llamar a San Salvador, a Zacatecoluca, a Baltimore o a Atlanta. La tarjeta telefónica es uno de los tesoros más preciados aquí. Instaladas ya las cabinas frente al comedor, con una tarjeta, que cuesta 11 dólares, se puede hablar más de dos horas a E.U.A. o 24 minutos a El Salvador. Por la noche, como todos los jueves, el padre España ofreció misa y habló a la tropa de su obligación de ayudar a los iraquíes y de cumplir su misión cristiana de traer paz a estas tierras musulmanas muy agitadas. Ayer salieron nuevamente las nubes. Eran nubes grises. Y hoy habrá multitudes en Nayaf. Un día propicio para encomendarse a todos los ángeles y los santos. Amén.
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