La odisea del sargento Moreira
El sargento salvadoreño Romel Neftalí Moreira padeció el laberinto de la burocracia militar. Para dar una vuelta en círculo por Iraq, en busca de seguimiento médico, se introdujo a un laberinto de vuelos y negaciones.

[ DE SU PUÑO ]
Desde la línea
Por sgto. Romel Neftalí Moreira

Estar aquí para mí tiene varias connotaciones. Primero, como persona, es una gran oportunidad. De no ser por mi trabajo, nunca hubiera venido a un lugar como este. Aunque ahora es tiempo de conflicto, ésta es una tierra sagrada y bíblica que da gusto conocer.
Como miembro de la Fuerza Armada, me siento muy orgulloso por haber sido seleccionado por mis mandos entre miles para venir a participar en esta misión.
Como padre, es la oportunidad de tener algo que contarle a mis hijos. Los que allá sienten y ven por mí saben dónde estoy y qué estoy haciendo en este país.
El accidente que sufrí no ha cambiado mis razones para estar aquí; siempre hay percances. Hasta comiendo se muerde la lengua uno. Sólo espero que el soldado López Marinero se encuentre bien.
Con respecto a mi situación, pues tal vez ha habido malentendidos, pero al final esto tiene que aclararse. Espero que este problema sirva para que no se repita en el futuro.

Bagdad, Iraq. La odisea de Moreira comenzó el domingo 21 de septiembre. “Eran como las 3:30 p.m. cuando salimos a hacer un patrullaje. El conductor se salió de la carretera.” Entonces, Moreira vio volar sobre su cabeza al soldado Juan Orellana Castro, que iba en el techo del vehículo humvee con la ametralladora. Después, perdió el conocimiento.

“Me desperté cuando me llevaban ya en una ambulancia hacia la pista; ahí vi que al lado mío iban Orellana y (el soldado José Alberto) López Marinero.”

Lo trasladaron en helicóptero a Diwaniya, adonde los españoles le operaron el pie a Marinero y le cosieron la boca a Moreira. A ambos les cortaron el uniforme y les pusieron una pijama. Ahí quedaron también sus identificaciones...

El lunes, cuando despertó, vio al capellán del batallón Cuscatlán al pie de su cama, rezando por él y echándole agua bendita. El doctor Osegueda también estaba ahí. Entonces le informaron que sería trasladado a Bagdad para tomarle radiografías, y que a Orellana ya lo habían dado de alta.

Marinero, en cambio, tenía un clavo en el pie y sería enviado a Alemania para tratamiento.

Moreira y Marinero llegaron juntos al helicóptero. “No hablaba”, dijo. A ambos los enviaron ese mismo lunes a Bagdad, y de ahí, a un hospital. Los pusieron en cuartos separados. El martes lo despertaron diciéndole que empacara, que se iba a Kuwait para que le tomaran las radiografías. “‘¿Y qué quieren que empaque?’, les dije, porque yo iba en pijama, y no llevaba nadita de nada.” Le dijeron que a él también lo llevarían a Alemania, y después, a El Salvador.

En un C-123 lo transportaron a Kuwait, junto a otros tres heridos. “Iba un hondureño que también había tenido un accidente, una americana con una pierna rota y un soldado americano que tenía problemas sicológicos; se quedó loco.” El miércoles le hicieron exámenes y le sacaron las radiografías, y al siguiente día le dijeron que empacara, que iba de regreso a Bagdad. “Me pidieron mi identificación, y yo les dije que cuál identificación, si me lo habían quitado todo.”

La situación en Iraq, especialmente para los soldados estadounidenses, es delicada. Hay medidas de seguridad por todos lados y nadie se libra. Los propios soldados norteamericanos tienen que pasar varios controles de seguridad para poder ingresar a las instalaciones. Pero de alguna manera, sin identificaciones y sin más peros que un sobre con radiografías y un sobre con medicinas, Moreira logró llegar a la tienda de campaña que sirve de sala de espera de la base aérea de Kuwait. Ahí lo dejaron. Y así, sin identificaciones, se subió al avión de regreso a Bagdad.

Incomunicaciones

Cuando aterrizó, no había nadie que lo esperara. El teléfono del coronel Sabino Monterroza no daba tono, y nadie supo tampoco cómo proceder. Moreira no tenía cómo demostrar que era Moreira, y, para el caso, de nada hubiera servido. De hecho, los militares que custodian el aeropuerto ni siquiera sabían que aquí, en Iraq, hay tropas salvadoreñas. Los españoles que llegaron por la noche para recoger a una comitiva de avanzada del ministro de Defensa lo reconocieron de inmediato. “Tío, pero si a ti nosotros te hemos traído”, le decían. “¿Cómo estás? Te ves mejor.” Pero ni así su comando los autorizó a transportarlo a Nayaf, a pesar de que los españoles son quienes están a cargo de la brigada Plus Ultra, de la cual forma parte El Salvador, y de que el sargento les informó que necesita revisión inmediata del médico salvadoreño. “Sí, es responsabilidad de ellos, pero me dejaron aquí tirado”, relató el sargento Moreira.

También lo dejaron tirado al siguiente día, cuando volvieron al aeropuerto a recoger “al ministro de Defensa, a secretarias y a periodistas españoles”, según uno de los tripulantes de las aeronaves. El soldado cuscatleco, herido, no encontró lugar. “Lo siento, no está en mi lista”, dijo el capitán a cargo de los vuelos.

El milagro vino de parte del sargento Lorent, del centro de prensa de la coalición en Bagdad. Asombrado por la situación, casi incrédulo de que un soldado herido llevara más de 24 horas en el aeropuerto, y tras esperar infructuosamente una respuesta del comando español, decidió tomar la situación en sus manos. Fue personalmente a sacar a Moreira al aeropuerto, y sigue intentando conseguirle un vehículo para ir a Nayaf. Intentó colocarlo en un cuarto del hotel Al Rasheed, pero Moreira se negó. “Mucha molestia ya,con lo que ha hecho es más que suficiente.” Cuando Lorent se fue, Moreira dijo: “Mejor esta gente, que nada que ver”.

El soldado ya se comunicó con su familia. Ellos, al menos, ya saben dónde está. Está en Bagdad, buscando la manera de llegar a Nayaf. Y yo estoy con él.


“Uno siempre se pone a pensar en lo peor”

Julia Isabel Argueta tuvo un alivio ayer al ver nuestras fotografías de su esposo recuperado después del accidente vial.

Por: Beatriz Valdés

Fotos de Romel Neftalí Moreira Gámez en Iraq se deslizan entre las manos de su hijo, Romel Alexander, de seis años. “¿Es papi?”, pregunta, y luego quiere saber qué tiene sobre el labio superior. “Sí, hijo, es la herida. Está gordo, mirá”, le aclara Julia Isabel Argueta, pareja del soldado, con los ojos humedecidos, mientras Stanley, un pequeñín de año y medio de cabello rizado, señala la imagen de su padre con el dedo. “Me habían dicho que (los soldados) estaban bajando de peso. Gracias a Dios que está bien”, agrega Julia Isabel.

Las fotografías tomadas por Carlos Dada, periodista de LA PRENSA GRÁFICA enviado a Iraq, tranquilizaron a la familia de Moreira Gámez ayer. Horas antes, Julia Isabel había recibido una llamada de Romel Neftalí desde Bagdad. “Ya tengo siete días de estar aquí (en un hospital de Bagdad)”, me dice él. “Es una gran confusión. Estoy prácticamente abandonado, no podemos hablar con el coronel (Monterroza)”, dice Julia Isabel que le comentó el soldado. “Quiero ver si me puedo comunicar para allá para que me vengan a traer, porque a mí ya me quitaron los puntos”, agregó.

Moreira Gámez es el único de los tres soldados salvadoreños heridos en Iraq que aún no ha sido incorporado al batallón Cuscatlán.

La precariedad de las comunicaciones ha impedido que contacte con sus superiores para saber cuándo llegarán por él a Bagdad para llevarlo a Nayaf, donde opera el batallón Cuscatlán. Incluso Julia Isabel ha intentado comunicarse con autoridades del Ejército sin tener éxito. Vive en carne propia la incertidumbre de su pareja.

“Gracias a Dios hemos tenido buena comunicación con él, pero no por los medios que le están brindando en el trabajo. El apoyo que él está recibiendo allá es de los periodistas”, dice, y agrega angustiada: “No sé la situación que está pasando ahorita. No sé si en el hospital le están brindando la atención médica, o en su alimentación, uno siempre se pone a pensar en lo peor”.