¿“Pasto sagrado”?, sí, pero nunca como ayer. El estadio Cuscatlán recibió a 35 mil católicos y a todos los obispos de El Salvador en una mañana de oración y eucaristía en honor de los 25 años de pontificado del papa Juan Pablo II.

El llamado “coloso de Montserrat” acogió a visitantes poco usuales: en el “Vietnam”, ancianitas con mantilla en la cabeza; familias enteras venidas de todos los rincones del país y —a pesar del calor— sacerdotes y religiosas de hábitos negros que destacaban entre el colorido mar de sombrillas que la multitud pronto desplegó para cubrirse del sol brutal.

El reino de Dios se mezclaba con el reino de la “cora” ($ 0.25), gracias al comercio que inundaba las afueras y el interior del estadio.

La venta —cómo no— tenía su toque religioso: discos compactos con fotos del Papa, pósteres de todas las vírgenes conocidas, camándulas, fotos del sucesor de San Pedro y el hasta semanario “Orientación”. El ambiente de fiesta se complementó con los mosaicos, las alabanzas, la misa de dos horas y media y los cohetes de colores a la hora de la consagración.

El momento culminante de la comunión recordó una vez más a todos los presentes que no sólo de pupusas vive el salvadoreño: un batallón de sacerdotes repartió 15 mil hostias en una comunión que duró más de media hora.

Entre los presentes, se encontraba Silvia Guadalupe Hernández de Cortez, de 30 años, que llegó desde Rosario de la Paz acompañada por su familia, para pedir salud para su hija de nueve meses, Rocío.

“La misma fe lo sana a uno y yo sé que Dios ya está haciendo obra en ella. ¿Cómo no vamos a venir a sacrificarnos unas cuántas horas por el Papa, que a su avanzada edad se sacrifica por todo el mundo?”