[Análisis]
Mukhtada, los chiitas y el nuevo Iraq
Carlos Dada / Editor de Mundo

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Las tropas de la coalición han hecho lo que parecía imposible: unir a los sunitas y a los chiitas en su contra. Entre ambos grupos representan casi el 80 por ciento de la población iraquí.

Los chiitas no son seguidores de Sadam Husein. De hecho se levantaron contra el dictador en 1991, con la promesa de Washington de protegerlos y derrocar al régimen. Pero las tropas de E.U.A. se retiraron y los chiitas fueron expuestos a la dura represión de Sadam.

Ahora, el nuevo enemigo público estadounidense se llama Mukhtada al Sadr, un clérigo radical chiita que predica en Kufa y vive en Nayaf, y que ha pasado los últimos nueve meses de su vida movilizándose entre retenes de soldados salvadoreños.

A su padre, máximo líder religioso chiita, lo asesinó Sadam. Y Mukhtada odia a Husein, pero también a la ocupación.

Regresó a Iraq tras la caída del régimen, a reclamar un lugar bajo la sombra de su padre. Pero Sadr se debe a los más venerados, el consejo de sabios o “hauza”, compuesto por los cuatro máximos líderes chiitas, el más importante de ellos Ali Sistani.

Los militares estadounidenses, salvadoreños y españoles, ingenuos, creyeron que marginando a Mukhtada y escuchando a Sistani desaparecerían al joven radical. Al Sadr ofreció, hace meses, trabajar con la coalición, pero lo ningunearon, lo amenazaron, le cerraron una revista y le dieron poder haciéndolo su enemigo. Ahora lo tienen rodeado con 2,500 tropas para aplicar una orden de arresto, de las millones que hay en Iraq.

Y no se dieron cuenta de que Sadr está básicamente de acuerdo con Sistani. Y que ningún chiita, por más que no esté de acuerdo con Al Sadr, aprueba la persecución de uno de sus religiosos. Y menos por extranjeros.