POR FIN. El sargento Romel Moreira, que se accidentó en Nayaf en septiembre pasado, se reunió ayer con su familia en Ilopango.
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Volvió Moreira

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El sargento Romel Neftaly Moreira Gámez se volvió a encontrar con su familia tras seis meses en Iraq, que incluyeron un accidente y una odisea para volver a Nayaf, perdido en un mundo muy extraño..


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“Gracias a Dios el día llegó en que nos vamos a volver a ver”, decía ayer Julia Isabel de Moreira en la base de Ilopango, mientras buscaba la sombra de un toldo para protegerse de los rayos solares. Estaba a la espera de que terminaran los actos de bienvenida.

A unos 100 metros, apenas distinguible, su esposo Romel Neftaly Moreira guardaba posición de firme entre el batallón Cuscatlán. Enfrente, el presidente Flores dirigía su mensaje. Julia Isabel estaba impaciente.

“Mire, es aquel gordito que está de último en la fila. Ya lo vio, ¿verdad?”, me dijo.

El mandatario estaba por terminar su discurso. La mujer cargaba en brazos a su pequeño hijo Stanley Roberto, ansiosa. “Gracias a Dios que ya se va”, dijo casi instintivamente cuando el gobernante decía sus últimas palabras.

Julia Isabel de Moreira es probablemente la mujer más sufrida entre las esposas del batallón Cuscatlán.

Su esposo resultó lesionado en un accidente de tránsito en las riberas del río Éufrates, lo que obligó a su evacuación a un hospital de Kuwait. Después de esto, ya nadie supo del sargento Moreira hasta que, un buen día, apareció en Bagdad sin uniforme ni identificaciones, y sin que nadie, ni en Nayaf ni en San Salvador, supiera dónde estaba.

Cuando llamó a su esposa, desde Bagdad, ella no le creyó, porque acababa de recibir una llamada del ministro de Defensa informándole que su esposo estaba siendo atendido en un hospital militar de Alemania.

La mujer se convenció de la ubicación de su esposo hasta que abrió las páginas de LA PRENSA GRÁFICA, y vio las fotos del sargento Moreira en Bagdad.

Pero ayer no aguantó más. Salió corriendo antes de que alguien diera la orden de romper filas para tocar por fin a su esposo. Con ella sus dos pequeños hijos, uno en brazos, y otro caminando o corriendo. El matrimonio se fundió en un fuerte abrazo, ansiado como pocos, y se besaron como cuando eran novios.

El pequeño Romel Alexander, de siete años de edad, llega a los brazos de su padre: “¿Cómo estás, hijo?”. El niño le responde con abrazos y caricias.

Su hermanito Stanley Roberto, quien tenía un año y medio de edad cuando partió a Iraq, es cargado por Moreira. El niño llora y busca los brazos de su madre para sentirse tranquilo. “¡Ve!, ya no me conoce este baboso”, dice el soldado con la sonrisa aún marcada por la cicatriz del accidente.

Hacen falta algunos minutos para que el pequeño reconozca por fin a este ser extraño, con uniforme, que había prácticamente escapado de su memoria.

“Me siento muy feliz, en realidad, por volver a ver a mi familia. Uno se siente bastante feliz por estar acá ”, dice Moreira, casi incrédulo de estar por fin en El Salvador. Parte con su hijo mayor a buscar las maletas, antes de salir en el automóvil, por fin, hacia su hogar en Apopa.

El sargento Romel Neftaly Moreira ha vuelto a casa, y su esposa, Julia Isabel, aún no lo cree.


Apopa recibe por fin a su héroe de Iraq

“Ya se tardó”, comentaba una vecina del militar mientras echaba tortillas de masa en un comal. Las 4:10 de la tarde y el sargento aún no había llegado a casa en compañía de su esposa, Julia Isabel, y sus dos pequeños hijos Romel Alexander y Stanley Roberto.

Dos personas, cargando maletas sobre sus espaldas, asomaron a lo lejos sobre el pasaje que conecta a la casa del sargento.

Las 4:30 de la tarde, el militar y su familia llegan por fin a casa. Desde el 11 de agosto de 2003 nadie lo había visto en la colonia. Al siguiente día, casi en secreto, partió hacia Iraq.

Pero en seis meses se convirtió en un personaje público, y el hombre que salió en silencio volvía ayer como héroe. Entró a su casa y de inmediato abrió la refrigeradora y la cerró. Se sentó en un sofá y suspiró, reconociendo el terreno.

Los vecinos comienzan a llegar. Estrechan su mano, y le recuerdan cuánto han orado por él, implorando protección divina. “Gracias a Dios que ya viniste y estás con bien”, dice un vecino. Está serio, como quien habla con su comandante. Moreira agradece el gesto. Ha vuelto a respirar el aire de su hogar.