REUNIÓN FAMILIAR. Rompiendo el protocolo, el soldado José Ricardo Solís Zamora, originario de Chalatenango, abraza a su hijo Jorge Alberto a su llegada a El Salvador. “Soldado iraquí” rompió filas antes de tiempo
Amadeo Cabrera
politica@laprensa.com.sv

Mientras el viceministro de Defensa daba su discurso de bienvenida, un chiquillo destrozó la típica rigidez militar.

Imprimir esta nota Enviar esta nota Opinar sobre este tema


José Ricardo Solís Zamora, un soldado del batallón Cuscatlán II, tenía entre sus manos, mientras estaba en formación, un soldado de juguete que traía desde Iraq.

El militar, inmóvil como todos sus compañeros, sólo esperaba que el viceministro de Defensa, Ricardo Ábrego, terminara su discurso de bienvenida y ordenara romper filas para entregar el juguete a su pequeño hijo, Jorge Alberto, de cuatro años.

Éste, junto a su madre, Sonia Maribel, y a su hermano Isaías Ezequiel, de 10 meses, había llegado a recibir al misionero que estuvo siete meses fuera del país y era testigo de la ceremonia protocolaria.

Pero entonces, el niño se escabulló y corrió hacia su padre, aún inmutable. Nadie hizo nada, excepto los periodistas, que se abalanzaron para tomar las mejores imágenes. Jorge Alberto, abrazado a las piernas de su padre, logró que éste rompiera su obligatoria posición y lo alzara en brazos.

En ese momento, su superior seguía hablando, pero Solís ya tenía una bienvenida más calurosa y se fundía en un abrazo con su hijo, que luego, juguete en mano, volvió corriendo hacia su madre, colándose entre otros oficiales que se aprestaban a saludar de mano a los recién llegados. Éstos no pudieron disimular algunas risitas.

Horas antes, quienes habían obligado a romper la formación de los legionarios fueron las sobrecargos del avión de Continental que los trajo al país, cuando en la pista de la base aérea en Comalapa les gritaban saludos desde la aeronave y el comandante del batallón, Hugo Orellana Calidonio, sólo pudo pedirles que devolvieran el saludo.


Matan a tres rehenes turcos en Iraq

A la muerte de los tres camioneros se sumó la de 23 combatientes de Al Qaeda.

La violencia en Iraq no termina, pero la ciudad de Nayaf, donde aún están los soldados salvadoreños del batallón Cuscatlán III, ha dejado de ser el foco de la guerra, que ayer causó una veintena de muertos en ese país.

La red Al Qaeda fue protagonista, ya que unos 20 de los combatientes del islamista jordano Abu Musab al Zarqaui, a quien los Estados Unidos califica como miembro del grupo terrorista, murieron durante un bombardeo de la Fuerza Aérea estadounidense en la ciudad de Faluya.

Dos misiles disparados por un avión de combate estadounidense destruyeron dos viviendas en el barrio residencial de Jabal y en Ramadi, cerca de Faluya, se libraron combates entre los rebeldes y el Ejército estadounidense, que causaron dos muertos y 11 heridos, según fuentes policiales y médicas.

Asimismo, los cadáveres de tres camioneros turcos, fueron hallados al norte de Bagdad, asesinatos que reivindicó el grupo de Al Zarqaui, según la televisora Al Yazira.

Según Al Yazira, una nota de Tawhid wal Yihad (Unificación y Guerra Santa) de Zarqaui, amenaza con matar a los extranjeros en Iraq. “La era de la clemencia se ha acabado”, advierte la nota.

Los cuerpos fueron hallados junto a una carretera cerca de Samarra, al norte de Bagdad, pero no han sido identificados.


En Guatemala entierran soldado muerto en Iraq

El soldado salvadoreño que como parte del Ejército estadounidense murió en Nayaf hace casi dos semanas fue enterrado ayer en Guatemala.

Jeffrey Pérez, de padre guatemalteco y madre salvadoreña, había partido hacia Iraq apenas el 19 de junio pasado, y dos meses después perdió la vida.

El entierro se produjo en privado en Comitancillo, Huehuetenango, un día después de que sus restos fueran repatriados desde Estados Unidos.

Sus padres, Marcelo Pérez, guatemalteco, y Blanca Lidia Iraheta, salvadoreña, fueron informados de que una bomba alcanzó al convoy en que su hijo se transportaba junto a otros 14 soldados.

“Desde que tomó la decisión de unirse al Ejército, sabía que algo así podía pasar. Las guerras son injustas”, dijo la madre.