Rafael Castellanos ha contado su historia sobre el 11 de septiembre de 2001 infinidad de veces. Sin quererlo, esa mañana fue testigo directo de la peor tragedia que ha enfrentado Estados Unidos. “Ha sido una de las experiencias que más me han marcado, al igual que la guerra en El Salvador, desastres naturales, terremotos”, comenta.
Óscar Díaz
El entonces ejecutivo de Citigroup estaba a las 8 de la mañana, ese martes en el piso 41 de la torre 7 del World Trade Center, para una reunión de trabajo habitual en el segundo día de la semana.
“A la hora que el primer avión impactó una de las torres estábamos en un salón cerrado, se escuchó como que era una bomba, habiendo crecido en la guerra en El Salvador eso pensé. Luego salimos y lo primero que vimos en el lado sur eran papel, pedazos de concreto, mesas, sillas, pedazos de avión cayendo”, dice Castellanos, quien vivió en Nueva York entre 1998 y 2006.
Enseguida, cuenta que la mayoría de sus compañeros entraron en pánico y salieron inmediatamente a buscar los elevadores y las escaleras. “Yo me quedé todavía viendo qué pasaba desde la ventana y cómo en cuestión de minutos la zona estaba acordonada con cinta amarilla y los miles de bomberos que corrían como hormigas a rescatar gente, por eso los pobres murieron tantos atrapados ahí”, dice.
Además, él pensó en ese momento que a lo mejor era seguro esperar arriba, ante el riesgo de una bomba en alguno de los otros edificios, recordando el atentado de 1993 contra el World Trade Center.
Minutos después ingresó el jefe de piso, quien les pidió que llamaran a sus familiares para informarles que se encontraban bien. Rafael no lo dudó y marcó a la casa de sus padres en San Salvador (donde todavía no eran las 7 de la mañana), quienes aún no estaban al tanto de lo que pasaba en Nueva York.
“Llamo a mi casa y les cuento lo que estaba pasando, mientras hablaba sucedió lo del segundo avión, ahí nos dimos cuenta que era un atentado y evacuamos los que seguíamos todavía en el piso”.
La evacuación por las escaleras del piso 41 de la torre 7 considera que la hizo entre ocho y 10 minutos, “saltando las gradas de tres en tres”.
Ya abajo, lo que vio en la plaza, que había sido cerrada, son de las cosas que Castellanos no podrá olvidar. “Estaban cayendo pedazos de concreto, personas que se habían lanzado al vacío”.
Él logró tomar el tren subterráneo y llegar a su apartamento antes de que todo el servicio de transporte fuera clausurado. Al encender el televisor se dio cuenta de que la primera de las torres se había desplomado.
Cuando caía la tarde en Nueva York, el salvadoreño, un destacado nadador en su infancia y juventud, estaba, según sus palabras, “drenado emocionalmente”, luego de contar su experiencia en ese día a varios medios de comunicación salvadoreños.
Pero el día le tenía reservado otro golpe, cuando por televisión vio que la torre que había sido su oficina –y donde horas antes había presenciado escenas de horror– también sucumbía. “Fue como una cuchillada”, rememora.
A unos días de que se cumpla una década de ese suceso, Castellanos cae en la cuenta de que contar de nuevo la historia lo hace sentir como si pasó ayer.
Sabe que ese día el mundo cambió en todos los sentidos y que en ningún lugar del mundo se puede estar tan seguro.
“A todo mundo nos hizo reflexionar, a valorar lo que tenemos, a apreciar más la vida.” Rafael Castellanos, testigo