Aún se le pone la piel de gallina, la ansiedad le ataca y la voz se le perturba cuando habla de lo que ella, Mari Carmen Aponte, vivió una mañana hace 10 años.
Por María José Saavedra
La fecha es la misma, 11 de septiembre, pero ahora en un país distinto y en un clima acalorado. La embajadora de Estados Unidos en El Salvador recuerda cómo la sorprendió a pocos metros una parte del ataque terrorista que desató la más grande guerra de está década.
Se vistió con una chaqueta y falda azul marino. Se dirigió a su trabajo. La bandera que representaba era la de su país de origen, Puerto Rico. El tema en discusión al interior del Capitolio en Washington era la exención de ciertos tributos en la isla para mejorar su economía.
“(Osama bin Laden murió). No había más remedio… había que cerrar el ciclo.” – Mari Carmen Aponte, embajadora de EUA en El Salvador
Su equipo de trabajo –conformado en su mayoría por jóvenes– y ella escucharon varios aviones rondar el cielo, quizá seis, luego tres, hasta que solo escuchó uno.
La conversación se esfumó. El tema quedó en el olvido, quizá hasta este día. En la televisión aún estaban firmes, como centinelas del centro financiero en Nueva York, las Torres Gemelas. Algo pasó, una explosión dejó una oscura pincelada de humo a pocos metros de su oficina. Uno de los aviones que escuchó se había estrellado en el Pentágono de Estados Unidos casi al mismo tiempo en que las torres eran embestidas por dos aviones más.
Con la piel sonrojada por el recuerdo, Aponte revive el monólogo fugaz ante la sobredosis de incertidumbre que la invadió: ¡Mari Carmen, tienes que ejercer el liderazgo, muévete!
Sacó a su gente del Capitolio en cuestión de segundos. La comunicación de todas las formas posibles se interrumpió. Recuerda estar sentada con algunos de los miembros de su equipo en un parque, esperando a que la razón les ayudará un poco para actuar. Caminó hacia su casa con algunos de sus compañeros; otros, los que pudieron, se fueron a sus hogares.
La siguiente noticia fueron las cenizas de los dos inmensos rascacielos y de las 3,000 personas que allí fallecieron.
La intensa mujer se dice orgullosa de su nacionalidad y de ver fortalecida la democracia de su país una década después de aquel día. De la muerte de Osama bin Laden, el autor intelectual del ataque terrorista, nueve años después a manos de su gobierno, agacha la mirada y se detiene a pensar, respira y dice con sentimientos encontrados: “No había más remedio”. Lo repite y lo lamenta. “Había que cerrar el ciclo”, dice.