Page 8 - Binder1

This is a SEO version of Binder1. Click here to view full version

« Previous Page Table of Contents Next Page »
Impreso por JRAMIREZ el 09/10/2002 a las 08:07:57 PM horas
11
S
2001
AUNAÑO
de los atentados
trabajaban voluntarios y obreros en la limpieza de la Zona Cero.
DE 14 A 16 HORAS
SÓLOLOS
FANÁTICOS
VANALCIELO
NADIE HA CONTADO TODAVÍA EL LENTO PURGATORIO
DE LOS 2 mil seres humanos que trabajaron entre nubes de
polvo, ráfagas de vidrio y escapes de gas en la Zona Cero.
n la cocina deDuckBe-
vil hay una bandera
norteamericana rota y
quemada. Las estrellas
del ángulo izquierdo están co-
rroídas por vetas de óxido que la
avejentan, como si la bandera
estuviese en el siglo equivocado.
TambiénDuckparecemás viejo.
Nadie diría que cumplió 35 años
en diciembre. Cualquiera que lo
vea por primera vez pensaría
que está pisando los 50. Hasta la
tragedia del 11 de septiembre ca-
minaba y corría como un pato,
dice: con la punta de los pies ha-
cia fuera. De ahí su apodo, Duck.
Ahora se bambolea torpemente
y, si aparta lamiradadel suelo, se
queda sin equilibrio. “Parece que
la tierra me faltara”, cuenta. Pa-
rece que la tierra le faltara.
Hay banderas en toda la casa,
situada en un barrio modesto,
cerca de la avenida Flushing, en
Brooklyn. La decoración princi-
pal de la sala es unafiche gigante
que reproduce el famoso cuadro
de Jasper Johns Three Flags.
Cuatro sillones tapizados con un
infame plástico verde forman un
semicírculo en torno al televisor
de 35 pulgadas, donde Duck so-
lía sentarse con la familia –espo-
say treshijosqueaúnvana laes-
cuela primaria– a ver las series
de la tarde: Los Soprano, Viaje a
las Estrellas, Ley y Orden. El ri-
tual no se ha repetido desde hace
un año, el 11 de septiembre.
De laventana queda a la calle
cuelga también una bandera de
dos metros cuadrados, que la
mujer de Duck lava una vez por
mes con agua fría. Nadie podría
dudar que los Bevil sientenamor
por su país, pero Duck pide que
se escriba eso con todas las le-
tras: “Quiero a los Estados Uni-
dos con devoción y no tolero a
nadie que sienta de otramanera.
Árabes, mexicanos, chinos, toda
esa gente que ha encontrado
aquí trabajo y paz, debería irse si
no está dispuesta amorir por es-
te país, como yo”. Su nacionalis-
mo es el de un converso. Nació
enValledolmo, unaaldeade Sici-
lia, y su nombre original no fue
Joseph Bevil, como lo señalan
sus documentos de adopción, si-
no Giuseppe Bevilacqua. Ahora
Duck o Joe o Fatty –los apodos
conque lo conocen– es unhéroe.
Si muere, lo enterrarán envuelto
en la bandera que cuelga de la
ventana de su casa, y E.U.A. se
encargará de que sus hijos ten-
gan educación, trabajo y seguros
sanitarios. Al menos, eso es lo
que él jura, con los dedos
cruzados.
Conocí a Duck en una sala de
espera del hospital Mount Sinai,
en el extremo norte de la Quinta
Avenida. Allí funciona desde ha-
ce dosmeses un programa espe-
cial para los voluntarios y obre-
ros que enfermaron en el área
del World Trade Center durante
los días y las semanas que si-
guieron al derrumbe de las to-
rres gemelas. La tragedia de las 3
mil personas que sucumbieron
el 11 de septiembre por lamaña-
na, o después, cuando cayeron
los escombros, ha sido narrada
cientos de veces. Nadie ha conta-
do todavía, en cambio, el lento
purgatorio de los otros 2 mil se-
res humanos que trabajaron en-
tre nubes de polvo de amianto,
ráfagas de fibras devidrioyesca-
pes de gas freón en la Zona Cero,
el área del desastre, durante 14 a
16 horas por día, a lo largo de
meses, sin treguas dominicales
ni compasión por la fatiga.
Duck era empleado de una
compañía de teléfonos cuya sede
central estaba a 70metros al oes-
te de las torres, cerca de la calle
Vesey. Al principio se ocupaba
del mantenimiento de las líneas,
pero después de terminar un
curso en sistemas informáticos
le asignaron a las oficinas de
cuentas. El martes 11 de sep-
tiembre estaba trabajando en
una sucursal de Queens. A eso
de las 2:00 de la tarde, cuando
nadie se había repuesto aún del
pasmo del atentado, le ordena-
ron que se trasladara a la Zona
del World Trade Center. El enor-
me edificiode suempresa estaba
en ruinas y la prioridad de los
empleados era restablecer cuan-
to antes los servicios.
Desde el 13 de septiembre
hasta la víspera de Navidad,
Duck trabajó entre los escom-
bros y el polvo. No sabe explicar
bien cómo y de quémanera. Sólo
recuerda que le dieron unamás-
cara costosa, hermética, que no
permitía transmitir ni oír las ór-
denes. La mayor parte del tiem-
po, los operarios tenían las más-
caras colgando del cuello. Dor-
mían de cuatro a cinco horas.
Llegabana las 6:00de lamañana
y semarchabana las 10:00, 11:00
de lanoche. Oempezaban el tur-
no cuando oscurecía, entre las
6:00 y las 7:00, y se quedaban
hasta las 10:00 de la mañana. Al
mes, casi todos sentían sequedad
en la garganta, ardor en los pul-
mones y un cansancio que nun-
ca se apagaba. Lo atribuyeron a
la falta de sueño. Pero no: era el
efecto de los venenos que
respiraban.
La tarde que Duck acudió al
hospital había otros 10 enfermos
en la sala de espera. Dos de ellos
tenían sinusitis, uno estaba con-
valeciente de hepatitis y sufría
ataques de asma cada vez más
frecuentes, los otros se quejaban
de quemaduras químicas, enfi-
semas pulmonares y, más que
nada, de un cansancio invenci-
ble, que atribuían a la aspiración
de polvo de asbesto, amianto o
como quiera se llame.
En muchas de las construc-
ciones próximas a las torres, las
columnas estaban reforzadas
conespumade asbestoparapro-
tegerlas de cualquier combus-
tión. La sustancia es altamente
cancerígenayhadejadodeusar-
se hacemás de una década, pero
los edificios caídos eran casi to-
dos anteriores a 1985, y el polvo
finísimo, impalpable, seextendió
por el área como una lluvia áci-
da,mezclado con la quemante fi-
bra de vidrio, los silicatos, los
gases.
El 20 de diciembre, Duck ca-
yó enfermo. Le diagnosticaron
unabronquitis aguda. A la sema-
na, yaestabaenpie. Comono tie-
ne ahorros y sus problemas de
salud no eran serios –al menos
en apariencia–, tuvo que volver
al trabajo. El fuego seguía flu-
yendo aquí y allá en la Zona Ce-
ro, alimentado por los vastos tú-
neles del subsuelo. Desanimado,
prefirió que lo transfirieran al
área donde se clasifican y se des-
cartan los residuos de la catás-
trofe, en Staten Island. La jorna-
da era allí de 10 horas, y el sitio le
quedaba amenos demedia hora
en automóvil desde su casa, por
la ruta 278, al otro lado del puen-
te Verrazano.
Fue la peor elección de su vi-
da, dice ahora. Al sur de Staten
Island hay unas colinas bajas y
humeantes de las que sale un
olor letal, áspero, penetrante. Las
colinas son en verdad mulada-
res a los que van a dar las incon-
tables toneladas de basura que la
ciudad de Nueva York produce a
diario. El perímetrodonde traba-
ja Duck está reservado sólo a los
desechos de la Zona Cero, y aca-
soseael peor. Losobreros suelen
encontrarse con restos humanos
y, cuando hablan entre sí, el finí-
simopolvode asbesto se les infil-
tra otra vez en los pulmones. En
mayo hubo una epidemia de he-
patitis en el basural y entre los
residuos aparecieron miles de
ratas en agonía. Aunque al ter-
minar cada jornada los obreros
se desnudan y entran en una
cápsula de esterilización que los
limpia de tóxicos, Duck se llenó,
a fines de junio, de unos hongos
flamígeros que los médicos atri-
buyeron a una intoxicación con
gas metano. En julio, la hepatitis
lo retuvo tres semanas en cama.
En agosto empezaron los acce-
sos de tos seca, que no lo dejan
dormir. Aunque ahora pasa mu-
chasmás horas en su casa, ya no
tiene espíritu para seguir viendo
las series de televisión ni felici-
dad para jugar con los hijos. Se
queda inmóvil junto a las venta-
nas, por las que sube un calor de
infierno. Y cuando se para, la tie-
rra se le retira de los pies.
El 11 de septiembre irá aun-
que sea arrastrándose –dice– a
las ceremonias para honrar a las
víctimas del atentado. Recitará
con el gobernador George Pataki
los fragmentos del discurso de
Lincoln después de la batalla de
Gettysburg, desfilará convelas al
caer la noche por Battery Park. Si
tiene que morir, le gustaría mo-
rir allí donde empezó todo. Amé-
rica ha hecho de Duck lo que
Duckes, y tienederechoaquitár-
selo cuando quiera. Eso tal vez
sea fanatismo, pero él cree que
sólo los fanáticos van al cielo.
10
Miércoles 11 de septiembre de 2002
T
OMÁS
E
LOY
M
ARTÍNEZ
COLABORADOR DE LA PRENSA GRÁFICA
E