Universidad de El Salvador Academia Salvadoreña de la Historia
En la lejanía del siglo XVI, cuando años más tarde de la primera llegada de Pedro de Alvarado a Cuzcatlán y los Izalcos (1524), arribaron los frailes y curas diocesanos con la misión de ganar almas de los naturales a la fe católica. Es difícil imaginar cómo un puñado de misioneros logró tal hazaña, ante tan numerosa población indígena de entonces; pero esto se explica si se ve la obra de la conquista espiritual en estas tierras como una continuación de la campaña militar efectuada por los Alvarado en el lado norte del Mar del Sur centroamericano, como llamaban al Pacífico en esa época, y por Pedrarias Dávila, entre Panamá y Nicaragua. Una misión que no habría sido posible sin el apoyo de la Corona, de las autoridades religiosas y obispos, y de los grupos conquistadores, de encomenderos y burócratas, así como de autoridades indígenas y de los aborígenes del común, quienes facilitaron el proceso con el aval, protección y defensa de los frailes y curas, persuadiendo a veces y coaccionado otras, a los naturales. Así, la misión evangelizadora no fue solamente promovida por clérigos y religiosos.
Esa fue una empresa misional que la monarquía católica hispana emprendió para legitimar su actuación en América y dar cumplimiento a los compromisos adquiridos ante el papado y las bulas de Alejandro VI, para expandir la fe católica a cambio de las nuevas posesiones territoriales. Un tránsito de la cristianización que se configuró dentro de los conflictos y división europea, entre protestantes y católicos, y en el temor a la expansión de otras vertientes consideradas heréticas, así como del islamismo y el judaísmo.
En las provincias salvadoreñas, se instalaron dominicos, franciscanos, mercedarios y juaninos, así como el clero diocesano, guiados por lo que el Derecho Indiano ordenaba en cuanto a la difusión de la fe, según lo indicaba el libro Primero de la Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias (1681), no solo para la evangelización de naturales, sino también para negros, mulatos y ladinos: que los ministros eclesiásticos enseñen primero a los indígenas los artículos de la fe cristiana católica; que si son reticentes a recibir el Evangelio que usen los medios que la ley se manda; que los indios sean apartados de sus antiguos sacerdotes idólatras y que los reacios sean reducidos y puestos en conventos. Que en los repartimientos de indígenas, pueblos de encomienda y otras partes donde no hubiere beneficios se ponga sacerdote, conforme al Patronazgo Real —el derecho de la Corona de hacer fundaciones eclesiásticas, nombramientos de obispos y párrocos, así como el cobro y distribución del diezmo para financiar el envío de los misioneros, asimismo determinar el salario real de los obispos y curas doctrineros de indios, y lo necesario para edificación de iglesias, conventos y obras de educación y salud–. Igualmente, velar porque se ponga doctrina a los indígenas de obrajes e ingenios y que en cada pueblo se señale la hora en que los indígenas acudan a oír la doctrina cristiana, y que no se les impida ir a misa los domingos y fiestas. Y en el caso de los no evangelizados, se les envíe cada mañana a la doctrina. Que cuando fueren a misa y a las fiestas no vayan las justicias del pueblo a hacer averiguaciones con ellos a las puertas de las iglesias, y que los indígenas, negros y mulatos no trabajen los domingos y días de guardar. Todas esas situaciones que intentó regular el Derecho de Indias muestran las continuas dificultades de recursos, de distancias y dispersión de los poblados indígenas. Asimismo, la resistencia de los naturales a dejar sus rituales por un lado, así como la aceptación de muchos sacerdotes de que continuaran haciendo prácticas religiosas a su manera, tal como lo observó el arzobispo Pedro Cortés y Larraz en su visita pastoral a los curatos de la arquidiócesis de Guatemala en 1768-1770.
En la labor de cristianización, tanto frailes de órdenes mendicantes, como los sacerdotes seculares, que fueron los más, utilizaron muchos métodos. Uno de ellos fue el de evangelizar a través de los mismos indígenas. Para eso, prepararon a niños y jóvenes de familias principales, para a partir de estas familias hacer más fácil la conversión de los macehuales, por el hecho de la jerarquización social indígena. También, se hizo uso de los recursos audiovisuales utilizados en Europa, como el teatro piadoso en los atrios de las iglesias y el canto litúrgico, imbuidos de elementos indígenas como la danza tradicional.
El cristianismo no se extendió de la misma manera a todas partes. Los poblados alejados a las cabeceras de curatos fueron menos atendidos y en los más pobres comúnmente no llegaba cura, porque tampoco tenían ermita, ni facilidades, como pila bautismal. Otro obstáculo fue la insistencia de los naturales de continuar con sus rituales, sus imágenes propias y sus milenarias creencias. En muchos lugares, la población no asistía a la iglesia y no enviaba a los niños a la doctrina. En algunos pueblos, los indígenas asistían a la iglesia, pero a la vez hacían los propios ritos de la antigua religión escondidos en los montes. Muchas veces, esto llevó a acciones violentas de los curas y la destrucción de altares e imágenes del panteón precolombino; e incluso, a veces, el sacerdote en el afán de ganarse a la gente del pueblo, no celebraba en la iglesia sino en el campo, en medio de los viejos rituales. Todo esto llevó a la fusión de creencias y prácticas, de lo que resultó un catolicismo sincrético, una mezcla de ritos y creencias de ambos mundos, el indígena y el europeo occidental. Tal proceso de cristianización contribuyó, en gran medida, a que la organización social del Reino de Guatemala, de sus gobernaciones y provincias, pudiera acomodarse a los siglos coloniales y funcionar durante tres siglos.
hace mas de 500 años llegaron eran terroristas y no doctrinaron a mi jente en buena manera soy 100% maya y de acuerdo ala historia la areglamos muy bonita tapando la injusticia que vinieron hacer los europeos matar violar robar por favor ya no le rindan tributo alos que no descubrieron nada mi tierra ya tenia grandes cuidades