Pedro Antonio Escalante Arce
Academia Salvadoreña de la Historia
Después de la llegada de Francis Drake en 1579 y de Thomas Cavendish en 1587, quienes cruzaron por el estrecho de Magallanes, y luego por muy cortos días se internaron en el golfo, el Mar del Sur no volvió a ser el mismo. La piratería y el corso estarían presentes, no en la dimensión del peligro en el mar de las Antillas y en el Atlántico, donde los asaltantes del océano se sentían descaradamente a sus anchas con la depredación en barcos y puertos, pero sí tuvo períodos intensos que se extendieron hasta finales del siglo XVIII. Pues aún en 1799, de una fragata inglesa desembarcó un grupo de asaltantes en Acajutla y robaron alrededor de 80,000 libras de tinta añil de las bodegas.
Cualquier barco extraño en el horizonte ponía zozobra e inquietud en estas desprotegidas costas centroamericanas, carentes de defensas y baluartes, donde el único cuido era un mediocre sistema de vigías para dar la alerta. Un lugar favorecido por los filibusteros ingleses y holandeses y los bucaneros franceses fue por muchos años el golfo de Fonseca. Por mayo de 1615, el alcalde ordinario de San Miguel, Juan García Serrano, acudió con indígenas flecheros y milicia ladina y mulata, así como con un numeroso grupo de criollos, a cuidar el puerto de Amapala (hoy Pueblo Viejo, al sur del actual La Unión), donde se encontraba el convento franciscano de Nuestra Señora de las Nieves, establecido en 1593, un sitio particularmente favorecido por el peligro de los piratas, por ser la ruta del canal profundo del golfo. En 1620, estaban los franceses con varios barcos y de nuevo de San Miguel llegaron fuerzas a defender la gran bahía. Asimismo, trataron de desembarcar holandeses por las playas de la parte de la desembocadura del río Jiboa, un par de años después, y el alcalde mayor de San Salvador, Pedro Aguilar Lasso de la Vega, envió fuerzas a cuidar la costa de Zacatecoluca.
Tanto era el peligro por el Pacífico que la Corona organizó la Armada del Sur, con un grupo de barcos de guerra para cuidar a los galeones de la plata que navegaban anualmente entre El Callao y Panamá, así como el tráfico usual de mercaderes y pasaje. La piratería del Pacífico se mostró en especial temerosa en la segunda mitad del siglo XVII y el Fonseca tuvo que sufrir el embate de varios grupos entre 1684 y los inicios del siglo XVIII, sin que ello significara su desaparición, pero sí la finalización de esa edad de oro de la piratería en el golfo. En julio de ese 1684, dos barcos ingleses, de los capitanes Edward Davis y Thomas Eaton pusieron el terror en las islas pobladas de la Petronila, Conchagua y Meanguera, y causaron la huida de todos sus habitantes y la destrucción de los pueblos de Santiago de Conchagua y Santa Ana de la Teca, en la primera, y de Santa María Magdalena en Meanguera. Sus habitantes partieron, los de Conchagua hacia las faldas del volcán (antes volcán de Amapala), donde fundaron el nuevo pueblo de Santiago Conchagua (la iglesia de Conchagua tiene la fecha 1693, año de su conclusión), mientras que los de Meanguera en un principio lo hicieron hacia la parte de Nacaome, pero luego se trasladaron al hoy cantón Amapalita, junto con los indígenas expulsados, a su vez, del puerto de Nuestra Señora de las Nieves de Amapala, donde en 1686, los bucaneros franceses arrasaron el convento e incendiaron el pueblo, situado un poco en alto, mientras que la casa franciscana estaba a orillas de la playa de la caleta. Dos imágenes del convento de Santa María de las Nieves se salvaron del desastre, una atesorada por el recuerdo en la iglesia parroquial de Conchagua y la otra, piadosamente modificada, es hoy Nuestra Señora de la Paz, entronizada en la catedral de San Miguel.
En el grupo inglés que originalmente invadió el golfo, hubo varios nombres que han tenido su puesto en la piratería, pero el de mayor nombradía fue el célebre William Dampier, científico y naturalista, a medio camino entre gentil hombre y delincuente, como sucedió con tantos aventureros británicos que hicieron de las suyas en las provincias marítimas de la España americana. Dampier escribió un estupendo relato de su estadía en la isla Meanguera, que consta en el libro “Nuevo viaje alrededor del mundo”, publicado en Londres en 1697.
Otro libro sobre piratería en el Fonseca fue el del francés Raveneau de Lussan, “Diario de viaje hecho en el mar del Sur con los filibusteros de América en 1684” (París, 1689). Es probable que el grupo de Raveneau , o el del francés capitán Grogniet, hayan sido los que desembarcaron por Usulután e incursionaron hasta Juacuarán, Ereguayquín y Mexicapa, porque son los pueblos que vieron la llegada de los facinerosos, según el informe del franciscano de fray Francisco de Zuaza, de 1689. En diciembre de 1687, un considerable grupo de piratas, reconcentrados en las islas del golfo, huyeron por Choluteca y el río Segovia hacia el cabo Gracias a Dios, en cuenta Raveneau de Lussan. Muchos quedaron en el Fonseca, pero a mediados de 1688 llegaron dos galeones artillados de la Armada del Sur, el “San José” y “San Francisco de Paula”, al mando del capitán Dionisio López de Artunduaga, atacaron a los restos de los piratas y les hundieron embarcaciones. Ambos barcos volvieron en 1692 para cuidar las costas y subieron hasta Acajutla. En 1705, regresó Dampier con otro grupo de ingleses y estuvieron varios días en Meanguera y Conchagua (ya Conchagüita, por existir el pueblo continental de Santiago Conchagua). En 1724, llegó a Fonseca el barco “El Activo”, al mando del teniente Salvador Meléndez y Bruna, integrante de la expedición náutica y cartográfica de Alejandro Malaspina, y se apuntó en el diario que habían observado en los peñascos del extremo suroeste de Meanguera, engarzadas, balas de cañón de las que habían disparado los galeones de la Armada del Sur en 1688.
Texto y fotos cortesía de la Academia Salvadoreña de la Historia.
Los españoles sufrieron con los piratas, Los Ingleses inflingieron y devolvieron el sufrimiento que los españoles dieron a nuestrso pueblos