El 13 de enero de 2001, tras un terremoto de 7.6 grados de magnitud, un alud de 150,000 metros cúbicos de tierra se desprendió de la cordillera del Bálsamo y soterró cerca de 200 casas en la colonia Las Colinas, de Santa Tecla. Diez años después, los que sobreviven a la tragedia cuentan su historia.
Es profesor pero prefiere presentarse como un vendedor de ideas. Hace preguntas como si fuera un reportero, aunque a simple vista parece una persona que ha llegado al lugar a curiosear. Habla sin perder pista de lo que sucede enfrente, en la tarima donde se celebra la misa para conmemorar 10 años de lo ocurrido el 13 de enero de 2001 en la colonia Las Colinas I y II, de Santa Tecla, en el departamento de La Libertad.
Pronuncia las palabras despacio, casi silabeando, en tono bajo. Sin necesidad de preguntas, comienza a relatar cómo vivió aquella fecha que marcó a todo el país y más a los tecleños que, como él, lo perdieron todo.
Se llama Ernesto Perla y él cuenta que ese sábado 13 de enero volvía de una reunión. Eran las 11:35 de la mañana cuando sintió que perdía el control del carro, los postes bailaban y todo vibraba alrededor. No sabía qué había pasado, pero la razón le indicaba que la sacudida había sido “especial”.
Su primera reacción fue dirigirse a la oficina porque estaba más cerca. En el lugar encontró una impactante escena, que apenas sería la primera: tirada en el piso, sin vida, estaba una de sus compañeras de labores. Solo hasta atender esa emergencia pensó en su casa, en su familia.
Era mediodía. Decidió trasladarse a su hogar para reunirse con sus parientes. Para su sorpresa, a medio camino, agentes de la Policía tenían cerrado el paso. Decidió dar marcha atrás y buscar una ruta alterna. Pero el plan B falló, porque el camino volvió a ser interrumpido. Esta vez no iba a dejarse vencer. Era evidente que algo andaba mal y que debía llegar a su casa pronto.
Luego de discutir con los agentes, logró atravesar la barrera, pero llegó a un tramo donde no pudo seguir en carro, así que caminó.
De pronto había mucha gente. Personas en estado de alarma, llorando, desesperadas y personal de los cuerpos de socorro. Y también había tierra, mucha tierra: una porción de la cordillera del Bálsamo se había derrumbado a raíz de aquel bamboleo que sintió cuando manejaba su carro, ese movimiento que no era menos que un terremoto de 7.6 en la escala de Richter. El alud de tierra soterró a su paso cerca de 200 viviendas de la colonia Las Colinas I y II, construida al pie de la cordillera.
Ernesto cuenta que ese sábado, de milagro, todos sus familiares habían salido a última hora a atender compromisos improvisados. Por eso se salvaron. Su casa, sus cosas, su patrimonio, ese no lo encontró. Después supo que el alud, de 150,000 metros cúbicos de tierra, la había arrancado completamente, llevándosela sin piedad.
Perdió todo lo que tenía y junto a su familia debió comenzar de cero, durmiendo en el suelo, en casa de alquiler. Pero él dice ser afortunado porque están vivos.
El mismo derrumbe en la misma cordillera fue bastante más trágico para Ana de Fernández, quien perdió a cinco familiares, entre ellos su hija, su nieto y su yerno. Ella también llegó a la misa el pasado domingo 10 de enero, como lo hace cada año desde 2001. Fue hasta la tarima y puso frente al altar las fotos de sus parientes. Luego se sentó y escuchó atenta todo, de principio a fin.
“Estamos acá, como cada año, para recordar a la gente que tanto amamos y que murió trágicamente, pero le decimos sí a la vida una vez más”, expresa desde la tarima monseñor Gregorio Rosa Chávez mientras oficia la misa. Y Ana llora.
Cuenta que su casa solo quedó rodeada de tierra. Sin embargo, su hija vivía en la zona donde todo fue peor. “No quedó nada de ella. El golpe fue duro, sigue siendo duro. Es imposible recuperarse de una pérdida así”, dice.
Similar fue la situación que vivió la familia Mercado Blanco. La matriarca, María Teresa, sostiene en alto el retrato de Xiomara Elizabeth, la menor de sus hijas, quien perdió la vida esa mañana al quedar soterrada en la casa familiar.
No duda en explicar quién es y por qué está en el lugar. “Perder un hijo es lo más duro. No se lo deseo a nadie. Es duro venir aquí cada año”, expresa. Mientras habla, las lágrimas brotan pese a que ella trata de esbozar una sonrisa.
“Mi hija era lo más bello que yo tenía. Xiomara cursaba tercer año de su carrera en la Universidad Nacional y hacía deportes. Era una persona muy entregada. Cada día la siento más cerca, aunque ya no la tengo”, se lamenta.
Anuncios alentadores
El alcalde de Santa Tecla, Óscar Ortiz, anunció en el acto conmemorativo –en el que estuvieron presentes funcionarios salvadoreños y miembros del cuerpo diplomático– que este año comenzará a ejecutarse un proyecto de mitigación de riesgos a un costo de $1 millón financiado con fondos del Gobierno de Taiwán.
“La muerte de un familiar no se puede recuperar, pero sí podemos acompañar a las personas. La mejor obra que podemos hacer es seguir trabajando por mejorar las condiciones del entorno de esta zona”, expresó el edil tecleño.
Ernesto afirma que no sería necesario mitigar riesgos si hubieran escuchado las peticiones de los pobladores de la zona para que no permitieran más construcciones en la cordillera. “El problema empezó cuando decidieron urbanizar la colina. Hubo tres protestas, pero no las escucharon. Desde mi casa se veía por las noches cuando las máquinas trabajaban en terracería en una parte más alta del cerro”, cuenta.
Dice que él adquirió su casa en 1986. El 10 de octubre de ese año, otro fuerte sismo de magnitud 7.5 sacudió El Salvador causando víctimas mortales y serias pérdidas materiales y económicas al país. Pese a eso, explica que a su casa no le pasó nada porque la cordillera era más sólida. Por eso cree que la tragedia de 2001 pudo evitarse.
Luego Ernesto calla y el edil tecleño prosigue su discurso enunciando que es un objetivo de la comuna que los terrenos de la cordillera vuelvan a sus dueños originales, muchos de los cuales los cedieron al Gobierno de ese tiempo y recibieron una compensación de ¢75,000 colones.
Perla, el maestro, cuenta que él no recibió nada de lo que ofreció el Gobierno por una cuestión de principios y porque eso no valía su casa, el trabajo de 23 años de su familia.
Ana, por su parte, lamenta que no haya nadie de la familia de su hija que pueda reclamar lo que les pertenece, pero no pierde la esperanza de que la promesa se cumpla.
A María Teresa le alegra la noticia porque dice que muchos, como ella y su familia, no han podido rehacer su vida desde entonces. “Yo estoy en casa ajena y le pido al Gobierno que nos ayude, porque hay mucha gente arrimada”, se lamenta.
La familia Mercado Blanco vive en Nejapa y no ha podido comprar una nueva vivienda. Pero María Teresa aclara que tampoco les interesa volver a habitar el terreno que dejaron en Las Colinas: “¡Aquí duele venir! Venir a vivir aquí sería aún más doloroso”.
Por último, el alcalde Ortiz anuncia que el 9 de febrero colocarán la primera piedra del monumento que se construirá al pie de la colina, el cual será denominado Memorial Las Colinas 13-01, donde se colocarán los nombres de los tecleños que perdieron la vida la mañana del 13 de enero de 2001.
La comuna ha comenzado a ponerse en contacto con familiares de las víctimas que estén interesados en dar a conocer su historia. Busca que no se pierda el recuerdo de este hecho a través de las nuevas generaciones, sobre todo en Santa Tecla.
A María Teresa no le interesa este punto, dice que es una burla para los que perdieron la vida, para los desaparecidos y para sus familiares. Se queja porque las autoridades municipales han dejado pasar demasiado tiempo para tratar de recuperar el recuerdo de lo ocurrido en Las Colinas. “Mejor que nos ayuden a salir adelante”, afirma.
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