101 años y toda la vida con el primer amor

Maximiliano Carballo confiesa los recuerdos que le mantienen firme con el paso del tiempo. Sus 101 años son testimonio de lucha y desarrollo en compañía de su primer y mejor amor, su esposa.

“Yo estaba chiquito, allá donde vivíamos no había mucha agua y uno no se bañaba todos los días. En una ocasión íbamos caminando con mi mamá con la luz del alba para bañarnos en Amapulapa, cerca de las líneas férreas que recién habían instalado. De pronto se escuchó un ruido a lo lejos, la gente decía: ‘Allá viene el tren’, y vimos aparecer semejante animal. Con mis hermanos saltábamos de alegría y corríamos persiguiendo al monstruo que rugía”.

Un 19 de marzo de 1914 vio la luz Maximiliano Carballo, en el cantón Los Pozos, en el municipio de San Vicente. Bajo el mando de Santiago Carballo, un hombre facultado para ejercer la medicina, y Estela Padilla, una madre ama de casa, quienes le inculcaron el respeto y fomentaron su educación para convivir con sus semejantes. Aprendió a leer de manera autodidacta por falta de escuelas en su cantón, recuerda que las condiciones a otros les eran más favorables y podían realizar sus estudios en San Vicente o viajaban en mulas hasta San Salvador para ser profesionales. Aunque su padre era considerado una lumbrera, admite que el vicio del alcohol lo derrumbó.

Don Maximiliano Carballo procreó ocho hijos, uno ya fallecido, a quienes desarrolló con el esfuerzo de su trabajo en la agricultura y una molienda, oficio heredado de su padre. Su eterna compañera fue Eleonor Hernández , su esposa, a quien conoció cuando eran vecinos a la edad de cinco años y con quien se casó a los 21.

“Jugábamos con chibolitas en una finca que tenía mi abuela, cerca estaba la finquita donde ella vivía, allí conocí a la muchachita, y así vivimos mucho tiempo, crecimos y nos enamoramos, y así vivimos hasta que ella murió”, recuerda don Maximiliano.

“Yo no era buena gente, pero en mi casa nunca hubo un pleito entre mi mujer y yo. Nunca le dije una mala expresión ni mi mujer a mí”.

Siempre fue un hombre de casa y asegura que hasta “he salido poco de mi pueblo, San Miguel lo conozco y he ido unas cuatro veces, por el fútbol. San Salvador lo conocí cuando yo ya tenía mis hijos”.

Para la época del conflicto armado, había una autoridad para que vigilara la zona, los guerrilleros lo amarraron y lo llevaron a una zona de fusilamiento. Cuenta que en la vida vale ser bueno para que se presente una nueva oportunidad. Meses atrás había hecho un favor monetario a los guerrilleros cuando pidieron ayuda, él les regaló un billete de 25 colones, que le salvó la vida, en la cuesta de Los Morales.

“Cuando oiga una bomba, me dijeron, se levanta y se va corriendo” y así lo hizo, a los 101 años vive para contar el cuento y tiene deseos de seguir sumando años y contando su historia.