Logra el papado en su tercer cónclave
Iglesia católica en manos de un hijo de campesinos

Vaticano/El País

Tras 24 años de trabajo junto a Juan Pablo II, el llamado hasta esta mañana “cardenal de hierro” fue envestido papa con 20 años más de los que tenía Wojtyla cuando llegó al cargo.

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Eligió su nombre

Para gobernar la Iglesia, el cardenal elegido puede escoger libremente un nombre: el de uno de sus antecesores, el de un santo de su devoción o una versión latinizada de su propio nombre.

Jospeh Ratzinger eligió el nombre de Benedicto XVI para gobernar la Iglesia católica romana.

Juan Pablo II (Karol Wojtyla) había elegido el nombre de su antecesor, Juan Pablo I, primer papa que optó por un nombre compuesto: el de los predecesores Juan XXIII y Pablo VI.

Tradicionalmente los papas mantenían su nombre de bautismo, pero en el año 996 Bruno de Carintia renunció a su nombre al ser elegido papa y utilizó Gregorio V. Desde entonces, todos los papas han cambiado de nombre al inicio de su pontificado.

Desde San Pedro, ningún pontífice se atrevió a elegir su mismo nombre por respeto al apóstol.

Los nombres más usados por los papas desde Pedro han sido: Juan (23), Gregorio (16), Benedicto (16), Clemente (14), León (13), Inocencio (12), Pío (12), Esteban (9), Urbano (8), Alejandro (7), Adriano (6), Paulo (6), Sixto (5), Martín (5), Nicolás (5) y Celestino (5).

Con su aparición en el balcón de la basílica de San Pedro, Joseph Ratzinger, se convirtió esta mañana en el papa número 265. Se puso fin así a a casi tres semanas de cábalas en las que su nombre había sonado con fuerza. ¿Por qué?

 

La honestidad y la rectitud moral parecen ser la espina dorsal de la personalidad de Joseph Ratzinger, el cardenal que veló celosamente por la pureza del dogma católico desde 1981, cuando Juan Pablo II lo nombró prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Nacido el 16 de abril de 1927 en Marktl am Inn, una localidad de la diócesis de Nassau, en Baviera, hijo de modestos campesinos, Ratzinger ha pasado la mayor parte de su vida en contacto con el mundo académico; primero como estudiante, luego, ya doctorado en Teología, como profesor en las universidades de Bonn, Münster y Tubinga.

Allí coincidió con Hans Küng, uno de los más firmes adversarios del pontificado de Wojtyla. Uno de sus discípulos fue Leonardo Boff, promotor de la Teología de la Liberación, detestada por el propio Karol Wojtyla y también por el ya nuevo papa, Benedicto XVI.

La vocación religiosa lo lleva a ordenarse sacerdote en 1951, y sus cualidades intelectuales lo convierten en poco tiempo en uno de los teólogos más prometedores de la Iglesia católica alemana.

En 1962 llega a Roma como consultor del cardenal alemán Fring, que se dispone a participar en el Concilio Vaticano II, y destaca como uno de los jóvenes exponentes de la línea progresista.

En 1969 es ya catedrático de Dogmática en la universidad de Ratisbona, y sus méritos impresionan al papa Pablo VI que le coloca al frente de la diócesis de Munich y le otorga la birreta cardenalicia en el año 1977.

Giro conservador

La trayectoria de Ratzinger experimenta un giro considerable en los años siguientes. Su posición teológica se aleja de la línea progresista defendida en el Concilio Vaticano II hacia un camino más conservador. Hasta el punto de sintonizar con Juan Pablo II, que trae a Roma un catolicismo arcaico y una visión pragmática de cómo defenderlo y extenderlo, utilizando los medios de comunicación.

 

Ratzinger se convierte en el gran represor de teólogos disidentes, que se alejan de la línea dictada en el Vaticano. Dice no al sacerdocio femenino, a la presencia de homosexuales en la Iglesia, y asesta un golpe considerable al proceso de diálogo con las otras iglesias cristianas. Pero el alemán se ha convertido también en un azote de los vicios históricos de esa misma Iglesia, a la que no ha dudado en considerar “una barca que hace agua”, en una de sus últimas intervenciones, el Viernes Santo.

“Cuanta suciedad hay en la Iglesia, y precisamente entre los que, dentro del sacerdocio, deberían pertenecer a ella por completo. Cuanta soberbia, cuanta autosuficiencia”, dijo ante el estupor general el nuevo papa.

Hasta hoy era el decano del colegio cardenalicio, y el más veterano en materia de cónclaves, ya que, con el de estos días, son tres los que ha vivido. Esta mañana, Ratzinger demostró lo que de él se decía: concentra enormes poderes, no tanto de mando efectivo como de persuasión, dada su indiscutible talla moral. Eso es lo que ha permitido que ya sea conocido, desde hoy, como Benedicto XVI.

Los cardenales se inclinaron por un papa de transición, una figura respetada que no tiene posibilidades, por su edad, de reinar otros 26 años. Pese a su nacionalidad no italiana, a su perfil conservador, y a su frontal rechazo a las innovaciones litúrgicas de la Iglesia introducidas por Pablo VI, Ratzinger es ya el Papa. Él tendrá que enfrentarse, entre otras cosas, al creciente laicismo de las sociedades europeas.

No es casual que incluso la revista “Time” lo incluyera, meses atrás, entre las 100 personalidades más influyentes del mundo. Después de lo acontecido hoy en Ciudad del Vaticano, nadie duda que subirá puestos en ese ránking.


Los primeros minutos como jerarca católico

Los momentos posteriores a la elección de un nuevo Papa están regidos por un ritual que se seguió al pie de la letra.

Los pormenores de la votación de los cardenales es un secreto, pero el ritual establecido, una vez que se ha elegido a un papa, es siempre el mismo.

El cardenal protodiácono, el chileno Jorge Medina, en nombre de todos los electores le ha pedido el consenso con la siguiente frase:

“¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?)”

Una vez que Ratzinger lo aceptó, Medina prosiguió: “¿Con que nombre quieres ser llamado?”

El Sumo Pontífice habría respondido: “Vocabor (Me llamaré) Benedicto XVI”.

Después, el nuevo Papa procede a la Sala de las Lágrimas, (contigua a la Capilla Sixtina) donde es investido con la casulla blanca, reservada únicamente para el papa, y que estaba lista desde la semana pasada en tres tallas diferentes.

Luego el cardenal camarlengo, le entregó el anillo del pescador y fue el primero en jurarle obediencia. En seguida, el resto de los cardenales, los otros 113, desfilaron frente al ya Benedicto XVI para jurarle lealtad y obediencia.

Luego, el nuevo Papa salió al balcón de la basílica de San Pedro, pronunció sus primeras palabras a los fieles e impartió la bendición Urbi et Orbi, a la ciudad de Roma y a todo el mundo.