El sacerdote rebelde
El final de los años treinta es una época difícil para todo aquel que no es un alemán “puro”. Y ser polaco no es la excepción. Aún siendo católico.

Cronología

1938

Karol se muda junto a su padre a la ciudad de Cracovia, donde comienza sus estudios en Filosofía y Literatura.

1941

Antes de morir, su padre, al igual como lo había hecho su abuelo, le pide a Karol que dedique su vida al servicio de Dios.

1942

Para evitar la deportación por el Ejército nazi que ocupa Polonia, Karol se ve obligado a trabajar como obrero en la fábrica de químicos Solvay.

1946

Tras estudiar en un seminario clandestino y escondido desde 1944, Karol Wojtyla da el primer paso en su carrera religiosa: es ordenado sacerdote.

Wojtyla junto al papa Pablo VI. Una vez arzobispo de Cracovia y cardenal, a Wojtyla se le veía tanto en Polonia como en Roma.

Un domingo de septiembre de 1939, mientras el joven “Lolek” ayuda en la misa oficiada en la catedral de Wawel, se monta una escena que será un lugar común en los seis años por venir.

En la calle, una serie de explosiones y el ulular de sirenas presenta a los polacos del sur los sonidos de la guerra. El agresor nazi está en las calles de Cracovia.

La armada alemana se toma la ciudad y el resto del país, cierran la catedral y clausuran la universidad.

Wojtyla ve desaparecer amigos y conocidos. La familia de su amigo judío Jerzy Kluger perecerá en Auschwitz.

“Lolek” escapa, pero, contrario a muchos de sus contemporáneos, no entra en la resistencia armada.

Que no esté armado, sin embargo, no significa que no sea un resistente. Sólo que su rebeldía ante el invasor es de otra naturaleza: cultural.

Atraído desde siempre por el teatro, al cual se dedicó durante su adolescencia y los primeros años de universidad, Wojtyla integra clandestinamente un grupo de teatro experimental y recita los textos de los clásicos polacos.

Para evitar la deportación, se consigue un trabajo primero como picapedrero y luego como obrero en una fábrica de químicos. Comienza a leer a san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila y devora densos tratados de Teología. Su vida espiritual crece a medida se intensifica la guerra.

Su padre, que muere en 1941, le pide que entregue su vida al servicio de Dios. El destino parece sellado.

Estudio y ascenso

Pasarán 18 meses todavía después de la muerte de su padre, antes de que “Lolek” entre a un seminario clandestino e inscriba materias de Teología en la universidad.

La represión alemana, que recrudece en 1944, lo obliga a él y a otros seminaristas a vivir escondidos en la casa del cardenal Sapieha hasta el final de la guerra.

Más de un año después de finalizado el conflicto, el 1.º de noviembre de 1946, Karol es ordenado sacerdote. Estudia dos años en Roma y regresa a Cracovia como vicario en una pequeña parroquia de la localidad.

Pero en tiempo de los nazis, en la era comunista de la posguerra, ser católico no es precisamente un título nobiliario.

Las autoridades cierran seminarios y universidades, censuran publicaciones católicas y prohíben la construcción de iglesias.

De nuevo, como durante la guerra, Karol se convierte en un resistente. Continúa estudiando, obtiene un doctorado en Filosofía y otro en Teología y, en 1956, se convierte en profesor de Ética de la Universidad de Lublin, la única universidad católica del mundo comunista.

Su carrera da un salto, en 1958, cuando es nombrado arzobispo auxiliar de Cracovia, y cinco años después, arzobispo. Karol lleva entonces una vida tan agitada en su arquidiócesis como en Roma.

A pesar de las prohibiciones, visita las 120 parroquias de Cracovia, desarrolla los movimientos juveniles, funda —para combatir el aborto— albergues para madres adolescentes, pide permisos para construir iglesias y ordena sacerdotes para trabajar en la clandestinidad en Checoslovaquia.

En Roma, se convierte en una figura de la Iglesia universal, participa en el Concilio Vaticano II y sus intervenciones son seguidas con una atención creciente por un buen número de los presentes.

De acuerdo a CNN, alguna vez se le preguntó si no tenía miedo de represalias gubernamentales. “No tengo miedo de ellos”, dijo serenamente. “Ellos tienen miedo de mí”, sentenció.

Para cuando el papado de Juan Pablo I llega a su fin abruptamente en el verano de 1978, luego de tan sólo 33 días, el Colegio Cardenalicio, compuesto por numerosos italianos, se divide entre el genovés Giuseppe Siri y el florentino Giovanni Benelli.

Después de siete rondas de votación sin llegar a un consenso, los purpurados llegan a la conclusión de que quizá es tiempo de elegir a un Papa no italiano.

Franz Koenig, arzobispo de Viena, es una buena opción. Pero Koenig declina por su edad, al tiempo que recomienda hallar un Papa joven y vigoroso.

La mirada se vuelve hacia el este de Europa. ¿Un Papa eslavo? ¿Por qué no?