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1983. El Papa lleva cuatro años de pontificado, 16 viajes por el mundo y 31 países visitados. Para ese año, tiene en agenda una región inestable, portada segura y casi cotidiana de los diarios de todo el planeta: Centroamérica. Y El Salvador es una estación obligada de esa visita. No es para menos. Después de años de gobiernos militares, el país tiene un presidente civil interino, pero el conflicto desatado tres años atrás se recrudece y lo arrastra a una espiral de violencia que corre el riesgo de eternizarse. Para el Papa, quizás es hora de decirle a ese país, el más pequeño de la región, que hay que buscar otras formas de solucionar los conflictos. A dialogar Juan Pablo II bajó del avión de ALITALIA, y en un gesto que había hecho habitual en sus anteriores viajes, saludó alzando la mano, se arrodilló y besó el suelo del aeropuerto de Ilopango. Eran las 9:54 del domingo 6 de marzo de 1983. Afuera, por la carretera y las calles que recorrería hasta el templete de Metrocentro, donde celebraría la misa, unas 500 mil personas lo vitoreaban al paso de su papamóvil. Llegado a la avenida España, sorpresivamente rompió el itinerario oficial y se desvió hacia la Catedral Metropolitana, donde oró y bendijo la tumba del asesinado arzobispo de San Salvador Óscar Arnulfo Romero. Para cuando llegó a Metrocentro, otras 500 mil gargantas lo esperaban. Allí, varias veces interrumpido por los aplausos y bajo el calor del mediodía, lanzó el mensaje por el cual había venido: pidió a los salvadoreños ser artesanos de la paz y llamó a los beligerantes a buscar la salida del diálogo sincero. El diálogo que nos pide la Iglesia es el esfuerzo sincero de responder con la búsqueda de acuerdos, a la angustia, el dolor, el cansancio, la fatiga de tantos y tantos que anhelan la paz, recordó el Santo Padre. En la apretada agenda de la tarde, Juan Pablo II tuvo también palabras para los religiosos: No vale la pena dar la vida por una ideología, por un evangelio mutilado, por una opción partidarista, dijo en clara alusión a algunos sacerdotes que se habían enrolado en movimientos guerrilleros. A eso de las 7:30 p.m., una serie de fuegos artificiales lanzados desde el teleférico San Jacinto pasan alumbrando el cielo de San Salvador. Desde Ilopango, a punto de abordar de nuevo el avión que lo llevaría a Guatemala, el Papa envía un último mensaje: Quiera Dios que mi visita haya abierto el camino del perdón y que pronto la reconciliación entre hermanos florezca en este país. La semilla estaba echada. Pero para la paz aún faltaban largos y amargos años. |