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No era raro encontrar en las calles, obviando una repentina ola de frío, más de alguno que se había retrasado dando los últimos retoques a una alfombra de sal y aserrín confeccionada durante la noche, familias instalando los últimos gallardetes, columnas de fieles encaminando sus pasos hacia la urbanización Siglo XXI. En el ambiente flotaba un fervor sin igual. Eran los primeros años de la transición. La reciente firma de los Acuerdos de Paz proyectaba una sensación de esperanza en un país mejor. El regreso, en ese ambiente, del que un día había orado por la reconciliación nacional, no podía generar menos que esa alegría popular. ¿Acaso era la bendición a esa paz tan largamente anhelada? La tarea: consolidar los acuerdos Cuando Juan Pablo II bajó del avión de Aviateca, a las 9 de la mañana, fue como si el ciclo se hubiera cerrado, como si de alguna forma recogiera el fruto de su visita anterior. Aquel Papa que había visitado el país en los primeros años de la guerra volvía, 13 años más tarde, en los primeros años de la paz. Ya no para abogar por un diálogo sincero, sino que por la reconciliación y el perdón. Desde el templete, armado cerca de Metrocentro, el Papa pidió a más de 600 mil personas que asistieron a la homilía: Nunca más la guerra. Que la justicia verdadera haga fructificar siempre la paz. Para lograr eso, Juan Pablo II le pidió al mandatario Armando Calderón Sol, en su visita a la residencia presidencial, la consolidación de los logros alcanzados en el proceso de paz. El Papa terminó su fatigosa jornada con una reunión especial junto a 20 mil jóvenes congregados frente a la Catedral Metropolitana. El llamado allí fue diferente: Seguir trabajando en favor de la expansión de la Iglesia católica y fortalecer la vida de las parroquias, asociaciones y movimientos eclesiales. A las 9:40 p.m., el avión que lo llevaba de regreso a Guatemala alzaba vuelo sobre Ilopango. Desde la segunda ventanilla, Juan Pablo II ondeaba su mano. En el aire quedaron flotando sus palabras: Adiós, hasta otra vez. |