Fidel Castro rindió tributo religioso al Papa

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Cuba es el único país comunista del bloque occidental. No se permitía en la isla la práctica de la religión católica.

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El papa Juan Pablo II habló siempre en nombre de la mitad de la humanidad que vive con menos de dos dólares al día.

La muerte del papa Juan Pablo II tuvo fuerte impacto emocional en Cuba, y una prueba de ello fue la participación de Fidel Castro, presidente del único país comunista de Occidente, en una misa de réquiem por el pontífice.

Castro siguió la liturgia con recogimiento para despedir a quien llamó su "inolvidable amigo" e "infatigable batallador" a favor de los pobres, según escribió en el libro de condolencias que se enviará al Vaticano.

El agradecimiento del cardenal cubano Jaime Ortega y del nuncio apostólico Luigi Bonazzi a Castro durante la homilía, distendió una relación de décadas de divergencias entre la Iglesia y el Estado, que comenzaron a ceder con la visita de Juan Pablo II a la isla en 1998.

Política y diplomacia ayudaron a lograr ese objetivo, pero tambien el paso del tiempo, la reflexión y la caída de algunos dogmas fueron parte insoslayable de ese proceso de acercamiento, según sus protagonistas.

A los 78 años de edad, Castro admitió que "la religión consuela a mucha gente" y negó que el viejo axioma marxista de que la religión es el opio de los pueblos sea algo absoluto.

"Si la religión se usa para crear valores, hace bien. Consolar no es un opio", precisó el ex guerrillero en el reciente documental biográfico "Comandante", realizado por el cineasta estadounidense Oliver Stone.

El veterano dirigente nació y se crió en el seno de una familia campesina católica y se educó en un colegio de sacerdotes jesuítas, que marcaron a fondo su personalidad.

"Mi madre era creyente fervorosa, rezaba todos los días, siempre encendía velas a la Virgen, a los santos, les pedía, les rogaba en todas las circunstancias", relató Castro al teólogo brasileño Frei Betto en una larga entrevista publicada en 1986 bajo el título "Fidel y la religión".

A los seis años de edad, fue bautizado y su infancia transcurrió en la finca de sus padres en Birán -extremo oriental de Cuba- rodeado por imagenes religiosas de vírgenes y santos.

"También mis tías y mi abuela eran muy creyentes", recordó el actual mandatario, de quien se desconocen muchas facetas de su vida privada, resguardada celosamente por la Seguridad del Estado tras denunciar más de 600 intentos de atentados contra su vida.

Para sus seguidores, Castro es un sacerdote político que, en lugar de hábitos de monje, viste uniforme verde olivo y cuyo evangelio es la justicia social de la Revolución que propugna desde hace casi medio siglo.

Sin embargo, sus detractores afirman que el gobernante cubano está más cerca del Diablo que de Dios, le exigen una apertura democrática y denuncian falta de libertades públicas en la isla.

Pese al paso de los años, Castro se muestra irreductible en la defensa de sus principios, aunque al asumir por sexta vez consecutiva la jefatura del Estado en marzo de 2003, reconoció que "el tiempo pasa y las energías se agotan".

"Ahora comprendo que mi destino no era venir al mundo para descansar al final de mi vida", agregó el mandatario tras enfatizar que continuará su "lucha revolucionaria" hasta "el momento en que lo decida la propia naturaleza", en una primera alusión a su propia mortalidad.

La fuerte influencia católica que Castro recibió en su niñez y adolescencia no bastaron para darle una fe religiosa. "Más bien todo mi esfuerzo, mi atención, mi vida, se consagró al desarrollo de una fe política", explicó a Frei Betto.

Su presencia en la misa de réquiem del lunes pasado fue un homenaje respetuoso a su amigo Juan Pablo II, pero cuatro días antes había subrayado en un discurso que "cada vez me siento más atraido por las ideas de Marx, Engels y Lenin".

"Yo no creo. No creo en todo eso que el hombre ha creado", respondió Castro a una pregunta de Oliver Stone sobre si se definía a sí mismo como ateo.