EL VICARIO. El padre Jesús Delgado analiza partes del testamento del Papa.
“Él quería terminar con su misión”

Alexander Torres

El vicario de la Arquidiócesis de San Salvador, Jesús Delgado, analiza algunas partes del testamento escrito por Su Santidad Juan Pablo II el cual fue leído ayer en el Vaticano.

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El contenido del testamento, según Delgado, puede analizarse como algo personal, ya que quien habla es Karol Wojtyla y no el papa Juan Pablo II.

En el documento, hecho público ayer, el Papa sugiere que consideró renunciar en 2000 y asegura que su supervivencia al atentado que sufrió en 1981 se debió a un “milagro”.

Estos son algunos de los puntos principales del documento, iniciado en marzo de 1979, unos meses después de acceder al trono de Pedro el 16 de octubre de 1979, y ampliado en 1980, 1982 y 2000:

Texto del testamento: No sé cuándo llegará, pero como todo, también deposito ese momento —la muerte— en las manos de la Madre de mi Maestro: Totus Tuus... En esas manos —de la Virgen— dejo sobre todo a la Iglesia y también a mi nación y a toda la humanidad.

Comentario: Él fue mariano, el ‘Totus Tuus’ es un lema a la Virgen Santísima, que pertenece a una devoción del Siglo XIX, de María de Liborio, que es un santo muy devoto de la Virgen. Él dejó toda una devoción de la Virgen centrada en Cristo. De modo que él fue quien lanzó esta frase: ‘Yo soy todo tuya’. La devoción, entonces es que seamos todos de María, porque con María somos todos de Cristo.

Testamento: A todos doy las gracias. A todos pido perdón.

Comentario: Puede entenderse como un perdón personal, no como Papa. El ‘pido perdón’ es como pensar en alta voz, por ejemplo, cuando recriminó —al sacerdote Ernesto— Cardenal en Nicaragua (1983, le habló duro y lo señaló con un dedo) le está pidiendo perdón por la forma en que lo hizo, no por lo que le dijo, porque tenía derecho a decírselo, sino por la forma. Acuérdese que Cardenal se arrodilló ante él, como signo de humildad. Otra cosa puede ser el perdón a todos los indígenas de América Latina por el trato que les habían dado los misioneros, aquí se puede entender como Papa.

Testamento: Por lo que se refiere al funeral, repito las mismas disposiciones que dio el Santo Padre Pablo VI (nota al margen: la sepultura en la tierra, no en un sarcófago).

Comentario: Esto tiene una tradición antigua y reciente, Pedro, el primer Papa, fue enterrado en tierra, como todo mundo, pero cuando ya vinieron las iglesias basílicas, grandes iglesias, se inventaron los nichos famosos que están incrustados en la pared. Contrario a las catacumbas. Pero la antigua tradición es enterrar. El papa Pablo VI volvió a esa tradición, él pidió que quería estar bajo la tierra y luego lo hizo Juan XXIII, y la tumba que dejó vacía Juan XXIII es la que ocupará Juan Pablo II.

Testamento: Cuando el día 16 de febrero de 1978 el cónclave de los cardenales eligió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynsk, me dijo: “La tarea del nuevo Papa será introducir a la Iglesia en el Tercer Milenio”.

Comentario: Es que el tercer milenio es un milenio de grandes cambios, culturales, de la civilización, estamos entrando en una era técnica, en donde la naturaleza humana va a quedar supeditada a la técnica, de modo que lo que van a prevalecer son las leyes de la técnica. Esto vendría a convulsionar totalmente la teología y la moral de la Iglesia católica y de las iglesias cristianas en general, porque el evangelio que predicó Jesucristo está cimentado en la creación natural del hombre. Si la técnica se sobrepone a lo humano, la iglesia tendría que repensar toda su teología y toda su moral o bien reafirmarla.

Testamento: Según los designios de la Providencia se me ha concedido vivir en el difícil siglo que se está acabando, que empieza a pertenecer al pasado y ahora, en el año en que la edad de mi vida alcanza los 80 años (‘octogesima adveniens’), es necesario preguntarse si no es tiempo de repetir con el bíblico Simón ‘nunc dimittis’.

Comentario: ‘Nunc dimittis’ es el cántico del anciano Simón, quien dijo: ‘Ahora ya puedes llevarte a tu siervo a vivir en paz, es la muerte‘. Pero Juan Pablo II afirmó en muchas veces que él no renunciaría, que él quería terminar con su misión hasta que Dios lo llamara.



He leído por tanto la escritura de mi testamento del último año, efectuada también durante los ejercicios espirituales; la he comparado con el testamento de mi gran predecesor y padre Pablo VI, con ese testimonio sublime sobre la muerte de un cristiano y de un Papa y he renovado en mí la conciencia de las cuestiones a las que se refiere el registro del 6.III.1979 que yo había preparado (de forma bastante provisional).

Hoy quiero añadirle solamente esto, que cada uno debe tener presente la perspectiva de la propia muerte. Y debe estar preparado para presentarse frente al Señor y al Juez y al mismo tiempo frente al Redentor y al Padre. Así, yo también lo tengo continuamente en consideración, confiando ese momento decisivo a la Madre de Cristo y de la Iglesia, a la Madre de mi esperanza.

Los tiempos que vivimos son indeciblemente difíciles e inquietos. También el camino de la Iglesia se ha vuelto difícil y tenso, tanto para los fieles como para los pastores, prueba característica de estos tiempos. En algunos países (como por ejemplo en aquel del cual he leído en los ejercicios espirituales), la Iglesia se encuentra en un período de persecución tal que no es inferior al de los primeros siglos, al contrario, incluso los supera por el grado de crueldad y de odio. Sanguis martyrum, semen christianorum. Y además esto: tantas personas inocentes desaparecen también en este país en que vivimos...

Deseo una vez más confiarme totalmente a la gracia del Señor. Él mismo decidirá cuándo y cómo tengo que terminar mi vida terrenal y mi ministerio pastoral. En la vida y en la muerte Totus Tuus mediante la Inmaculada. Aceptando ya desde ahora esta muerte, espero que Cristo me conceda la gracia para el último pasaje, es decir, la Pascua (mía). También espero que sea útil para esta causa tan importante a la que intento servir: la salvación de la humanidad, la salvaguardia de la familia humana y con ella de todas las naciones y todos los pueblos (entre ellos también me dirijo de forma particular a mi patria terrena), útil para las personas que de modo particular me ha confiado, para la cuestión de la Iglesia, para la gloria de Dios.

No quiero añadir nada a lo que escribí hace un año, solamente manifestar esta prontitud y al mismo tiempo esta confianza a las que de nuevo me han dispuesto los ejercicios espirituales.

5.III.1982

En el curso de los ejercicios espirituales de este año he leído (varias veces) el texto del testamento del 6.III.1979. A pesar de que todavía lo considero provisional (no definitivo) lo dejo en la forma en que existe. No cambio (por ahora) nada, y tampoco le agrego, por cuanto se refiere a las disposiciones que contiene.

El atentado a mi vida el 13.V.1981 confirmó, de alguna forma, la exactitud de las palabras escritas en el período de los ejercicios espirituales de 1980 (24.II- 1.III).

Cuanto más profundamente siento que me encuentro totalmente en las manos de Dios, y permanezco continuamente a disposición de mi Señor, confiándome a Él en su Madre Inmaculada (Totus Tuus).

5.III.82

Por cuanto se refiere a la última frase de mi testamento del 6.III.79 (“Sobre el lugar/ es decir, el lugar del funeral/ decida el Colegio Cardenalicio y los compatriotas”), aclaro que pienso en el metropolitano de Cracovia o el Consejo General del Episcopado de Polonia. Pido por tanto al Colegio Cardenalicio que satisfaga en la medida de lo posible las eventuales peticiones de los más arriba citados.

1.III.1985 (en el curso de los ejercicios espirituales).

De nuevo, por cuanto respecta a la expresión “Colegio Cardenalicio y los compatriotas”: el Colegio Cardenalicio no tiene ninguna obligación de interpelar sobre este argumento a “los compatriotas”; sin embargo, puede hacerlo si por alguna razón lo considerase justo.

Los ejercicios espirituales del año jubilar de 2000

(12-18.III)

(para el testamento)

1. Cuando el día 16 de febrero de 1978 el cónclave de los cardenales eligió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, el cardenal Stefan Wyszynsk, me dijo: “La tarea del nuevo Papa será introducir a la Iglesia en el Tercer Milenio”. No sé si repito exactamente la frase, pero al menos este era el sentido de lo que sentí entonces. Lo dijo el hombre que ha pasado a la historia como primado del Milenio. Un gran primado. He sido testigo de su misión, de su entrega total. De sus luchas: de su victoria. “La victoria, cuando llegue, será una victoria a través de María.” Estas palabras de su predecesor, el cardenal August Hlond, las solía repetir el primado del Milenio.

De este modo, me he preparado para la tarea que el día 16 de octubre de 1978 se presentó ante mí. En el momento en que escribo estas palabras, el Año Jubilar de 2000 ya es una realidad. La noche del 24 de diciembre de 1999 se abrió la simbólica Puerta del Gran Jubileo en la basílica de San Pedro, después la de San Juan de Letrán, la de Santa María Mayor el primer día del año, y el día 19 de enero la puerta de la basílica de San Pablo Extramuros. Este último acto, dado su carácter ecuménico, se ha quedado grabado en mi memoria de modo particular.

2. A medida que pasa el Año Jubilar de 2000, un día tras otro, se cierra detrás de nosotros el siglo XX y se abre el siglo XXI. Según los designios de la Providencia, se me ha concedido vivir en el difícil siglo que se está acabando, que empieza a pertenecer al pasado y ahora, en el año en que la edad de mi vida alcanza los 80 años (“octogesima adveniens”), es necesario preguntarse si no es tiempo de repetir con el bíblico Simón “nunc dimittis”.

El día 13 de mayo de 1981, el día del atentado al Papa durante la audiencia general en la plaza de San Pedro, la Divina Providencia me salvó milagrosamente de la muerte. Aquel que es único Señor de la vida y de la muerte, Él mismo me ha prolongado esta vida, en un cierto modo me la ha vuelto a dar. Desde aquel momento pertenece aún más a Él. Espero que Él me ayudará a reconocer hasta cuándo debo continuar este servicio, al que me llamó el día 16 de octubre de 1978. Le pido que me llame cuando quiera. “Pues si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor” (cf. Rm. 14, 8). Espero que hasta que pueda realizar el servicio petrino en la Iglesia, la misericordia de Dios me preste las fuerzas necesarias para ello.

3. Como todos los años, durante los ejercicios espirituales he leído mi testamento del 6.III.1979. Sigo manteniendo las disposiciones contenidas en él. Lo que entonces y durante los sucesivos ejercicios espirituales se ha añadido es un reflejo de la difícil y tensa situación general, que ha marcado los años ochenta. Desde el otoño del año 1989 esta situación ha cambiado. El último decenio del siglo pasado ha estado libre de las tensiones anteriores; esto no significa que no hayan surgido nuevos problemas y dificultades. De modo particular, sea alabada la Divina Providencia por ello, el período de la llamada “guerra fría” terminó sin el violento conflicto nuclear que pesaba sobre el mundo en el período precedente.

4. Al encontrarme en el umbral del tercer milenio, “in medio Ecclesiae”, deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, del que junto a la Iglesia entera y todo el episcopado me siento deudor. Estoy convencido de que las nuevas generaciones podrán servirse todavía durante mucho tiempo de las riquezas proporcionadas por este Concilio del siglo XX. Como obispo que ha participado en el evento conciliar desde el primero al último día, deseo confiar este gran patrimonio a todos aquellos que son y serán llamados a ponerlo en práctica en el futuro. Por mi parte, doy las gracias al Pastor eterno que me ha permitido servir a esta grandísima causa en el curso de todos los años de mi pontificado.

“In medio Ecclesiae”... Desde los primeros años de servicio episcopal —precisamente gracias al Concilio—, he podido experimentar la comunión fraterna del episcopado. Como sacerdote de la archidiócesis de Cracovia ya sabía que es la comunión fraternal el presbiterio; el Concilio abrió una nueva dimensión de esta experiencia.

5. ¡Cuántas personas tendría que nombrar aquí! Probablemente el Señor Dios habrá llamado a Su seno a la mayoría de ellos. Por lo que se refiere a los que todavía se encuentran en esta parte, que las palabras de este testamento les recuerden, a todos y en todas partes, allí, donde se encuentren.

En el curso de más de veinte años desde cuando presto el servicio Petrino “in medio Ecclesiae” he experimentado la benévola y muy fecunda colaboración de tantos cardenales, arzobispos y obispos, de tantos sacerdotes y personas consagradas —hermanos y hermanas—, en fin, de tantísimas personas laicas, en el ambiente curial, en el Vicariato de la diócesis de Roma, y también fuera de estos ambientes.

¡Cómo no abrazar con grata memoria a todos los episcopados del mundo, con los cuales me he encontrado a lo largo de las visitas “ad limina Apostolorum”! ¡Cómo no recordar también a tantos hermanos cristianos no católicos! !Y al rabino de Roma y a tantos numerosos representantes de las religiones no cristianas! ¡Y cuántos representantes del mundo de la cultura, de la ciencia, de la política, de los medios de comunicación social!

6. A medida que se avecina el límite de mi vida terrenal vuelvo con la memoria al principio, a mis padres, al hermano y la hermana (que no conocí porque murió antes de que yo naciese), a la parroquia de Wadowice donde fui bautizado, a esa ciudad que amo, a mis coetáneos, compañeras y compañeros de la escuela primaria, del bachillerato, de la universidad, hasta los tiempos de la ocupación, cuando trabajé como obrero y después en la parroquia de Niegowic, en la cracoviana de San Floriano, en la pastoral de los universitarios, en aquel ambiente... en todos los ambientes... en Cracovia y en Roma... en las personas que de forma especial el Señor me ha confiado.

Quiero decir a todos solo una cosa: “Que Dios os recompense”.

“In manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum”

A. D.

17.III.2000