Maradiaga El camino hacia el Vaticano

Óscar Martínez

Maradiaga, el cardenal que suena como el posible primer papa centroamericano, se considera insustituible en Honduras. El camino hasta alcanzar ese adjetivo inició con su primer título episcopal.

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EN “LA BAJADA”. En 2001, Maradiaga participó en los actos en honor al Salvador del Mundo en San Salvador. Es una de muchas visitas que ha hecho al país.

Maradiaga, el cardenal que suena como el posible primer papa centroamericano, se considera insustituible en Honduras. El camino hasta alcanzar ese adjetivo inició con su primer título episcopal.

onduras ya olía a elecciones presidenciales. Corría mayo de 2000 cuando el arzobispo de Tegucigalpa, Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, se pronunció: “Es injusto que no le permitan ser candidato”. Esas ocho palabras fueron la clave para que el nacionalista Ricardo Maduro empezara el camino que lo llevó a donde está hoy: en la presidencia.

Maduro tenía problemas para ser aceptado como candidato en su partido. “No es ciudadano hondureño”, argumentaban sus opositores liberales ante las encuestas que le otorgaban una abrumadora ventaja. Su padre, de origen panameño, era la excusa de los detractores. Fue entonces cuando, entre otras voces, resaltó la del arzobispo.

Grupos que mantuvieron el anonimato distribuyeron la idea de que Maradiaga era partidario de los nacionalistas. Y el mensaje acarreaba morbo: su padre y su abuelo participaron en gobiernos nacionalistas durante el siglo pasado. Pero la opinión pública no compró lo que le vendían.

La figura de Maradiaga pudo más. Su voz ya pesaba entonces, a pesar de no haber llegado hasta la cumbre de la credibilidad, donde ahora está. El arzobispo ya hacía retumbar su nombre en toda Honduras, el mismo que ahora recorre todo el mundo desde una caja de resonancia con más eco: Ciudad del Vaticano.

El imparable ascenso de su capacidad de influencia lo ha llevado a ser el hombre más influyente de Honduras. Ese camino ahora lo tiene en la Santa Sede, a seis días para que inicie el cónclave del que podría salir el primer papa centroamericano.

Pero su éxito se hunde en los últimos años de los setenta. En octubre de 1978, los salesianos acababan de confiar al entonces joven sacerdote de 36 años la rectoría del colegio San Miguel, de Tegucigalpa. Él aceptó el encargo.

Una tarde de ese mes, llegó a casa de su madre con el semblante serio. “¿Qué pasa?”, le preguntó su hermano mayor, Jorge. “Otra vez me quieren nombrar obispo auxiliar ”, contestó Maradiaga. “Es como en el ejército: usted ya no será soldado, será militar de alto rango”, le contestó Jorge. A los minutos, anunció a su madre que aceptaría el cargo que ya había rechazado dos veces, justificando ocupaciones.

Así, 12 días después de que Karol Wojtyla se asomó en la plaza San Pedro convertido en Juan Pablo II, Óscar Maradiaga fue el primer nombramiento aprobado por el nuevo papa: obispo auxiliar de la diócesis de Tegucigalpa.

Con ese cargo, se reencuentra con el que alguna vez reconoció como su tutor: monseñor Héctor Santos, arzobispo de la capital hondureña y ex director del colegio San Miguel.

Hacia la credibilidad

El ahora papable trabaja a gusto con Santos, conocido como un cancerbero de los dogmas católicos.

Sin embargo, y más importante aún en la carrera de Maradiaga, encuentra en el arzobispado una plataforma para ser escuchado y para denunciar los problemas del país.

El mensaje del ahora cardenal surge desde su llegada. “El nivel de denuncia del arzobispado se empieza a notar”, asegura Dagoberto Rodríguez, editor del diario “El Heraldo”, de Tegucigalpa, y quien desde hace más de cuatro años se encarga de seguirle la trayectoria.

Los toques de atención que en ese entonces daba con timidez son los mismos que ahora continúa dando: corrupción, olvido de los pobres y necesidad del perdón de la deuda a los países miserables.

En 1979, y bajo recomendación de Juan Pablo II, es llamado a incorporarse al Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), el organismo rector de los obispos de la región. A principios de 1982, ante la ausencia de titular, es nombrado administrador de la diócesis de Santa Rosa de Copán, Honduras.

Pero ese año también asestó al hondureño uno de los golpes más bajos. El obispo partía hacia Copán un lunes. El domingo, llegó a despedirse de su madre, la que despertó en él la devoción católica. Antes de que él partiera, ella le pidió que la confesara. Así fue.

El lunes, el obispo auxiliar salió temprano a su destino. Su madre, según cuenta la hermana de Maradiaga, pronunció unas palabras y cedió ante la diabetes: “Ahora estoy lista”. El martes, el cura regresó en un helicóptero a la capital... para asistir al funeral.

Esto no detuvo su meteórico ascenso dentro de la Iglesia. En frente tenía uno de los escalones más altos. En 1987 es nombrado secretario general del CELAM. Lo avalaron varios años de lucha en una labor que Juan Pablo II les había encomendado: luchar por el perdón de la deuda a los países latinoamericanos más pobres.

En 1995, el micrófono del CELAM le da todo el volumen: es nombrado presidente. Desde enero de 1993, ocupaba el cargo de arzobispo de Tegucigalpa.

Ya como abanderado principal, Maradiaga opta por realizar algunas acciones que lo empiezan a caracterizar como alguien menos conservador de lo que se pensaba. En 1999, por ejemplo, en una cumbre de los países más industrializados, comparte escenario con el cantante Bono, vocalista de grupo irlandés U2. El objetivo: pedir la categoría de país pobre altamente endeudado para varias naciones.

Casi seis años después, la semana pasada, el presidente Maduro anunció con alegría que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial habían otorgado el rango a Honduras. La rúbrica de Maradiaga, ya lejos de su país, estuvo presente en la consecución de la categoría que permitiría que se le condonen a Honduras más de 1 mil millones de dólares de los 5 mil millones que adeuda.

Es parte de la cosecha sembrada hace años por el ahora cardenal, que hace que pocos cuestionen su prestigio dentro de su país.

Sus “milagros”

Las anécdotas maravillosas, que rozan la línea de lo milagroso, recorren los recuerdos de sus familiares. Roberto Ochoa, un sobrino del cardenal, recuerda que, cuando el ex presidente Carlos Facussé le ofreció ser embajador en Israel, él contestó: “Tengo que consultar con Dios y con alguien más”. Ese alguien era el arzobispo Maradiaga.

“Vas al patio de Nuestro Señor, pero entra en esa capilla —le contestó Maradiaga señalando un pequeño santuario de la catedral—, ora y tendrás tu respuesta.” Ochoa entró, abrió la Biblia y pasó sus páginas, hasta detenerlas con un dedo. El dedo estaba en una frase del evangelio de San Pablo: “Ve a Israel”, se leía, según recuerda el que minutos después anunció que aceptaba el puesto.

Llegó 2001, y la entonces concebida como cúspide del imparable ascenso de Maradiaga ya circulaba entre el clero hondureño. “Será nuestro primer cardenal”, se decía.

Así fue. El 21 de febrero de 2001, estaba en Ciudad del Vaticano ante 25 mil personas y acompañado por 43 colegas más. Entre ellos, el brasileño Claudio Hummes y el argentino Jorge Bergoglio, dos de los cardenales latinoamericanos que los medios especializados califican como papables.

En aquella ceremonia masiva, Juan Pablo II los nombró cardenales, y les impuso la vestimenta que se valora en cerca de 2 mil dólares.

De regreso en su Honduras natal, la voz de denuncia no se acalló. Aumentó. En esos años, pasa a formar parte de la Consejo Nacional Anticorrupción, y se gana otro título popular que aún mantiene: mediador en conflictos nacionales.

Su primer logro no tardó en llegar. Inicia una campaña a favor de que la Corte Suprema de Justicia sea elegida por un grupo representativo de la sociedad civil, y no “a dedazo” por el congreso, como describe el editor de “El Heraldo”. Cerca de un año después, la importancia de su figura volvió a jugar a su favor, y el cambio se realizó.

“En esos años, hay muchos que, tocados en sus intereses, quisieron manchar su nombre”, recuerda el padre José Jesús Mora, vicario de medios de comunicación que comparte casa con Maradiaga.

Al empezar a denunciar a los grupos que utilizaban a Honduras como un paso para la droga entre Colombia y Estados Unidos, el papable recibe en su casa llamadas anónimas advirtiéndole que tenía que elegir: silencio o muerte.

“No le gusta alarmarnos; solo que cuando pasó lo de las drogas, sí se puso grave”, relata Hortensia Rodríguez, su hermana. Tan grave se puso que el gobierno de Maduro decidió, a pesar de las negativas del cardenal, ponerle cuatro guardias.

“Antes manejaba su carro”, recuerda Hortensia. Después no, decir las cosas como son tiene su precio. Ahora, Maradiaga solo se hace acompañar de dos vigilantes.

Sin embargo, las anónimas amenazas de muerte no le trajeron sino más prestigio. Una respuesta del editor de “El Heraldo” deja claro qué tanto peso adquirieron las palabras del cardenal. ¿Qué tan frecuente es que aparezca su voz en la portada de los diarios? “Si él ofrecía declaraciones diarias, aparecía a diario.”

Eso sí, con el renombre viene la reserva. “Para entrevistar al cardenal es necesario enviarle un cuestionario”, explica Rodríguez. De ahí, Maradiaga descarta aquellos cuestionamientos comprometedores sobre el Gobierno.

A pesar de moderarse, no se detuvo. Medió cuando los maestros hicieron huelga en 2003 por el exceso de estudiantes. Se pronunció cuando el sacerdote, nacido en El Salvador, Andrés Tamayo emprendió su marcha de tres días desde Olancho hasta la capital para protestar por la tala de árboles en aquella región hondureña, aunque “nadie se podía negar a pronunciarse”, como Tamayo matiza la intervención del cardenal.

Las ofertas le llovían, inusuales muchas de ellas. “Le propusieron ser director de la Policía”, recuerda el padre Carlo Magno, presidente del Tribunal Eclesiástico. “No podía —continúa Magno—, pero se lo ofrecieron por ser la única autoridad moral con el peso necesario.”

Y el rosario de frases sigue. “No vemos a otra figura que pueda sustituirlo”, dice Rodríguez. “Es la voz de los sin voz”, dice su hermana. Ante eso, resuena la frase que cerró el discurso que envió desde el Vaticano para que fuese leído el martes pasado en la misa de honor al Papa celebrada en la basílica de Suyapa: “No se olviden de los pobres”.

Sus últimas palabras para un país que está entre la alegría y la zozobra de cara a la posibilidad de dejar que el hombre más influyente de Honduras suba el último peldaño, y se convierta en uno de los más influyentes de todo el mundo.