Africano, simpático y ultraortodoxo

Enric González/El País
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Francis Arinze es considerado el número cuatro de la curia vaticana. Quien fuera en su momento el obispo más joven del mundo fue convertido al cristianismo a los nueve años por un misionero. De llegar al trono de San Pedro, sería el primer papa nacido como no católico.

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EL CAMINO DE LA FE EN ÁFRICA
NOMBRE: Francis Arinze

PROCEDENCIA: Nació el 1.º de noviembre de 1932 en Nigeria.

CARGO: Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

EXPERIENCIA: Fue nombrado obispo de Onithsa, Nigeria, con solo 32 años de edad, lo que lo hizo entonces el obispo más joven del mundo.

Tiene la sonrisa a flor de labios y la piel negra, cree en los derechos humanos y en el diálogo con otras religiones y, en materia de ortodoxia católica, es un duro entre los duros, con especial animadversión hacia la homosexualidad.

No es muy probable que del cónclave salga un papa africano, pero si ese fuera el caso, el elegido sería sin ninguna duda el nigeriano Francis Arinze, de 72 años, número cuatro de la jerarquía vaticana como prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, experto en los entresijos curiales y buen amigo del cardenal Joseph Ratzinger.

Francis Arinze nació el 1.º de noviembre de 1932 en Eziowelle, estado de Onitsha, Nigeria, en una familia animista de la etnia ibo que lo envió a una escuela de misioneros irlandeses. En la escuela se hizo católico.

A los ocho años conoció al misionero Cyprian Michael Iwene Tansi (beatificado por Juan Pablo II en 1998), quien se convirtió en su mentor y lo orientó hacia el sacerdocio.

Se ordenó en 1952 en el Vaticano, adonde llegó a bordo del autobús 64 con una maleta de cartón tras una travesía por mar hasta Liverpool y una odisea ferroviaria por media Europa.

Teólogo y pastor

Arinze es doctor en Teología (su tesis versó sobre el concepto de sacrificio en la religión de los ibo) y licenciado en Magisterio, y, pese a haber vivido más de dos décadas en el cerrado ambiente de la curia (el Gobierno vaticano), puede exhibir las credenciales pastorales imprescindibles para un pontífice.

En su momento fue el obispo más joven del mundo, con solo 32 años, y cuando estalló la guerra de Biafra se encontró en el lado de los suyos, los ibo, frente al Ejército federal nigeriano. Aquella matanza, que causó más de un millón de víctimas, lo hizo profundamente antibelicista.

Cuando llegó la paz, reconstruyó su diócesis de Onithsa, ya como arzobispo, e impuso una filosofía de austeridad y trabajo que enamoró a Juan Pablo II en su viaje pastoral a Nigeria de 1982. Wojtyla lo llamó de inmediato al Vaticano para situarlo al frente del Secretariado para los No Cristianos (hoy Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso). En 2002 lo nombró prefecto de la Congregación para el Culto Divino.

Arinze es simpático y telegénico, goza de popularidad entre los otros cardenales, mantiene excelentes relaciones con el islamismo (considera que musulmanes y judíos pueden alcanzar también la vida eterna) y, a diferencia de otros altos cargos religiosos, puede hablar con una mujer sin desviar la mirada.

Nadie le atribuye una inteligencia excepcional ni una gran cultura.

Un conservador

En el aspecto doctrinal se decanta por la intransigencia. Como ejemplo, su visión de Occidente: “En muchas zonas del mundo, la familia vive asediada bajo la presión de una mentalidad opuesta a la vida y reflejada en la contracepción, el aborto, el infanticidio y la eutanasia; la familia sufre el escarnio de la pornografía, el insulto de la fornicación y el adulterio, la burla de la homosexualidad y el sabotaje de las uniones irregulares, y además se ve cortada en dos por el divorcio”.

Arinze, el más eminente de los cardenales, opina que los activistas homosexuales y los políticos católicos favorables al aborto no deben recibir la comunión.

La moral sexual de la Iglesia católica no irrita mucho en África, que sabe bien lo que es sufrir el sida.

Pero muchos católicos africanos que rechazan la anticoncepción estarían contentos si la Iglesia católica repensase su actitud hacia los condones y los permitiese al menos de cara a la prevención del sida, una cuestión de vida o muerte.

Para muchos, un papa africano sería un reconocimiento al hecho de que la Iglesia católica en África tiene la mayor cuota de crecimiento en todo el mundo. Mientras las parroquias en Europa se quejan de escasez de curas, los seminarios de muchos países africanos están llenos.