Ortodoxo y amigo de Lula mundo@laprensa.com.sv Este franciscano de aspecto gris, hijo de inmigrantes alemanes, con un poderoso bagaje de experto en filosofía, ecumenismo, y en luchas obreras, ha utilizado con profusión y maestría radio y televisión para potenciar su mensaje pastoral. Es el cardenal que más se parece a Juan Pablo II en el manejo de la fase mediática. |
|
|||||||
|
Entre los cardenales electores que aspiran a suceder a Juan Pablo II, ninguno se le parece tanto en la faceta mediática como Claudio Hummes. Este franciscano de aspecto gris, con un poderoso bagaje de experto en filosofía, ecumenismo, y en luchas obreras, ha utilizado con profusión y maestría radio y televisión para potenciar su mensaje pastoral, desde la diócesis de Sao Paulo. Curas cantantes y expertos en las técnicas de telecomunicación hacen fortuna a la sombra del arzobispo que, en su día, coqueteó con la teología de la liberación. Pero eso es ya historia. Los años, las responsabilidades y la experiencia directa del daño causado por esta ideología cristiana combativa en las bases católicas brasileñas han centrado al arzobispo de Sao Paulo hasta convertirlo en un moderado socialdemócrata. Hummes es un papable saludado por su talante progresista, muy al estilo de su viejo amigo, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, al que, en sus años de líder sindical, dio cobijo en la catedral de San Andrés, una ciudad del cinturón industrial de Sao Paulo, de la que fue obispo coadjutor, primero, y diocesano después, durante 21 años, entre 1975 y 1996. Juan Pablo II le envió entonces al norte, a la archidiócesis de Fortaleza, donde permaneció sólo dos años. A su llegada, pronunció una frase que sus biógrafos recordarán como una predicción humilde, pero incorrecta: “Mi próximo paso será retirarme o irme a la tumba”. Dos años después, fue designado arzobispo de Sao Paulo, la diócesis más grande de Brasil, y ahora el purpurado de 70 años es considerado uno de los candidatos a suceder al papa Juan Pablo II. Un frío comienzo Su llegada a Sao Paulo estuvo inmersa en la polémica. Hummes venía a sustituir a Paolo Evaristo Lins, un obispo con fama de izquierdista poco grato al pontífice, y la recepción fue fría. El nuevo arzobispo demostró enseguida que los temores eran infundados, dejando al descubierto su talante abierto y moderno. Y es que Claudio Hummes conjuga en su persona muchas cualidades que le serían de utilidad en caso de ser elegido papa. Nacido el 8 de agosto de 1934 en la localidad de Montenegro (Porto Alegre), es hijo de inmigrantes alemanes, aunque su personalidad es la de un verdadero brasileño. Probablemente, en él se funden las dos culturas fundamentales del catolicismo, la europea y la latinoamericana. Es, además, contra todo pronóstico, un candidato severo en cuestiones de moral sexual, quizá como contraposición a la relajación de costumbres que impera en Brasil en este terreno. El arzobispo de Sao Paulo se ha declarado repetidas veces contrario al uso del condón, como medio para prevenir el sida, aún a riesgo de ser tildado de reaccionario, y ha criticado con palabras duras el desenfreno sexual. Un alineamiento con las tesis de Juan Pablo II que habrá contado, sin duda, en los ascensos en el escalafón eclesiástico. Aunque, bien mirado, su ascenso no ha sido tan fulminante. Karol Wojtyla esperó algunos años —desde su nombramiento como arzobispo de Sao Paulo, en 1998, hasta el consistorio de 2001— para concederle la birreta cardenalicia, un gesto obligado por la importancia de la archidiócesis. El punto de desconfianza El candidato brasileño tiene también sus enemigos en el cónclave. Principalmente los sectores inmovilistas que desconfían de él y le consideran capaz de un giro a la izquierda llegado el momento. Autor de varios libros, celebra misa ocho veces por semana, graba programas para radios y televisión y escribe para la prensa. Hummes se enfrenta, en el país con mayor número de católicos del mundo, a una espectacular deserción de fieles, tentados por las sectas evangélicas. En un gigantesco trasvase de fuerzas, más de 20 millones de católicos brasileños (el país tiene unos 180 millones de habitantes) se han pasado a las filas evangélicas en las últimas tres décadas. Todo un desafío para la Iglesia católica que quizás esté pensando en un papa local para frenar este preocupante fenómeno. |