DE SALIDA. Cardenales abandonan el sábado la última misa en el novenario para Juan Pablo II en la basílica de San Pedro.
El cónclave más universal de la historia


Por primera vez en la historia, la Iglesia no descarta elegir un papa latinoamericano, aunque sus candidaturas no son las más sólidas si se toma en cuenta cuáles serán las prioridades del próximo pontífice, que se prevé sea la renovación de la curia.

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Duración de escrutinio
La duración de los cónclaves para la elección del papa ha oscilado desde unas horas hasta más de dos años.

La elección más rápida fue la de Julio II, en 1503, que solamente necesitó unas horas, y la más larga, la de Celestino V, que duró 27 meses (de 1292 a 1294).

Juan XXIII, Angelo Giuseppe Roncalli, patriarca de Venecia, fue elegido a los 77 años, el 28 de octubre de 1958, al undécimo escrutinio, con 51 cardenales presentes. Nació en Sotto il Monte (Bérgamo) el 25 de noviembre de 1881 y murió el 3 de junio de 1963, al quinto año de papado.

Después de la elección de dos papás, la elección de Juan Pablo II, Karol Jozef Wojtyla, cardenal y arzobispo de Cracovia, se incorporó con retraso al cónclave el 14 de octubre de 1978. Fue elegido Papa el día 16 de octubre, con 58 años. Necesitó ocho escrutinios y 99 votos sobre un total de 111 cardenales.

Juan Pablo II nombró durante su pontificado a 232 cardenales de más de 50 países, y dejó en herencia una Iglesia global y un cónclave, el que desde hoy se reúne, multicultural, multiétnico, geográficamente más disperso de lo que nunca lo fue el Colegio Cardenalicio.

Pese a la tradicional predominancia europea (58 de los electores, 20 de ellos italianos), en el precónclave se ha dejado sentir la pujanza de la Iglesia latinoamericana, y en las filtraciones de los cardenales a la prensa han sido constantes las veladas referencias a la necesidad de considerar seriamente la posibilidad de nombrar a un papa nacido en el Tercer Mundo.

“Un papa venido de África, Latinoamérica, incluso Asia, nos enseñaría a ser más tolerantes, que es lo que quería Juan Pablo II”, afirmaba unos días atrás una joven peregrina polaca, ilustrando sin saberlo los rumores que ya salían de los muros vaticanos. Bajo esta premisa, los nombres del nigeriano Francis Arinze o el indio Iván Días, ortodoxos en cuestiones de moral, pero evidentemente aperturistas en su doctrina social o en el campo de las relaciones ecuménicas, han sonado con fuerza.

Las opciones de que el 264.º sucesor de Pedro sea un latinoamericano se han nutrido de esa misma idea, y del hecho de que más de un 44 por ciento de la población católica mundial esté al sur de Río Grande. “No quiero que se me malinterprete, pero de América puede partir una reevangelización de Europa”, dice Fernando Navarro, un sacerdote mexicano. El vaticanólogo John Allen le daba la razón días atrás al advertir que el futuro de la Iglesia católica “está en el sur”.

De ese sur, vienen nombres sobre los que se ha especulado estos días, como opciones para un giro liberal de la Iglesia (Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, o el brasileño Claudio Hummes) o para una votación de consenso entre los cardenales conservadores y los más reformistas, como el emergente Darío Castrillón Hoyos, de Medellín, pero radicado en Roma desde hace años, como prefecto para la Congregación para el Clero.

“Hummes, al fin y al cabo tiene ascendencia alemana”, apuntaban fuentes vaticanas días atrás, alentando sus opciones como una figura de orden en una Iglesia católica difícil de dirigir a la estela del reinado de Juan Pablo II. En cuanto a Maradiaga, son muchos los vaticanistas que señalan que el fenómeno mediático que se ha desatado alrededor suyo le perjudica, más que favorecerle.

Sin fronteras

En el cónclave que hoy empieza, sin embargo, parece superado el rasgo geográfico y hay quien insiste en que no se busca al mejor italiano o latinoamericano, sino “al mejor hombre”. “El ‘shock’ que el pueblo italiano vivió cuando se nombró a un papa polaco no debió ser mucho mayor al que supuso para los romanos en el siglo XVI que se eligiera a un papa, por ejemplo, de Venecia”, ilustra de hecho un funcionario de la Santa Sede.

En contra de los cardenales latinoamericanos, juegan, sin embargo, poderosos factores, y no solo de índole personal. Se ha criticado la juventud o la supuesta falta de una sólida formación teológica de muchos de ellos, más entregados a la labor pastoral que al púlpito doctrinario. Se han señalado, en otras ocasiones, polémicos escarceos pasados con la teología de la liberación (que señalan a Hummes o Rodríguez Maradiaga) o, como en el caso del argentino Jorge Mario Bergoglio, con los regímenes dictatoriales de los ochenta.

Pero lo decisivo puede acabar siendo el hecho de que como prioridad del nuevo papado ya se señala una tarea muy específica y poco relacionada con la expansión de la fe o la justicia social: la renovación de la curia. Se atribuye a Joseph Ratzinger la expresión de que el nuevo papa debería utilizar el báculo “antes que nada, para barrer la casa”. Lo cierto es que Juan Pablo II abrió el papado al mundo, pero, según coinciden todos los analistas cercanos a su pontificado, descuidó el Vaticano, y dejó el timón de la Iglesia, de puertas para adentro, a personas de su confianza, como el cardenal Angelo Sodano, o su secretario privado, monseñor Estanislao Dziwisz.

Para esa tarea, los latinoamericanos no se perfilan como los más indicados, poco conocedores de las intrincadas relaciones de poder que se han creado en 26 años de pontificado ininterrumpido de Wojtyla, alejados de los delicados equilibrios políticos que mantienen en funcionamiento el día a día en Roma, en los que los poderes públicos italianos y la conferencia episcopal local, se interrelacionan de manera poco transparente a ojos de los profanos, según aseguran los vaticanistas.

Es ahí, de hecho, donde radica la solidez de la candidatura de Ratzinger, pese a todos sus evidentes obstáculos. Si se dan por válidas las tesis que indican que la primera prioridad del nuevo pontífice será asentar la estructura interna de la Iglesia y menos que depurar la burocracia vaticana, el nombramiento de un latinoamericano hablaría sin duda de una Iglesia arriesgada, más que valiente.



Juan Pablo II dejó delicada herencia

Un titular periodístico decía, días atrás, que para gobernar la actual Iglesia harían falta cuatro papas, en lugar de uno. El papa que emane de este cónclave tendrá que enfrentarse de nuevo a los problemáticos temas morales relacionados con la sexualidad, considerados “pendientes” por los sectores más progresistas del catolicismo, revisar una vez más su concepto de dignidad de la mujer y acometer nuevas políticas para superar las aún gruesas barreras de la relación del catolicismo con otras confesiones, especialmente con el islam en el mundo luego de los atentados del 11-S.

Pero los problemas más delicados y menos conocidos los encontrará entre los muros de la ciudad santa: “Juan Pablo II quiso evangelizar el mundo, pero se olvidó de gobernar la Iglesia”, afirma una fuente vaticana. El nuevo papa deberá, según diversos analistas, retomar las riendas de la curia, y revisar el papel de los laicos en la Iglesia.

Sin olvidar la situación financiera de la Iglesia, golpeada por las millonarias indemnizaciones que ha tenido que pagar tras los escándalos de pederastia en Estados Unidos y por las deudas de Radio Vaticano que tuvo que saldar recientemente: 10.5 millones de euros.