La corriente liberal perdió el pulso

Ciudad del Vaticano/El País
mundo@laprensa.com.sv

La homilía que Joseph Ratzinger protagonizó el lunes, pocas horas antes de que iniciara el cónclave, es presentada por los vaticanistas como el programa de su propia candidatura.

Imprimir esta nota Enviar esta nota Opinar sobre este tema



Papa

La homosexualidad es un desorden objetivo, pero la Iglesia debe acogerlos con respeto y compasión.”

J. Ratzinger,

en pastoral

de 1986.

Tener una fe clara, según el credo de la Iglesia, se etiqueta a menudo como fundamentalismo.”

J. Ratzinger,

el 18 de abril de 2005.

Los cardenales me han elegido a mí, un simple y humilde trabajador en

la viña del Señor.”

J. Ratzinger,

ayer, tras ser nombrado.

La homilía que Joseph Ratzinger protagonizó el lunes, pocas horas antes de que iniciara el cónclave, es presentada por los vaticanistas como el programa de su propia candidatura.

l entonces cardenal Joseph Ratzinger presidió el lunes la misa “pro eligendo romano pontifice”, la celebrada antes de que los 115 purpurados se encerraran. Fue un sermón duro, dicho en “una hora de gran responsabilidad para la Iglesia católica”, y que los vaticanistas interpretaron como el programa de su candidatura a la sucesión de Juan Pablo II.

El alemán adoptó en la misa el tono severo de sus días como gran inquisidor de Juan Pablo II para condenar “la dictadura del relativismo” y defender la ortodoxia doctrinal.

Ratzinger, cuyo anclaje teológico se remonta a Santo Tomás de Aquino y al medievo, hizo un homenaje al inmovilismo que Karol Wojtyla habría sin duda suscrito. Pero Wojtyla combinaba sus condenas a la modernidad con un calor humano que Ratzinger no es capaz de emitir, al menos en público... y al menos hasta ayer.

La homilía empezó con una referencia apenas velada a sus esfuerzos para mantener la ortodoxia durante sus 24 años como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, rimbombante nombre que tiene su antecedente histórico en la temida Santa Inquisición.

“Cuántos vientos de doctrina hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas de pensamiento —dijo Ratzinger—, y la pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido agitada con frecuencia por esas ondas, llevada de un extremo a otro, del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc.”

Benedicto XVI prosiguió en su alocución: “Cada día nacen nuevas sectas y se cumple lo que dice San Pablo sobre el engaño de los seres humanos, sobre la astucia que tiende a llevar al error”.

LA DEFENSA

Luego defendió sus propias posiciones: “Tener una fe clara, según el credo de la Iglesia, se etiqueta a menudo como fundamentalismo”. Y atacó de forma indirecta las posiciones de quienes propugnaban una adecuación doctrinal a la actual realidad social: “Mientras el relativismo —es decir, el dejarse llevar por cualquier viento de doctrina— parece la única actitud en los tiempos que corren, toma forma una dictadura del relativismo que no reconoce nada que sea definitivo, y que deja como última medida solo al propio yo y a sus deseos”.

La homilía de Ratzinger definió a la perfección las posiciones del grupo de los cardenales “dogmáticos”, y debió decepcionar, por omisión, a los que desearían un mayor interés de la Iglesia hacia los problemas sociales o una reforma de las estructuras eclesiales.

Juan Pablo II combinaba el dogma con lo social. Ratzinger, en cambio, no habló de la justicia, un tema del máximo interés para el Papa difunto.

La misa “pro eligendo romano pontifice” fue abierta al público, y la basílica de San Pedro se llenó hasta los topes. Junto a Ratzinger, quien presidió la ceremonia, cooficiaron los otros 114 cardenales presentes con derecho a voto por tener menos de 80 años.

Los demás cardenales se sentaron en primera fila, con arzobispos y otras autoridades eclesiales. Detrás, el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Y el público, que aplaudió tras la homilía.

El ambiente entre los purpurados era tenso. No se vieron sonrisas ni gestos de complicidad, salvo alguna media sonrisa en el momento de darse la paz.

El propio Joseph Ratzinger parecía cansado, con voz débil y gafas caladas, muy distinto al que pronunció la homilía en el funeral de Juan Pablo II, y muy distinto también al que ayer se asomó al balcón de la basílica.

En el Vaticano se da por seguro que el cardenal alemán tendrá que moderar, ahora que se ha convertido en Benedicto XVI, la dureza de su lenguaje. La elección de su “gabinete” servirá para comprobar hasta dónde está dispuesto a ceder.


Cardenal al que no le faltaron detractores

Joseph Ratzinger se ganó muchos enemigos como “guardián de la fe”. Es el momento de comprobar si Benedicto XVI es más conciliador.

El pontificado de Benedicto XVI inicia con el apoyo claro de al menos 77 de los 115 cardenales electores. Ellos avalaron, antes incluso de lo que se esperaba, la candidatura conservadora del llamado por muchos “guardián de la fe”. La de Ratzinger parece ser una apuesta por la claridad doctrinal.

Antes del cónclave, varios cardenales se pronunciaron en contra de un papa del Tercer Mundo, al considerar que son incapaces de entender un mundo que gira en torno a Europa o Estados Unidos.

Así, con Ratzinger se convierte en líder de la Iglesia católica uno de sus teólogos e intelectuales contemporáneos de más largo currículum. Un teólogo e intelectual que, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se ha granjeado odios y enemigos.

Al poco de asumir su cargo en 1981, en decisiones respaldadas por Juan Pablo II, emitió duras condenas contra representantes de la teología de la liberación, obligando a penas de silencio a teólogos como el brasileño Leonardo Boff. Mientras, junto con el Papa, prohibió discutir sobre el sacerdocio femenino o sobre el celibato.

De todas maneras, es en su propio país, Alemania, donde Ratzinger registra el mayor número de enemigos. A finales de los noventa y comienzos de la actual década, mantuvo una fuerte disputa con los obispos locales al obligar a las instituciones católicas alemanas a abandonar la red estatal de asistencia a mujeres embarazadas.

Ratzinger recibió además críticas del cardenal alemán Walter Kasper cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe emitió la polémica declaración “Dominus Iesus”, donde Ratzinger reiteró la posición tradicional de que fuera de la Iglesia católica no hay salvación, algo que le trajo numerosas críticas por parte de las demás confesiones cristianas y de otras religiones.

Antes de la elección papal, organizaciones católicas reformistas como Somos Iglesia, muy extendida en el centro de Europa, consideraron que la designación de Ratzinger sería inmoral.