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El segundo PONTIFICADO más largo Con sus más de 25 años al frente del Vaticano, el Papa le legó una cara moderna a la Iglesia. |
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Abril
2. (3:00 p.m.) Son las 5:15 de la tarde del 16 de octubre de
1978 en Roma. Un conmovido Karol Wojtyla, con lágrimas en los ojos,
acepta los resultados de la elección, que con 97 de 111 votos lo
convierten en el indiscutible ganador.
Entonces, las papeletas de voto de la octava ronda de escrutinios quemadas en la chimenea de la Capilla Sixtina envían al cielo una humareda blanca. Las palabras Habemus Papam (Tenemos Papa) le dan, inmediatamente, la vuelta al mundo. El nuevo pontífice escoge el nombre de Juan Pablo II: un homenaje a los papas de los dos concilios (Juan XXIII y Pablo VI) y a su predecesor inmediato. Unos minutos después, el hombre de blanco se presenta finalmente ante el público que se congrega en la plaza de San Pedro. Y la gente se rinde ante su juventud, su carisma, su gestualidad y su energía. Un trabajo prolífico Lejos parece ahora ese día de octubre de 1978. Juan Pablo II pasó a la historia no sólo por ser el primer Papa no italiano después de 455 años y el más joven al momento de su elección después de 133 años, sino también por ser el cuarto pontificado más largo de la historia de la Iglesia, después de León XII, Pío IX y san Pedro. Y su actividad fue prolífica. En sus más de 25 años al frente del Vaticano escribió más de 14 encíclicas, 13 exhortaciones apostólicas, 11 constituciones apostólicas, 42 cartas apostólicas y 28 motu proprio (documentos sobre el gobierno de la Iglesia). Fue el Papa que proclamó además el mayor número de santos y beatos: mil 315 beatos y más de 483 canonizaciones. Nombró a 201 cardenales y convocó ocho consistorios para la creación de purpurados y celebró más de mil 83 audiencias generales semanales, con lo que recibió a unos 17 millones de fieles de todo el mundo. Sin contar que fue también el pontífice más viajero. Pero eso es un capítulo aparte. Juan Pablo II, superestrella Ningún otro Papa había generado el magnetismo sobre las masas como Juan Pablo II. e San Francisco a Buenos Aires, de Río de Janeiro a Seúl, de Manila a París, dondequiera que fue, el Papa reunió en sus peregrinaciones a más personas que ninguna otra personalidad. Para hacer palidecer a cualquier estrella de rock o de cine. En ocasiones como en Manila, Filipinas, en 1995, donde dos millones de personas asistieron a verlo la mayor concentración en torno al Papa , Juan Pablo II tuvo que ser transportado en helicóptero hasta el templete. ¿Cómo explicar ese magnetismo, ese éxito de un hombre que a pesar de viejo y con un mensaje no siempre halagador siguió fascinando a las multitudes hasta el fin? El teatro y los medios Es sin duda en la juventud de Karol Wojtyla, en su trabajo de dramaturgo y actor que efectuó antes incluso de entrar al seminario que residió una parte del secreto de su carisma, de sus gestos, de la atracción que generó en las masas. La experiencia sobre las tablas dejó sus huellas: tonos trabajados, énfasis en determinadas palabras, silencios después de declaraciones importantes, gestos de las manos, juego con las reacciones y las ovaciones de la multitud. Pero ese mismo Papa de las masas fue también un pontífice intimista que supo dialogar por igual con 2 millones de personas que con un individuo. Más que ningún Papa antes que él, supo poner al individuo al centro de su doctrina. Juan Pablo II vio en cada católico, un apóstol, y en cada ser humano, un hermano. Así, el individuo salió de la masa y entró con él en escena. Sólo en sus audiencias públicas de los miércoles, que superaron el millar, se calcula que asistieron al Vaticano más de 17 millones de fieles para dialogar con el Santo Padre. Y en esa puesta en escena supo utilizar a los medios de comunicación a su favor. No sólo incluyendo, desde el inicio de su pontificado, al Vaticano en las transmisiones satelitales y produciendo videocasetes con sus mensajes, sino proyectando la imagen de un hombre ordinario que se dejaba captar por las cámaras cuando nadaba, esquiaba o cuando, ya viejo, arremolinaba su bastón en el viento de los montes Tatras, de Polonia. Una imagen que sedujo incluso a millones de jóvenes. Una de las poblaciones católicas que menos entusiasmo había mostrado desde el Concilio Vaticano II. |