En la Juan Pablo II desconocían la muerte del Papa
Fotos y texto por Juan José López
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Irónicamente, la gente que se encontraba en la arteria que lleva su nombre, vivía entre la cotidianidad y la ignorancia del deceso.

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Abril 2. (6:30 p.m.) Las cuencas de los ojos de aquella mujer no fueron suficiente para expresar lo perpleja que quedó al saber que el Papa Juan Pablo II ya había fallecido.

Para ella, una vendedora de frutas de la acera del parque Infantil que linda con la alameda Juan Pablo II, "ya nada va a ser igual, si (el Papa) ya no existe", según expresó con sentimiento de soledad.

El viento que soplaba entonces y mermaba un poco lo caluroso de la tarde movió sus mechones negros y colochos, y la hizo evocar el temor de un augurio. "Dicen que va a venir el sello de la bestia".

Entre el barullo de los demás vendedores y los escapes de los buses, la mujer reconoció el trabajo del Pontífice como mediador en los conflictos armados de otros países, incluido El Salvador.

Así como esta vendedora, otras cuatro personas, de 15 consultadas sobre su conocimiento del deceso, dijeron estar tristes por la partida de su Santidad; el resto se enteró al ser abordado.

Desde la intersección con la avenida Independencia, en el corazón de San Salvador, hasta la prolongación de la misma, en la colonia Escalón, y una hora después, el histórico suceso, al parecer, no había calado en los corazones de los capitalinos.

Al menos dos establecimientos comerciales del mercado de Pulgas, ubicado frente al parque Centenario, seguían el desenlace del fallecimiento en los televisores que ofertan a los transeúntes.

En el lugar, el escepticismo y la tristeza se mezclaron en los vendedores. Para Jorge Escobar, la noticia significó "la pérdida de un gran ser humano, difícilmente reemplazable". En tanto que para Kenny Martínez, se trató de "la muerte de ese viejito", el cual "nunca me ha llamado la atención".

Nueve años después

En el centro de San Salvador, la noticia se difundió inmediatamente. Las campanas de los templos católicos comenzaron a repicar, y se mantuvieron haciéndolo así cada media hora.

En la catedral Metropolitana, los sentimientos se confundían con los preparativos del 25 aniversario del martirio de monseñor Óscar Arnulfo Romero.

Unas 300 personas permanecían en el lugar elevando sus plegarias para el apacible descanso del sucesor de San Pedro y la memoria de Romero. Muchos se enteraban con la edición extraordinaria de LA PRENSA GRÁFICA, la cual contiene material concentrado sobre el Pontífice.

Mientras tanto en la urbanización Siglo XXI, cerca de Metrocentro, ahí donde fue instalado en 1983 y 1996 el templete papal, y fue colmado de cientos de católicos, la vida seguía con su habitual normalidad entre la modernidad y un predio baldío, árido y lleno de basura y desechos humanos, del cual nadie pensaría que una vez albergó a su Santidad, el Papa Juan Pablo II.