Recuerdos de una madre
carmelita “Le dio otro sentido a la vida” mundo@laprensa.com.sv Pertenecer a la congregación de las carmelitas y viajar a Roma para aprender el italiano le valió a Concepción Echeverría para conocer a Juan Pablo II. Hoy recuerda con nostalgia sus encuentros con el pontífice. |
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Corría el mes de septiembre de 1979. Juan Pablo II había invitado a un grupo de religiosos a orar junto con él en la residencia de Castelgandolfo, cerca de Roma, donde descansaba. Estaba a punto de cumplir su primer año de pontificado. Concepción Echeverría, madre carmelita, llevaba 12 días en la ciudad, aprendiendo el idioma italiano. Fue una de las invitadas a la residencia papal, y no se lo creía. “Nos habían dicho que teníamos que mantener la disciplina y no acercarnos a él”, comenta. Tras rezar el Rosario, el Santo Padre salió a saludar a los invitados. Había a su alrededor 70 religiosos de todas partes del mundo. Y todos guardaban cordura ante su presencia. Pero Concepción, que entonces tenía 28 años, se abrió paso entre la gente para tocar su manto. “Yo sentía que el corazón se me salía”, recuerda. Cuando le habló, con voz fuerte, le dijo: “Vengo de El Salvador, soy carmelita de San José. En mi país todos lo quieren”. El Papa puso sus manos en la cabeza de Concepción y le entregó su bendición. La acción la repetiría Juan Pablo II tres años después, un 18 de mayo, el día de su cumpleaños. La monja y otros lo esperaban en su biblioteca personal, para saludarlo. “En esa ocasión me dijo: ‘Sé buena’”, comenta la religiosa; luego, llora. Ayer vio por televisión el anuncio de la muerte del pontífice. Recordó los días que vivió en Roma, donde lo miraba casi cotidianamente y el Papa le regalaba rosarios. La última vez que lo vio fue en México, en 1999. Se sorprendió al ver su espalda encorvada. “Yo que se la vi tan rectesita. Eso me mostró la misión que Dios
le había confiado. Le dio otro sentido a la vida. Me enseñó la entrega
total”, reflexiona y agrega: “Fue una vela que se consumió
por alumbrar al mundo” El solideo papal que yace en El Salvador Cuando vino el Papa por segunda ocasión a El Salvador, en 1996, la congregación de las carmelitas trabajó para servirle durante sus horas de descanso en la nunciatura apostólica. La religiosa María Abarca sirvió el vino ese mediodía. Nunca imaginó que a la llegada del pontífice este le daría dos golpesitos en la mejilla, en señal de saludo. Nosotras habíamos comprado un solideo en Roma y se lo queríamos dar. Queríamos darle algo que usara, rememora. Pero el nuncio apostólico, Manuel Monteiro de Castro, no sabía de la treta que planeaban las carmelitas. Ellas esperaron a que Juan Pablo II partiera de la nunciatura para entregar el presente. Yo había escondido el solideo detrás de una maceta, para dárselo cuando pasara, recuerda Teresa. Al tenerlo al lado, sacó el obsequio. Él lo vio y abrió los ojos, asustado. Le dije: Santidad, le ofrecemos este solideo. Entonces él se le quedó viendo. Queremos que se lo ponga, le dijo. El Papa lo recibió y tuvo una nueva interrupción de Teresa: Y queremos que nos dé el que anda. Hizo como que se lo ponía a ella, bromeando, pero luego lo entregó en sus manos. La joya ahora está guardada en el hogar de la congregación en Santa Tecla y en la mente de la monja. . |