El rechazo frontal de la “CULTURA DE MUERTE”


Caído el comunismo, Juan Pablo II se enfrenta de lleno al nuevo “ateísmo” de las sociedades permisivas occidentales: la “cultura de muerte”.

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En una visita a Fátima, Portugal, nace su temor de “ver el marxismo reemplazado por otra forma de ateísmo que, adulando la libertad, tiende a destruir las raíces de la moral humana y cristiana”.

En 1994, sus miedos crecen al leer el documento final preparado para la conferencia sobre población de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que debía celebrarse en septiembre.

Con desesperanza, ve en ese documento el aliento de un “derecho universal” a la regulación de los nacimientos, a la información sexual de los jóvenes, el acceso a los contraceptivos y al aborto.

Todos los temas por los cuales ha mostrado su férrea posición en contra se ven de pronto a punto de ser avalados por la comunidad internacional, liderada por Estados Unidos.

Juan Pablo II reacciona y decide combatir.

Una batalla en todos los frentes

Pero su combate es viejo, de años. Desde tiempo atrás, el Papa fustiga a los dirigentes occidentales, porque, según él, estos países de ascendencia católica tratan de imponer a los países del sur una moral permisiva que ignora el matrimonio, abandona la familia, planifica la contracepción, acepta el aborto y no rechaza la eutanasia.

Eso que llama “cultura de muerte” lo obsesiona porque le resulta completamente incompatible con el bíblico mandamiento de “no matarás”.

Juan Pablo II contraataca en todos los frentes. En marzo de 1995, publica su encíclica “Evangelium vitae”, que condena sin excusas el aborto y la eutanasia, dos de los actos donde ve más claramente la mentalidad en contra de la vida.

“Aún en la fragilidad de la última hora, la vida humana no está jamás desprovista de sentido, ni es inútil”, declara en 1998, ante un grupo de ancianos de un hospicio de Viena, Austria.

Pronto lleva su tesis a otras latitudes. Interviene en repetidas ocasiones en favor de condenados a muerte estadounidenses y pide, en 1998, a la Conferencia de Roma no incluir ese castigo dentro de la jurisdicción del nuevo Tribunal Penal Internacional para juzgar los crímenes de guerra y los genocidios.

Los jóvenes: la esperanza

Pero quizás el tema más espinoso y el que más voces en contra le acarrea es la contracepción y el sida.

Desde el principio de su pontificado, Juan Pablo II confirma la interdicción de la “píldora” pronunciada por Pablo VI y proscribe el uso del preservativo en plena pandemia de sida.

Fiel a 2 mil años de enseñanza eclesiástica, para él lo que importa no es la salvación de los cuerpos, sino que la de las almas.

Castidad y fidelidad son los verdaderos remedios para la epidemia. Un mensaje repetido una y otra vez, aún durante su visita a Uganda, en 1993, donde se calculaba que 1 millón 494 mil personas de los 16 millones 600 mil habitantes eran seropositivos.

Pero la “cultura de vida” que predica no significa aceptar todo. El Papa rechaza, por ejemplo, la clonación, que bajo el pretexto del progreso científico llevaría al hombre a creerse Dios. “El progreso es real solo si respeta la imagen de Dios en el hombre”, concluye.

Todo, sin embargo, se reduce, según el Papa, a la moral cristiana. Divorcio, adulterio, homosexualidad, cohabitación juvenil, poligamia y desprecio de la mujer son las bases del movimiento que lleva hacia la “cultura de muerte”.

En una ironía aparente, es a los jóvenes a quienes confía la defensa de todos esos valores de la Iglesia que muchos consideran preñados de un insoportable olor a viejo.

En 1993, durante las jornadas mundiales de la juventud, lanza el llamado: “El siglo XX habrá sido una época de ataques masivos contra la vida, una interminable serie de guerras y una masacre permanente de vidas humanas inocentes. La masacre de inocentes no es un acto menos pecaminoso o menos destructor porque esté realizado de manera legal o científica”.