Redacción en vilo

Héctor Silva Ávalos
Jefe de Información



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“La pregunta, ahora, es si Su Santidad volverá otra vez a tierras salvadoreñas.” Con esa frase, uno de tantos periodistas de televisión cerraba su último “stand-up” de ese 8 de febrero de 1996. Tras él, el avión que había traído a Juan Pablo II a El Salvador 12 horas antes iniciaba maniobras para despegar del aeropuerto de Ilopango.

Los periodistas de prensa escrita, instalados en una tarima, rematábamos apuntes. En aquellos tiempos el celular era un lujo y había que correr a la redacción para hacer los últimos cambios a las notas que abrirían los periódicos del siguiente día.

El frenesí ante la segunda visita del Sumo Pontífice era similar al que se vive en cualquier redacción cuando se cubren eventos tan grandes como elecciones presidenciales, terremotos o inundaciones. Y el frenesí, en síntesis, consiste en que la locura diaria, en estos casos, alcanza límites extraordinarios: los gritos de los editores son peores, el monstruo de la hora de cierre se torna más hambriento y, al final, el cansancio revienta el cuerpo y el espíritu.

Durante la cobertura de la segunda llegada del Papa, sin embargo, había una diferencia. El escepticismo con que se suele abordar las promesas de campaña o el terror que ronda silencioso ante la crudeza de un desastre natural no existieron esa vez. Recuerdo que los periodistas, desde los viejos más curtidos hasta los jóvenes contestatarios, nos rendimos de una forma u otra al carisma de Karol Wojtyla.

Uno de los redactores de este periódico que cubrió el recorrido de Juan Pablo II desde Ilopango hasta Metrocentro aún recuerda la electricidad que se apoderó de él cuando se vio a unos metros del Pontífice. “Casi pude darle la mano”, dice.

Apreciar la devoción con que miles de salvadoreños se volcaron para ver a su pastor en 1996 y recordar la esperanza con que lo recibieron en 1983, en medio de la cruda guerra civil, era impresionante.

El Papa no volvió más a El Salvador, pero, como reportamos aquellos días del 96, dejó su huella en los salvadoreños, periodistas incluidos.