Multitudes desfilan ante el féretro
del Papa El cuerpo de Juan Pablo II ha recorrido la plaza de San Pedro en el que fue su último desfile en el Vaticano. A partir de ayer, los fieles tienen cuatro días para ver por última vez a quien en vida fuera el máximo jerarca y pastor de la Iglesia católica. |
|
|||||||
|
“Ha valido la pena esperar ocho horas, llegar ante el Santo Padre, ver a tanta gente, a tantos jóvenes.” La hermana Ruth es salvadoreña y las 10:30 de la noche de ayer en Roma se le notaba, paradójicamente, descansada. A su lado, Sonia y Amaira, otras dos monjas carmelitas de San José, apuraban el paso para esperar un bus que las llevara hasta su residencia, el camino contrario al que hacen cada mañana. Trabajan en el Vaticano, aunque no se olvidan de que vienen del colegio Belén, en Santa Tecla. “Para los salvadoreños, el Papa ha dado un mensaje de coraje”, apunta Ruth, que se torna prudente a la hora de hablar de sus labores en la Santa Sede. “Sí, lo conocimos, lo vimos en muchas ocasiones”, acota. Las religiosas salvadoreñas eran solo tres de los centenares, miles, según cálculos extraoficiales, que desfilaron desde las 6 de la tarde de ayer en la basílica de San Pedro, hasta que a las 3 de la madrugada se cerraron las puertas, que estaban previstas abrir a las 5, después de haber acondicionado de nuevo el templo. La larga espera Muchos pasaron la noche allí, en la plaza, de pie, haciendo cola. Los cálculos oficiales que hablaban de 2 millones de peregrinos comienzan a quedarse pequeños: podrían llegar hasta a 4 millones, según la prensa italiana. Pasada la medianoche, decenas de autobuses de líneas especiales dispuestas por el gobierno de Roma seguían rodando, repletos hacia la plaza vaticana. Salían desde las estaciones de tren y de las entradas de la ciudad para que los peregrinos no intenten entrar con sus vehículos hacia el Vaticano. Sabina Derstolf, una alemana de 22 años, llegaba alrededor de esa hora a la plaza, con mochila a la espalda y el cansancio de cinco horas de tren desde Múnich. No encontró con quien venir, así que emprendió el viaje sola. “He venido a dar gracias al Papa por ser de verdad. Parece conservador para mucha gente, pero es porque se atrevía a decir cosas que no gustaban a todos”, decía. Homenaje final A la salida de la basílica, después de contemplar el cuerpo del pontífice, muchos usaban el teléfono celular para contar la experiencia a sus familiares. “Mamá, lo he visto”, se limitaba a decir uno. Al lado, como en otras zonas de la columnata de la plaza, pequeños grupos se sentaban o arrodillaban en círculo después de dar el adiós al pontífice. En el fondo, uno de contraste en esta plaza de las contradicciones, la pantalla gigante reflejaba cómo decenas de quienes llegaban ante el baldaquino que custodia al Papa sacaban una fotografía de recuerdo y se marchaban. Otros se arrodillan para ofrecer una plegaria ante el féretro, pese a que las instrucciones son estrictas: caminar y no detenerse. “Me arrodillé ante él y pensé, soy un pecador”, confiesa Walter Batista. Anunzia Catano, una italiana de 60 años, sigue en la cola después de
cuatro horas. ¿Qué significaba el Papa? Le pregunta un periodista. “Mira
esa estrella en el cielo, ese es el Papa”, respondió. Dolor en el Vaticano El último desfile papal El tránsito del cuerpo del Papa hasta San Pedro estuvo marcado por la conmoción y el silencio. Faltaban 4 minutos para las 5 cuando comenzaron a sonar los cantos gregorianos en la Sala Clementina. Desde la plaza se oyeron algunos aplausos. La Guardia Suiza flanqueó el cuerpo de Juan Pablo II, al fin y al cabo eran los actos fúnebres de un jefe de Estado. Doce empleados pontificios cargaron la plataforma sobre la que descansaba el Papa y siguieron al interminable rosario de diáconos, obispos y cardenales. Tardaron casi media en hora, entre pasillos y salas de mármol, en llegar hasta los feligreses. El cuerpo de Juan Pablo II estuvo por primera vez ante ellos. Los rostros eran de conmoción, de desconcierto, ahora si es clara la pérdida entre los seguidores de Wojtyla. Ha salido por el lateral derecho, por la puerta de bronce, y entra a San Pedro por la puerta principal. Quizá sean minutos de recogimiento para todos, sus miradas están más como errantes. El Papa está muerto, ya todos lo han visto. Adentro, comienza la liturgia que los altavoces reproducen. La mayoría comienza a retirarse, no venían en busca de palabras, sino de una imagen. Ya la tienen.
|