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La palabra cónclave procede de los términos latinos "cum" (con), y "clavis" (llave), y se adoptó en el siglo XIII, cuando tras la muerte del Papa Clemente IV los cardenales dejaron vacante la sede apostólica durante más de dos años.

Esa situación llevó al gobernador de Viterbo (Italia) a encerrar (con llave) a los purpurados en el palacio hasta finalizar la elección. Esta medida fue elevada a ley por Gregorio X en el segundo Concilio de Lyon en 1274.

Anteriormente, en 1118 se celebró la primera asamblea de cardenales más parecida a lo que hoy conocemos como cónclave y entonces los purpurados se reunieron en secreto en el monasterio de Santa María in Pallara, en la colina romana del Palatino, para elegir, al margen de las presiones políticas, al que sería Gelasio II, un benedictino llamado Giovanni Caetani.

Bajo Alejandro III (1159-1181), en el Concilio de Letrán celebrado en 1179, se aprobó la Constitución "Licet de vitanda" que por primera vez fijó la regla de los dos tercios de los votos para la elección del pontífice y reservó esa elección en exclusiva a los cardenales.

Un siglo después, en 1241, se celebró lo que algunos historiadores llamaron el cónclave del terror, en el que los cardenales fueron encerrados durante sesenta días ante el acoso del emperador Federico, que pretendía imponer a su candidato. Durante ese encierro enfermaron e incluso murió uno de los purpurados.

De este cónclave resultó elegido papa Celestino IV el 25 de octubre. Su pontificado duró sólo diecisiete días debido al agotamiento padecido durante la asamblea.

Después del Cónclave de Viterbo comenzado en 1268 y del que salió elegido Papa Gregorio X, éste reguló a través de la constitución "Ubi Periculum" de 1274 la elección de Papa.

A partir de ese momento se estableció un periodo de diez días desde la muerte del pontífice hasta el comienzo del cónclave y se fijó la obligación de que las sesiones de la asamblea se realizaran a puerta cerrada y en una única sala. El secreto de las deliberaciones se garantizó con la amenaza de excomunión para aquellos que intentaran comunicarse con los cardenales.

El efecto de la "Ubi Periculum" fue inmediato, ya que el siguiente cónclave celebrado en Arezzo, 1276, del que salió elegido Inocencio V, solo duró un día, del 20 al 21 de enero. Fue hasta ese momento el primero más corto de la historia, porque luego los cónclaves volvieron a alargarse al abolir dos años después la constitución.

Otro cónclave a destacar fue el celebrado en 1288, en el Palacio de los Papas de la Colina romana del Aventino, en el que los cardenales fueron víctimas de una epidemia de peste, que provocó la muerte de seis electores y el aplazamiento de la elección, pero sin interrumpir formalmente el cónclave.

Los purpurados se marcharon y quedó sólo uno como custodio, Gerolamo d'Ascoli, lo que provocó que la sede quedara vacante, y tras el regreso de los purpurados, éstos decidieron hacer Papa al cardenal, que asumió el nombre de Nicolás IV.

En 1292 la Sede estuvo vacante durante dos años, tres meses y un día. Ante esta anómala situación, Pietro Damarrone, fraile benedictino, intervino enviando un mensaje a los doce electores en el que los llamó al servicio de la Iglesia, y éstos, sin dudarlo, lo eligieron Sumo Pontífice por inspiración el 5 de julio de 1294 en Perusa. Adoptó el nombre de Celestino V.

A comienzos del siglo XIV, dividido el colegio cardenalicio entre los partidarios y contrarios de Francia, el 15 de junio de 1305, se celebró el último cónclave en Italia: fue en la ciudad de Perugia y se eligió a Clemente V, quien tras recibir la tiara en Lyon, decidió trasladar la sede a Avignon (Francia).

El siguiente cónclave celebrado en Roma en 1378, tuvo lugar en medio de una gran tensión al amotinarse los romanos en apoyo de un Papa italiano, como así sucedió al designar a Urbano VI, que dirigió la Iglesia hasta 1389.

Superado el cisma y las sucesivas crisis de autoridad en la Iglesia, el Renacimiento supuso el desarrollo y establecimiento de la Roma papal que se disputaban las sucesivas familias italianas.

Por ejemplo, en el cónclave celebrado en 1492, que eligió Papa a Alejandro VI, 22 de los 23 cardenales eran italianos.

En esa época el colegio cardenalicio era reflejo de las grandes familias italianas, como los Medici, Farnesio, Orsini, etc.

Esta situación degeneró e hizo necesaria la reforma de la Iglesia y en el cónclave de enero de 1532 treinta y nueve cardenales eligieron como papa a un holandés Adriano VI, último pontífice no italiano hasta el polaco Juan Pablo II (1978-2005).

En el siglo XVII la Iglesia Católica atravesaba un momento de debilidad económica que propició la intervención de las potencias europeas (España, Francia y Austria) de las que dependía la elección del Papa, situación que se prolongó durante todo el siglo XVIII.

A finales de este siglo y tras las invasiones napoleónicas, el Papa Pío VI redactó una nueva norma para la elección del pontífice, por la que en caso de necesidad ésta se podría realizar antes de los diez días establecidos para la misma y en cualquier ciudad de un territorio que tuviera como soberano a un rey católico y donde se pudiera reunir el mayor número de cardenales.

Con esas normas se reunió un cónclave a finales de 1799 en Venecia, en el que 35 de los 46 electores designaron el 14 de marzo de 1800 a Pío VII.

En el siglo XIX los cónclaves estuvieron marcados por los movimientos revolucionarios que desembocaron en la unificación de Italia, para la que el poder temporal del Papa y los Estados Pontificios era un impedimento.

En esta situación convulsa, el papa Gregorio XVI, elegido en 1831, reguló con disposiciones excepcionales el mecanismo de sucesión según el modelo de un cónclave de urgencia, fórmula con la que fueron elegidos los dos últimos Papas del siglo XIX, Pío IX y León XIII, en los cónclaves de 14 a 16 de junio de 1846 y de 18 a 20 de febrero de 1878, respectivamente.

En la elección de León XIII lo primero que debatieron los cardenales fue el lugar de celebración del cónclave para evitar una posible intervención desde el Gobierno italiano. Un número elevado de purpurados se inclinaba por llevarlo a España, aunque finalmente la asamblea cardenalicia se celebró en la Ciudad Eterna.