Ejemplares de las cartas recibidas desde el Vaticano que Hernández guarda con mucha devoción en su hogar. | Feligrés recibió carta día de muerte de Juan Pablo II La
última bendición del Papa |
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Ahora comienza el verdadero vacío en el Vaticano. Con el impresionante por asistentes, contrastes y emociones funeral de ayer se cerró definitivamente el pontificado del papa Juan Pablo II, anticipadamente apellidado el Grande, y se abrió una nueva etapa en la Iglesia católica, que queda ante el difícil reto de superar la impronta del papa polaco. Mientras Roma recupera la normalidad y la curia se centra en las novemdiales (la novena que hoy por la tarde, hora italiana, comienza en memoria del Papa) y, sobre todo, en las cábalas previas al cónclave que arrancará el día 18, queda ya para la crónica histórica el sepelio de Karol Wojtyla. En una mañana nublada, inusualmente fría, en una plaza de arquitectura simbólica pero que nunca había sido tan abierta como ayer. Adiós a plaza llena A las 10:05 de la mañana del viernes 8 de abril había en la atestada San Pedro personas y banderas de todo el mundo, cerca de 3 mil 500 líderes políticos y religiosos de todo el planeta, 140 cardenales, y un sencillo ataúd de cedro con una cruz y una M labrados. La M de María, de la Virgen María, una de las principales inspiraciones espirituales y de sellos doctrinales del Papa muerto. Había aplausos, había algunas voces de viva el Papa, pero había sobre todo serenidad, tras la agitación de días anteriores. Una religiosa polaca de nombre María, cómo no, atraía a los fotógrafos con su colorido traje regional y una foto del Papa imponiéndole las manos. Comenzó la ceremonia, sin olores a incienso, más como el inevitable punto y final a seis días robados a la muerte. Una chilena leyó los Hechos de los Apóstoles. Joseph Ratzinger, el cardenal alemán que simbolizó por años la armadura ideológica de Juan Pablo II, oficiaba en latín. Muchos seguían la ceremonia por radio, para gozar de traducción simultánea. La homilía, sin embargo, fue en italiano, e incluyó un saludo para quienes seguían la ceremonia por radio y televisión. Un breve recorrido por la vida del pontífice. Palabras importantes dedicadas a un hombre unánimemente considerado importante. El amor de Cristo ha sido la fuerza dominante del Santo Padre; por eso ha podido llevar este peso más allá de la fuerza humana, dijo el cardenal en su homilía, y muchos lloraron. Seguro que está en la ventana de la casa del Santo Padre , nos ve y nos bendice, dijo el prelado. Y tras la homilía, el momento cumbre. Se habían escuchado gritos aislados de santo, santo, pero esta vez la plaza se llenó de pancartas, en similares tipografías, con un solo lema: ¡Santo súbito!. ¡Santo ya! Surge la incertidumbre de cómo colegiar un deseo masivo del catolicismo más fervoroso y expresivo, más apostólico y romano, con la tradicionalmente lenta burocracia de la ascensión a los altares. En la plaza, sin embargo, las pancartas recibieron aplausos cerrados. Ni una crítica. Gracias a un grande La ceremonia rodó lentamente hacia las dos horas y media de duración, en un clima de insistente silencio roto por los helicópteros y los vivas. Pero faltaba un último gesto ante un palco plagado de diferencias históricas, políticas e ideológicas ayer apaciguadas. Líderes de las Iglesias de Oriente hicieron un último homenaje al pontífice que visitó sinagogas y mezquitas. El Kyrié Eleison perdóname, Señor unía dolores y despedidas. Los frutos de Juan Pablo II se están viendo ahora. Han venido personas y líderes de todo el mundo y de diversas religiones para despedir a un hombre de Dios... Ojo, no del catolicismo, sino de Dios, comentaba Hernando Olaya, un sacerdote colombiano, mientras dejaba caer la mirada en dirección a las cerca de 250 mil personas que copaban San Pedro y todas las calles adyacentes, una cifra casi simbólica si se la coloca junto a los más de dos millones que visitaron su capilla ardiente los últimos días. Ellos vieron lo mismo que millones de espectadores alrededor del mundo: una ceremonia perfectamente elaborada, una retransmisión espectacular (una de las cámaras estaba ubicada en un helicóptero), emocionante, que con algunos de sus planos más intensos centrados en el ataúd marcó por momentos el ritmo de los aplausos. Un sacerdote comenzó a agitar un pañuelo. Un adolescente comenzó a apretar las mandíbulas y no logró evitar llorar. De un lateral llegaron gritos que decenas de personas corearon: ¡Giovanni Paolo!. Decían dziekujemy. Gracias, en polaco..
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