INTENSA LUCHA. Desde hace varios años, el Papa Juan Pablo II luchó contra una larga serie de enfermedades. Esta imagen de 2002 muestra que sólo su voluntad lo mantenía en pie.
Una larga pasión
Agencias
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El sucesor de San Pedro sufrió numerosos quebrantos de salud, que marcaron más de un cuarto siglo de pontificado.

 

La historia médica del jefe de la Iglesia católica fue larga y densa a partir del día que se accidentó a los 20 años, cuando un camión lo atropelló en las minas de Wadowice, Polonia, donde entonces trabajaba.

La última intervención quirúrgica a la que fue sometido el pontífice fue el 8 de octubre de 1996, cuando fue operado de apendicitis. Sin contar la caída en Polonia, en junio de 1999, cuando se hirió en la frente derecha, por lo que tuvieron que suturarlo con tres puntos.

Desde mediados de los años 90 la enfermedad de Parkinson comenzó a manifestarse en forma evidente, sobre todo en la mano izquierda, que temblaba continuamente, mientras la parte izquierda del rostro, cuyos músculos se habían aflojado, le daba un aspecto severo.

Los síntomas de la apendicitis se le manifestaron en varias ocasiones durante todo el año de 1995, tanto que el día de Navidad tuvo que interrumpir bruscamente la tradicional bendición "Urbe et Orbi" (A la ciudad y al mundo), trasmitida en directa televisiva, debido a las naúseas, que lo obligaron a entrar precipitadamente a su dormitorio.

El pontífice, que en abril de 1994 había sufrido una fractura en el cuello del fémur derecho tras lo cual le implantaron una prótesis, rengueaba de manera bastante evidente por varios años.

La historia de sus internaciones en el Policlínico Gemelli de Roma, que se abrió con el atentado en la plaza de San Pedro de 1981, es rica de capítulos.

Juan Pablo II fue gravemente herido en la Plaza de San Pedro por el terrorista turco Ali Agca en el abdómen y más ligeramente en la mano izquierda, la misma mano que luego temblaba por la enfermedad neurológica.

El Papa fue hospitalizado algunos meses después del atentado por una infección viral contraída por una transfusión y regresó de nuevo en 1992 al hospital romano para la extracción de un tumor en el intestino y por una luxación del hombro derecho en 1993.

A pesar de su increíble capacidad de recuperación, a despecho de sus años de deporte, de fútbol, de canoa, de bicicleta, de ski, de natación y caminatas, el jefe de la Iglesia católica envejeció bruscamente luego de la fractura del cuello del fémur.

Ese tipo de accidentes, relativamente frecuentes en las personas de edad, representó un trauma dramático para el Papa por las fuertes limitaciones que impuso. El pontífice tuvo que padecer los mismos sufrimientos de la gente de su edad, viéndose obligado a renunciar a sus desplazamientos o a hacerlos rengueando o con la ayuda de un bastón. No se podía poner de rodillas sin sufrir.

Desde 1994 debió contentarse de besar la tierra que visitaba contenida en un pote en vez de arrodillarse y besar directamente el suelo como siempre hizo durante su viajes por el mundo.

En septiembre de 1998, cuando murió su cirujano, el doctor Francesco Crucitti, la persona que le salvó la vida el 13 de mayo de 1981 tras haber oído la noticia del atentado por la Radio Vaticana y que luego lo operó tres veces, el Papa evocó con emoción sus grandes capacidades profesionales, morales y espirituales. Había sido seguramente una de las personas que mejor lo conocía.

En el 2003, a los 83 años, el Papa dejó de caminar y sus desplazamientos los efectuaba en una suerte de trono móvil.

Sus problemas de salud lo obligaron a reducir notablemente el ritmo de trabajo y en ocasiones tuvo que renunciar a la lectura de sus mensajes y discursos debido a sus problemas de elocución.

Juan Pablo II nunca pensó en dejar su cargo por razones de salud. "No sabría a quién presentarle mi dimisión", solía decir.