Imprimir esta nota Enviar esta nota Opinar sobre este tema


Cualquier bautizado puede pedir la santificación de una persona, que tiene que llevar al menos cinco años muerta y haber pasado previamente por un proceso de beatificación.

Antiguamente, los santos eran proclamados por "vox populi" (aclamación popular), pero para evitar abusos, los obispos asumieron la responsabilidad y se convirtieron en el primer filtro en el largo proceso hacia la beatificación, paso previo a la canonización..

- La beatificación:

La propuesta de beatificación es realizada por una persona que debe contar con la aprobación del obispo y de la Congregación de los Santos, que debe ser experta en Teología, Derecho Canónico e Historia y vivir de manera regular en Roma.

En el informe que presentará al obispo sobre el candidato o siervo de Dios, que pasará a llamarse 'Venerable', debe figurar una biografía de éste, sus escritos y testimonios.

El obispo podrá tratar directamente dicha información o delegar esta labor en un sacerdote. Posteriormente, designará a un promotor de justicia y recabará la opinión de dos teólogos tras el examen de los escritos del candidato.

También tendrá que recoger las pruebas de los milagros y testimonios antes de convocar una especie de tribunal contrario a la causa, así como a los expertos encargados de estudiar los documentos y a médicos en caso de que se haya producido una curación milagrosa.

El milagro no es requerido si la persona ha sido reconocida mártir. Los beatos son venerados públicamente por la iglesia local.

- La canonización:

Con la canonización, al beato le corresponde el título de santo. Para la canonización hace falta otro milagro atribuido a la intercesión del beato, ocurrido después de su beatificación.

Las modalidades de verificación del milagro son iguales a las seguidas en la beatificación, aunque el Papa puede obviar estos requisitos.

La canonización compromete la infalibilidad pontificia.

La canonización conlleva el culto público en la Iglesia universal, la asignación de un día de fiesta y la consagración de iglesias y santuarios.

Prácticamente todos los papas de los primeros cinco siglos fueron declarados santos.

En el año 993, el papa Juan XV procedió a la primera canonización realizada por un pontífice en la persona de Ulric de Ausburgo. Gregorio IX formalizó el proceso y en 1234 las canonizaciones se reservaron solo al Papa.

En el año 1588 el Papa Sixto V puso el proceso en manos de la Congregación para las Causas de los Santos y del Santo Padre.

Desde al año 1000, se han proclamado santos a cinco papas. Se trata de León IX, Gregorio VII, Celestino V, Pío V y Pío X.

Pero ha sido Juan Pablo II el gran hacedor de santos con la proclamación de 482 en más de 26 años de pontificado, de los cuales al menos 245 son mártires, sin contar a los 1.342 beatos.