Paula Heredia
Escrito por Una entrevista de Gabriel Labrador A. Fotografías de Óscar Leiva
Paula Heredia tiene la costumbre de interrogar a sus entrevistadores. Hoy lo hace y luce interesada en las respuestas. Al mismo tiempo, busca en su computadora portátil la página web de Casa Clementina, la fundación que administra junto a su esposo desde 1996, año en que volvió a El Salvador por primera vez después de una especie de exilio artístico.
Tiene 23 años de residir en Nueva York y de estar visitando de manera ocasional El Salvador. Sus biografías en la internet hablan de reconocimientos en más de uno de sus documentales. La mayoría han sido para la cadena de televisión estadounidense HBO, aunque su aura creadora ha llegado más lejos que eso, como lo demuestra su fundación en Suchitoto. En 2003 alcanzó un Emmy a la mejor edición por el documental “In memoriam: New York 9/11/2001”, sobre el atentado terrorista a las Torres Gemelas. Su último documental es “Africa Rising”, y habla sobre los esfuerzos por frenar la mutilación de genitales a mujeres en África. Con sus películas ha tocado diversos temas como las drogas, la moda, el arte, la fantasía, el sexo y las ciudades.
A pesar del contacto que ha tratado de mantener con el país, hay cineastas salvadoreños a los que ya no les brillan los ojos cuando oyen hablar de Paula. La miran hacia arriba, en las grandes ligas de la cinematografía, pero lo malo es que ella, dicen sus detractores, ve para abajo, por encima del hombro, con cierta altanería. Otros dicen que le gusta sacar provecho de su nombre y su imagen triunfadora, y que lo que viene promoviendo con ínfulas de grandeza termina en proyectos pequeños.
Por encima de cualquier crítica, Paula, que nació en San Salvador el 13 de octubre de 1957, dice que ama el cine, y que si no hubiera cine en El Salvador nunca podría vivir aquí. Por eso es incansable en demostrar que aquí hay talento para construir una industria. No ha sido fácil, dice. Recuerda que sus primeros proyectos en El Salvador fueron boicoteados y que eso le hizo pensar dos veces en si valía la pena seguir incomodándose en ayudar. En el país, hay gente que le reclama su desdén.
Cuando se habla con Paula, da la sensación de que lo que busca es impresionar y siempre lo logra. Da igual si es intencional o no. Su vida antes de llegar a Nueva York es pintoresca. Comenzó en Costa Rica donde se mudó con su madre antes de cumplir 10 años. Estudió ahí Artes Plásticas, de ahí salió para México, luego a Inglaterra y, por último, Nueva York, donde ingresó a la escuela de cine casi de suerte y después de rogar cupo por días. Una vez a dentro, Paula hizo méritos para conseguir trabajo en la institución, como asistente de editor: “No serví café, pero sí era algo equivalente”, dice.
Hoy es mediodía de viernes. Hace menos de 24 horas, Paula aún disfrutaba de un Nueva York primaveral. Por eso nos recibe en su casa en medio del calor con un vestido desmangado, color rosa y con zapatillas de cuero oscuro. Se pone unas gafas negras para no tener que fruncir tanto el ceño por la luz que refleja el lago artificial de Suchitlán que se observa desde la terraza. Viviendo en Manhattan, cualquiera pensaría que es una cineasta glamorosa, pero ella es más una desenfadada. Asegura que los premios le sirven más a otras personas que a ella. “No voy a las premiaciones, me parecen aburridísimas”, dice. Ofrece “café o algo más fresco”. Estará en el país por una semana, sin compromisos laborales. Luego volverá al vértigo de la Ciudad de los Rascacielos.
El encargado de la agenda lúdica de Paula de estos días es Larry Garvin, su esposo, un hombre con el humor a flor de piel y el estratega detrás del impulso creador de Paula. Ambos trabajan en Casa Clementina y en Heredia Productions, la empresa de Paula. Se conocieron en Nueva York por trabajo y ella todavía suspira al recordar la primera conversación. “Fue amor a primera vista”, dice. Garvin llegó a El Salvador después de los Acuerdos de Paz y Paula lo siguió años después. Afinaron detalles, montaron la fundación, realizaron talleres, algunos intercambios artísticos, proyectaron películas y en 2003 impulsaron más capacitaciones. Casa Clementina, entre otras cosas, ahora patrocina a seis jóvenes suchitotenses que están estudiando en la universidad y que además colaboran con proyectos audiovisuales del programa Cinema Digital.
¿Fue difícil empezar a enseñar cine en El Salvador?
Cuando yo empecé a hacer estas cosas, la gente me miraba y la pregunta de la prensa, y de todo mundo, era: ¿tú crees que se puede hacer cine en El Salvador? Y yo decía: pero ya se está haciendo. No había una creencia real de que era posible. Cuando empecé, mis talleres eran lo único. Ahora hay mucha más actividad, hay gente en la (Escuela) Mónica Herrera y tienen muchos proyectos de capacitación. Creo que a nivel más informal se está dando producción y eso también es entrenamiento.
¿Ahora ha cambiado la cosa?
¿Todavía me sigues preguntando si es posible?
¿Cree que es sostenible? ¿Se ha logrado enamorar a la gente, a las empresas, con el cine?
Es inevitable, especialmente porque la tecnología lo permite. La gente se dio cuenta de que para hacer cine no tenían que estar esperando una cámara de 35 milímetros y tener una distribución a nivel de Hollywood. Romper esos mitos fue algo grande. Todavía cuesta que se entienda cuál es el mercado donde un producto puede encajar. Debe haber un balance entre aspirar grande y fabricar tu mercado por ejemplo con cortometrajes. Para mí, la prioridad en etapas como estas es que haya mucha producción para que comience a salir un buen producto.
¿Qué va primero: la calidad o la cantidad? ¿El huevo o la gallina
Todo camina paralelamente, por eso es que hicimos talleres de producción y talleres para la empresa privada, para que entendiera lo que significa invertir en cine. Hicimos talleres con realizadores, para que ellos entendieran todo lo que implicaba vender bien un proyecto, y también con CONCULTURA, para que entendieran el rol que podían jugar en este desarrollo de la industria de cine. El otro frente es la producción, si no, no hay razón para que ninguna de las otras fuerzas vaya en el sancocho. En El Salvador y en Costa Rica hay mucha experiencia técnica porque hay una industria consolidada de comerciales, pero falta saber cómo contar historias. Por otro lado, está el elemento del equipo humano. Trabajar con un equipo de gente que tiene la misma locura es gran parte de lo que se hace. Es lo que trato de desarrollar en los jóvenes de Cinema Digital, porque ser creativo, trabajar en equipo, colaborar… son cualidades que aplican ellos en otras áreas de su vida. No es tanto la ganancia que podés obtener del cine, para eso mejor vendé manzanas.
¿Es recomendable crear una asociación de cine?
Organizarse siempre es un buen paso. El asunto es cómo trabajar juntos: ¿cómo vamos a buscar apoyo internacional juntos?, ¿cómo vamos a desarrollar una visión a largo plazo para una industria? Organizarse es clave. De lo que hay que cuidarse –y se trata de una balanza– es creer que todo se resuelve a través de una asociación, o del gobierno como institución, o que son los que van a estar moviendo la industria. En El Salvador no se ha caído en esa creencia y por eso el esfuerzo individual es clave, de ahí nace todo. Además, un país con un gobierno que tiene problemas para darle de comer a la gente no puede estar pagándole a un individuo para hacer su película. Si querés hacer cine, algo que es muy caro e imposible, tenés que empezar por pensar que el reto es hacer algo imposible y depende de ti, y de nadie más.
¿Por qué a los artistas siempre les cuesta organizarse? En el caso de los cineastas, hay una asociación que no termina de tomar forma a nivel interno.
Trabajar en grupo es siempre difícil. El momento en el que estás escribiendo tú solo, o pintando tú solo, estás lidiando con tus propios diablos creativos, pero cuando quieres agrandar la obra debe haber comunicación con otros. Eso aplica también para la formación de una asociación o institución. Es la misma dinámica.
¿Qué tan necesaria es una ley de cine? ¿Un fondo de cine?
Parte de la ley de cine de Brasil, por ejemplo, era que por cada película extranjera también se presentaba un corto nacional. Fue un poco el huevo y la gallina, ¿no? Se dio una producción bastante grande de cine tanto de documental como de cortometrajes. Entonces había mercado, pero había mercado porque había producto. El cortometraje impulsó la industria a un nivel alto porque había producción, había entrenamiento, había experiencia de contar una historia. Lo primero es empezar a construir para que sea el producto el que hable y ya con un portafolio los cineastas podrían ir a otros lugares. No hay que quitarle valor al cortometraje. Mejor hacer cinco cortometrajes y un buen largo, a siempre andar intentando hacer un largo, y andar desvelado y sufriendo y quejándote porque nunca se alcanzó a hacer nada. El Estado puede dar un apoyo a nivel estatal, internacional, que a cierto nivel se convierta en “cash”.
Aunque incluso en países con leyes de cine la empresa privada no da su brazo a torcer.
Hay que ser creativos para romper el ciclo vicioso, es parte de nuestra responsabilidad como artistas. Crear un plan estratégico atractivo a la empresa privada es obligatorio, pero el motor debe ser la creatividad aplicada a cada una de las áreas de trabajo. Por ejemplo, yo sueno muy interesante y muy conocida, pero aprendo de Larry (Garvin, su esposo) esa visión estratégica de cómo se mueve el mercado y cómo haces una película. Por ejemplo, eso pasa con la película que estamos haciendo aquí en Suchitoto, en la que llevamos dos años y nos falta un año más.
¿El Torito Pinto?
Bueno, cambia nombre cada vez.
Sí, antes se llamó Wendy y el Torito Pinto.
Ahora se llama La Alborada. Le cambiamos nombre en la medida que la vamos editando y vamos encontrando los elementos.
¿Qué proyectos estás por terminar?
Tengo varios, algunos conectan con El Salvador en términos de cine y otros en los que no y que están en otras partes del mundo. Para mis trabajos dramático-documentales, como en El Limón, donde hice La Pájara Pinta, son experimentos en los que trabajo con una comunidad y de la que saco las historias, los personajes, los actores y la gente de la misma comunidad para desarrollar un proyecto que termina siendo una película, pero cuyo proceso es lo más importante de la experiencia. Con La Alborada estoy haciendo algo parecido. Escribí un guión y Larry diseñó una producción en siete etapas, llevamos cinco y en ese proceso entrenamos gente local con gente de afuera. Filmo lo que pensaba filmar, regreso, edito y reescribo, basándome en las realidades que se van dando. En la primer historia que escribí tenía un personaje muy central que era el señor cohetero, pero me di cuenta que no podía sacar al hombre de su trabajo en diciembre, porque el pueblo se quedaba sin toritos, y por tanto, no había escena. Tuve que cambiarla. El guión se va haciendo solo y en este caso hacerlo de otra forma me habría aburrido.
¿No piensas radicarte en El Salvador?
Sí, tanto como en Nueva York. Mi meta es balancear mi tiempo entre los dos lugares, descubrí que esa era mi felicidad. En el fondo desearía que no fuera así porque sería más sencillo logísticamente. Por ahora, el balance no está donde yo quiero, porque paso más tiempo en Nueva York pero este año estoy empezando un proyecto de poetas en resistencia que voy a codirigir con una realizadora alemana con la que colaboro mucho y me lo voy a traer a Suchi al menos por una etapa del proyecto. Sí quiero pasar más tiempo aquí, quiero buscar fuentes de trabajo aquí, quiero desarrollar proyectos de televisión aquí, quiero desarrollar muchas cosas que requieren tiempo.
Tienes muchas intenciones, ¿por qué no has podido concretar?
Porque muchos de los esfuerzos han sido esfuerzos relacionados con tratar de abrir puertas, entrenar gente, impulsarlos a que produzcan, impulsarlos a que generen nuevas gestiones y eso se está dando. Es como el dominó, yo solo empujé una ficha, ya cuando la ficha número 20 cae no parece que haya una conexión conmigo y no parece que es importante, lo importante es que la ficha cayó. Todavía ando en busca, en El Salvador y en Nueva York, de gente con la que pueda trabajar. Pasás toda la vida buscando esa gente.
¿Consideras legítimo que se te pida que retribuyas al país los éxitos alcanzados afuera?
Yo creo que es una buena idea, pero depende de cada quien. El ombligo debe halarte, sino te hala, no hay forma, nunca sabrás cómo, porque no es fácil, no te lo hacen fácil. Los que nos hemos ido a otro país tenemos un romanticismo, cuando estamos afuera, de que tu patria te quiere, y la verdad es que regresás a tu patria y te das cuenta que a nadie le importa que regresaste. Recuerdo que me boicotiearon el primer esfuerzo cuando quise hacer algo aquí. Fue un choque porque siempre estuve pendiente de volver, no había hecho vida en otra parte, aunque también era por mi edad. Y cuando volví y había un proyecto –algo de las mujeres en las artes– presenté un proyecto con talleres gratis, con financiamiento y bla, bla, bla, y me dijeron que yo era salvadoreña, pero viviendo en el extranjero. Esas cosas me dieron el impulso para hacer lo que me da la gana. No hay apoyos para que uno vuelva, uno tiene que realmente quererlo. Cuando me encuentro a jóvenes y a otros salvadoreños yo trato de promover que los que están fuera vengan y traigan algo. Pero el país no lo hace fácil y no es particular a El Salvador, es la experiencia migratoria. La gente que ha salido y ha logrado cosas afuera se siente cómodo y entonces por qué se va a incomodar especialmente cuando no hay ningún apoyo para que se incomoden.
Bueno, te incomodaste con Casa Clementina.
Todo es una extensión de las ganas de estar aquí. Cuando estos bichos se meten en líos y uno quiere matarlos –por dicha que Larry es el que está en el frente de guerra– es trabajo adicional.
Aquí también te han reconocido tu trabajo, CONCULTURA Y CORSATUR te han dado reconocimientos.
Sí, por supuesto, a uno le gustan los reconocimientos, algunos se traducen en estatuillas otros son menos públicos, pero a todos nos gusta que nos reconozcan los esfuerzos que hacemos. Son importantes porque a veces le sirven a otros más que a uno. Tengo el privilegio de que mi trabajo es reconocido diariamente. El Emmy es un gran reconocimiento pero, por ejemplo, me permiten a mí abrir puertas para los proyectos de todos estos chavos de la Casa Clementina. Yo tengo una satisfacción diaria también cuando asisto a eventos sociales y la gente me reconoce. Cuando recibo un premio grande, es divertido pero prefiero no ir, es distracción, es energía, son eventos aburridísimos. Quizás saco eso de mi padre, no sé cómo calificarlo, pero hay un aspecto bohemio de él que es lo mejor de él. Siendo uno de las dos o tres personas que fundaron la televisión en El Salvador no ha recibido ningún beneficio económico, pero tiene otros beneficios que otra gente no tiene. Él es una persona feliz, con una felicidad que yo admiro y que ojalá pueda imitar a su edad.
¿Cómo se conocieron tus padres?
Mis padres se conocieron en Honduras. Mi padre andaba de vagabundo, lo habían deportado de Estados Unidos a él y a su amigo, se vinieron de jalón por México y llegaron a Honduras y les dieron trabajo en una radio que tenía una bodega ahí por el río donde los dejaban dormir. No tenían dónde dormir y descubrieron que tenían familia en ese país a la que podían visitar a la hora de almuerzo, entonces se conocieron en esa casa porque mis padres son primos hermanos. Eventualmente se escaparon para venirse a casar a El Salvador y se quedaron a vivir.
Naciste después de la separación de tus padres. ¿Nunca te hizo falta algo?
Es la historia típica de un infante con padres divorciados, no tenés noción de lo que está pasando. Era alguien a quien veíamos de vez en cuando, era divertido, era ir a pasear, a veces viajaba mucho y no lo veíamos. Cuando tenía como nueve o 10 años, nos mudamos a Costa Rica, y mi madre –que era publicista y obtuvo un trabajo en una agencia de ese país– nos hizo ver que estábamos por salir del país, dejar la familia, los amigos, y me acuerdo que me dijo que no iba a poder ver a mi padre, y yo dije que estaba bien. ¡A mí me emocionaba ir Costa Rica, conocer nuevos amigos, una nueva escuela! Ahora, parte de mi proceso creativo tiene que ver con la añoranza y la nostalgia que es el sentimiento al que yo le tengo más miedo. Tiene que ver con todo lo lindo que era moverse de un lado a otro, el entusiasmo, la emoción de conocer otro lugar. Cuando Larry y yo decidimos que queríamos tener una sede en Centroamérica, nos tomó mucho tiempo porque Honduras, Costa Rica y El Salvador nos parecían un solo espacio, pero cuando vas a comprar una casa ¿dónde la comprás? Costa Rica era un candidato muy fuerte porque había estudiado toda mi universidad ahí y muchos de los amigos estaban ahí y la mayoría eran artistas, y había una conexión muy cercana, y además tenían un desarrollo de los audiovisuales mucho más grande. Pero me entusiasmó mucho más la idea de llegar a El Salvador donde algo se podía comenzar de cero, era más divertido ver cómo algo crecía de la nada.
¿En qué año fue eso?
En el 96, cuando llegamos e hicimos el primer evento. Larry vino antes, vino en el 92, después de los Acuerdos de Paz.
¿De tu mamá qué sustrajiste?
¡Todo! Mirá, mi madre, qué mujer más especial. Siendo madre soltera nos crió con muchos esfuerzos no solo a nivel económico, porque no solo era artista en sí misma, también se educó, trabajó, desarrolló todas sus inquietudes y la vez tuvo familia. En eso de tener familia yo me le quito el sombrero, no tengo familia aunque tengo estos cipotes, pero yo no tengo hijos, no tengo que llegar a la casa y ver a niños y pensar en escuela. Ella además tenía un trabajo a tiempo completo. A nivel creativo yo sigo aprendiendo de ella, ella es mi fuente número uno como socia creativa. Me enseñó trabajo de equipo, junto a mi hermana. Ahora veo para atrás y me asombro. Ella nunca me hizo sentir que no había comida para ese día, y si lo hacía, había una razón divertida para no comer ese día. A nivel creativo, ella es escritora y me encanta contar la historia de lo que ella hacía para dormirnos. Cuando ella llegaba a casa era hora de dormir, pero nosotros queríamos que ella jugara y que hiciera todas las cosas que los niños quieren cuando llega mamá. Ella tenía un personaje, Quevedo, y nos contaba historias de él. No sé cómo pero cuando se estaba durmiendo no dejaba de hablar y entonces Quevedo comenzaba a hacer cosas que no tenían ningún sentido. Y la despertábamos para que siguiera. Ella como escritora nos desarrolló esa capacidad visual, de imagen, de cómo traducir ideas, de quitarte el miedo de explorar todas tus ideas. Lo peor que puede pasar es que sea una mala idea.
¿Y a Larry cómo lo conociste?
Larry (suspira). Lo conocí en Nueva York, amor a primera vista.
Así que existe.
Existe, puedo dar fe de eso. Sí, Larry ahora está más enfocado en la organización de Casa Clementina y en mi empresa, pero cuando yo lo conocí él tenía varios clientes en las artes y en el cine y yo estaba empezando a organizarme financieramente. Un colega mío de cine me dijo que conocía a una persona que le hacía las consultorías a las empresas de él y que además hablaba español. Era algo bueno. Hablamos por primera vez por teléfono y después nos encontramos.
¿Hablaron en inglés o en español?
Siempre hablamos en español. Hablamos en inglés cuando hablamos cosas de negocios porque al principio a mí me servía mucho saber cómo expresarme en cuestiones de negocios entonces hablábamos en español y luego en inglés para saber si estaba utilizando el lenguaje de la forma correcta. Aunque todo mundo dice que yo tengo una manera de expresarme muy peculiar que nunca sabes si es un halago o lo otro, pero estoy contenta con cómo me comunico.
Hay gente que te ve como meticulosa y calculadora. ¿Te ves así?
¿Quién me ve así?
Alguien cercano. No es Larry.
Sí, es posible, son cualidades que anhelo tener, entre otras. Son cualidades que tengo, pero que no me identifican porque las utilizo en el trabajo y las considero importantes e indispensables para lo que hago. Es como al levantarme en la mañana temprano, preferiría dormir dos horas más. Y no sé si soy tempranera porque yo preferiría dormir siempre dos horas más.
¿A qué horas te levantas?
Depende, lo que sí sé es que necesito dos horas antes de salir al trabajo. Me levanto temprano y me acuesto tarde. Siempre trato de dormir por lo menos seis o siete horas en la noche, aunque me gustarían 10.
De El Salvador te fuiste a vivir a Costa Rica, luego a México, después a Inglaterra a estudiar inglés y por último Nueva York para estudiar cine. En el fondo, ¿qué fue lo que te llevó a esos países?
Vagabundería, y suerte, y oportunidades, y búsqueda, y tratar de querer volver pero no poder. ¡Estaba en mis veintes!
¿Cómo te lo financiabas?
En Nueva York me dieron una media beca, ya tenía amigos allá, y me quedaba a vivir con ellos, trabajé, enseñaba español. El lugar donde tengo mi oficina es un edificio en Manhattan y fue el primer edificio al que llegué y donde enseñaba español. Había una organización ahí –El Taller Latinoamericano– y de ahí me conecté con una organización que es la que distribuye mis películas ahora. Gracias a una carta que ellos me dieron pude alquilar un apartamento.
¿Qué chispazo hizo decidirte por el cine?
Creo que no es una cuestión de chispazo. Por un lado yo sabía que me gustaban las comunicaciones, quería transmitir ideas, y por otro lado caí en la oportunidad de estudiar cine, y tenía sentido. Cuando llegué a Nueva York, con un pasaje y con 500 pesos, yo estaba haciendo mucha fotografía y uno de mis alumnos de español era fotógrafo y me permitía tener un cuarto de edición en Manhattan. Eran grandes privilegios. En algún momento decidí dejar la fotografía porque se había convertido en mi escape, no hablaba inglés con nadie. Estaba pasando demasiado tiempo en eso y menos tiempo en el reto, entonces me forcé a estudiar y trabajar en cine. En Nueva York yo tenía una amiga que estaba estudiando ya cine, llegué al programa que ella estaba estudiando, de una organización que se llama Third World Newsreel, y como ya estaba lleno les pedí que me dejaran entrar pero me dijeron que no había cupo. Les dije que la gente siempre se retiraba, pero me dijeron que nunca nadie se retiraba. Les propuse quedarme de oyente durante las clases teóricas y esperé que alguien se retirara para cuando llegaran las clases prácticas. Por supuesto se retiró alguien y entré. Conseguí un trabajo como aprendiz, al principio sin ser pagada y después anduve buscando quedarme ahí, la cosa era estar ahí cuando necesitaran algo, limpiar una mesa que estaba sucia, hacer cualquier cosa.
Dicen que comenzaste en Nueva York sirviendo café.
No, no serví café, pero era equivalente. Sí, sí.
Quisiste demostrar que querías estar ahí.
Sí, y esa es la ventaja de ser guanaco, creo, no te das por vencido muy fácilmente, si quieres algo lo puedes conseguir, pero ahí me salió mi primer trabajo pagado, por ejemplo. Fue de asistente de edición, que me permitía –y era un privilegio, realmente fue mi escuela– estar en el cuarto donde estaban el director y el editor, aprendiendo por qué tomaban decisiones, mirando todo el material, viendo qué material funcionaba y cuál no, y en esa época se editaba cortando acetatos, entonces había más trabajo para alguien como yo. Hay un pequeño libro que se llama Little Trim’s Book, que era mi obra de arte, entonces yo tenía todo con cintas de colores, tenía todos los códigos que se utilizan, mis cajas eran divinas. Cuando comencé a tener mis propios asistentes yo decía que lo que buscaba en un buen asistente ¡era que tuviera buena letra! Ja, ja.
¿Sufriste discriminación en Nueva York, como mujer, como latina?
Nueva York es un lugar muy particular, lo que pasa o no pasa en Nueva York no es buen referente de lo que pasa en Estados Unidos. Lo interesante es que hay una apreciación, y eso es muy diferente a lo que se da en este país, hacia tu trabajo y tienes un puesto en la sociedad basado en tus cualidades, en lo que tú como individuo haces. Eso fue un choque porque venimos de sociedades en Latinoamérica en las que el valor al individuo tiene que ver con tu origen económico o social o familiar, y eso determina el resto. Te abre puertas, tienes cierto valor, puede que no tengás calidad, ni tengás nada que contribuir pero el valor de los otros aspectos te convierte en un individuo importante. Allá eso vale mierda, lo que importa es lo que tú podés contribuir al área en que tu estás desarrollando. Lo peor que puede pasar es que yo no sepa de dónde venís, y no importa porque eres bueno en tu área.
De toda tu filmografía, ¿cuál es la más memorable?
Todas, disfruto cada una de ellas, incluso cuando las veo otra vez. Todas tienen sus historias.
¿Incluyendo las de Sexo Urbano y G-strings Divas?
Esas las disfruto más porque no hay formato. Es lo que disfruto de trabajar proyectos para otros porque la gente me contrata para diseñar una estructura en la que me dé la gana, si quieren una estructura tradicional, no me llaman a mí, ¿me entendés? Hay gente que lo hace de manera maravillosa pero ese no es mi talento. Pero cuando los jefes diseñan programas para audiencias adultas como G-strings divas lo divertido es que tenés mucha más libertad que la que tendrías si estuvieras haciendo un documental como 9/11, porque hay un histórico que estás respetando. Por ejemplo, para In Memoriam, New York City 9/11/01, compramos el shot de la única cámara que capturó cuando el primer avión golpeó la primera torre, solo hay un shot, y lo compramos para la película. Mi asistente recibe el shot, la toma fue hecha como a 15 cuadras de distancia de las torres. Entonces, el avión entra y hay un retraso con el sonido. Mi asistente lo sincronizó entonces los dos suenan al mismo tiempo pero en esa película yo no lo habría hecho porque el concepto era hacer un documento histórico. En otras películas yo hago lo que me da la gana si funciona para el proyecto.
¿Lidiar con tantas imágenes de videos ciudadanos fue tedioso?
Teníamos mil horas en grabaciones, y todas tenían lo mismo, la mayoría el derrumbe de las torres. Si hubiéramos buscado las mejores imágenes nos habría bastado un fast forward para ir viendo las imágenes, pero en el caso de este material lo visual no era lo más importante sino la experiencia que la gente había tenido mientras filmaba. Entonces tenías que mirarlo todo en tiempo real para valorar qué tan interesante era la experiencia que las cámaras habían tenido. El resto era construir el día a nivel histórico y emocional de lo que sentíamos que había pasado.
¿Cómo te sientes más cómoda? Editando seguro que sí, pero ¿qué tal dirigiendo o produciendo o escribiendo?
Dirigiendo es donde me siento más cómoda porque dirijo cuando estoy editando también. En cuanto a la producción, solo produzco mis propios trabajos, no me gusta la producción y no ofrezco mis servicios como productora. Lo hago porque ni modo, toca hacerlo pero si me lo pudiera quitar de encima me lo quito.
¿Por qué el cine es y se cree tan glamoroso? La alfombra roja es toda una leyenda.
Bueno, si esa es la razón por la que te vas a meter al cine, buena suerte.
¿No hay quien se meta por glamour?
Claro que se meten pero si esa es la razón va a ser bastante frustrante. Para dividir un poco la pregunta, creo que el cine es considerado un medio más glamoroso, no tanto por la alfombra roja y todo eso, sino porque tiene la capacidad de ser más visto. Si tú escribes un poema para ti mismo vas a tener menos exposición de lo que sería la proyección de una película. Si tomás países que hacen bastante cine como India o España hasta Estados Unidos y agarrás el número que hace cine o que está produciendo cine en un año particular y el número de gente que logra –no me gusta decir logra porque eso implica otra cosa–, pero que llega al mito de la alfombra roja los números son pequeños. Así que si eso es lo que te está moviendo, será bastante frustrante. Los logros son a otro nivel. ¿Pero por qué todo mundo ve la alfombra roja? Porque es lo que tiene más distribución y la gente cree que esos son los logros pero en realidad los logros los estás teniendo a otro nivel, a través de otros premios que son más respetados por la comunidad de cineastas.
Los festivales también tratan de imitar a Hollywood.
Sí, aunque depende de qué festivales, es un mercado que siempre anda tratando de agarrar otros mercados. Cuando Sundance era aun independiente, pequeño y para poder participar en Sundance tenías que ser independiente, los grandes estudios abrieron compañías pequeñas que financiaban tu película que podían ser pasadas por independientes porque no eran del estudio. Pero en términos de los logros como cineasta, el logro más grande es que tengás dinero para lograr tu próxima película. Un montón de gente que llega a la alfombra roja no va a tener dinero para su próximo proyecto, aunque sí vas a poder haber ido a la fiesta glamorosa, y la gente lo hace y les funciona, pero no significa que vas a tener tu próximo proyecto. El parámetro del éxito de la película es pagar tus deudas y tener dinero para la próxima película, y poder trabajar con la gente que quieres trabajar.
¿El secreto para una buena película?
Es todo. La conjugación de la tormenta perfecta. En países como Estados Unidos podés escoger diez guionistas buenísimos, pero ¿quién conecta con tu proyecto, tu historia y tus condiciones de presupuesto? Lo mismo me pasa a mí, yo siempre digo que no tengo mucha competencia porque no creo en la competencia. Mis cualidades conectan con lo que conectan. Hay proyectos para los que no soy buena y los agarra un colega. En mis trabajos procuro esa conexión.
¿Cine o televisión?
Depende del producto, depende de la historia.
Se habla mucho de la culpa de los medios de comunicación en la creación de valores, antivalores, violencia, o de conceptos, como cuando Rocky fue símbolo del poderío de EUA frente a los rusos; Rambo contra los afganos; ahora hay muchas tramas chinas. ¿Es el cine un instrumento de control de masas?
Los medios de comunicación tienen cierto poder sobre los que miran esos programas, en un mundo en el que casi todo lo que se comunica se comunica a través de los medios de comunicación y hablo del cine y la televisión, teniendo más influencia la radio y la prensa. ¿Cómo se usa eso? Siempre es un debate, quién lo usa, cómo lo usa, para qué lo usa. Creo que tiene potencial de usarse positiva y negativamente, servir intereses particulares, buenos y malos. El mensaje que mandarás depende de quién eres tú. Lo que siempre digo es que es una herramienta y hay que agarrarla porque todo el mundo lo hará. Úsala.
¿Crees que la cultura y el cine humanizan a una sociedad violenta?
Déjame no hablar de cultura porque es una sombrilla muy grande, pero sí de las artes que son parte de la cultura. Creo que no hay forma de cometer errores con el arte, y el arte puede tener un impacto en la vida de un individuo, de una comunidad. Creo que el arte es un conducto que puede ser usado en muchas áreas, desde niveles psicológicos a nivel económico, a nivel de expresión de todo tipo, entonces creo que todos tenemos un artista dentro de nosotros y creo que todos tenemos más herramientas para poder sacar ese artista a vivir. Todos dependemos de ese artista: cuando aplicamos la creatividad para tomar el bus en la mañana, o para llegar antes en la escuela, en cada momento, al gastar el dinero de una forma y no de otra, para alcanzar las metas. En la medida en que un país como El Salvador pueda desarrollar en niños, jóvenes y adultos el artista en ellos mismos habrá un impacto directo. Creo en ese impacto y por eso escojo individualmente a las personas con las que trabajo para lograr ese impacto. A nivel nacional eso se puede reproducir fácilmente a nivel de escuelas, a nivel de cada proyecto cultural que existe en el país.