Escuelas de primeras letras

Eugenia López Velásquez
Academia Salvadoreña de la Historia

Primeras letras. Portada de publicación 1716 de la “Vida de la sierva de Dios Ana de Jesús Guerra”. La corona española empleó a los sacerdotes, a la religión y a las autoridades para impulsar la educación.

Una de las políticas de la monarquía española en América fue la castellanización de la población indígena, con el propósito de integrarla  a la vida de las provincias organizadas a la usanza y tradición cultural castellana. En el Reino de Guatemala, la primera escuela en un pueblo indígena, en Tecpan, fue creada en el año de 1532, pero en general el impulso fue tardío, ya en el siglo XVII y con mayor fuerza en el siglo XVIII, sobre todo, en relación con el avance de las ideas renovadoras de la filosofía política de la Ilustración. En el actual El Salvador, se menciona una escuela en Asunción Izalco, por 1575, para niños indígenas, que atendía el maestro español Leonardo Ramos, pagado por el encomendero Diego de Guzmán.
Para el impulso de estas escuelas, se partió de la idea de que los indígenas eran ignorantes y neófitos y que para civilizarlos había que enseñarles castellano y la doctrina de la fe católica, además de abandonar sus propias costumbres. Asimismo, a las niñas había que instruirlas para la posibilidad de casarlas con españoles, como efectivamente ocurrió en muchos casos. También, existieron escuelas para hijos de caciques, pues ellos serían los nuevos señores de sus pueblos y su actitud de educación sería seguida por los naturales del común.

 

La enseñanza no solo fue impulsada para indígenas, sino también para la población negra y mulata. Las escuelas eran administradas y patrocinadas por el párroco y los cabildos, a veces con ayuda del real fisco, y su   funcionamiento era supervisado por la Real Audiencia. Pero el mantenimiento se daba con los fondos de la caja de la comunidad, aportada por los indígenas, por lo cual se requería pueblos de al menos 100 tributarios. Se procuró con mucha dificultad que en cada pueblo hubiera instrucción mañana y tarde, pero no fue posible, aunque la castellanización era punto de importancia y para ello incluso se ocupaban espacios en las iglesias o en la misma casa del cabildo.
A veces, se carecía de escuela debido a que no había quien se hiciera cargo de la enseñanza. En ocasiones, habiendo escuela esta tampoco funcionaba, a causa de que los padres se negaban a mandar a sus hijos, y si los mandaban los sacaban pronto siempre que podían con algún pretexto. Muchas veces, padres e hijos eran forzados bajo el regaño del cura, del fiscal u otra autoridad del pueblo.

 

Había escuelas en las cabeceras de los curatos, a finales del siglo XVIII y según cuenta el obispo Cortés y Larras, encontró a 100 niños en la escuela de Izalco, en Guaymango solo 10, y la de Acolhuacan, estaba cerrada debido al deceso del maestro.
Otras veces dejaba de funcionar la escuela por falta de pago del salario del maestro, pues quien debía de pagarle eran los padres, y no siempre lo lograban, aunque también los gastos se cubrían con algún otro fondo. Se había ordenado que los ladinos e indios pagaran de medio, uno a tres reales. Una razón muy invocada para no asistir a la escuela era  el mal tiempo, epidemias plagas o alguna otra eventualidad.  Una disposición utilizada para combatir el ausentismo fue pedir a los curas de la Diócesis que ayudaran a persuadir a los nativos y les hicieran entender lo conveniente que era que sus hijos aprendieran a leer y escribir. También, se les  pidió encontrar el mejor y más fácil método de enseñanza.
Comúnmente, el profesorado fue masculino y los criterios que se utilizaron para escogerlos fue de  personas escrupulosas, de buena vida y costumbres; aunque a veces se escogieron muy ancianos. A falta de maestros,  cubrían la instrucción los fiscales doctrineros, el cura, algún ladino, y otras veces, indígenas del pueblo que habían sido preparados como doctrineros, y aunque no hablaban bien el castellano, muchos fueron reconocidos como muy talentosos. Las escuelas atendidas por el fiscal eran llamadas escuelas de doctrina, en estas se puso más énfasis en los cantos cristianos y en las cosas de la fe.
Además de leer, escribir y cantar, las escuelas mejor dotadas enseñaron música con instrumentos indígenas y europeos; asimismo, matemática, al menos para contar. Se ordenó desde la Real Audiencia que las escuelas tuvieran cartillas, cartones, papel, plumas y otros recursos para el mejor aprendizaje; sin embargo, los curas y maestros se quejaron continuamente de no recibir dichas cartillas ni demás aparejos.

 

En la región oriente salvadoreña, la situación de la enseñanza fue más difícil, a finales del XVIII en San Miguel no hubo escuela durante muchos años, ni en Ereguayquín, Conchagua y Gotera; en otros lugares cercanos a estos, se abrió escuela gracias a que grupos de indígenas se encargaron de enseñar a leer y escribir.
Debido al fracaso sistemático de la escuela de primeras letras, se pensó en otras formas de educar, establecer colegios en donde se encontraran los niños y niñas desde la edad de cinco años o menos, donde debían permanecer, con o sin consentimiento de sus padres, instruidos por maestros competentes para aprender de arte, de política y doctrina cristiana, pues se pensaba que, de lo contrario, seguirían siendo ignorantes, incapaces de buenas cosas y sin conocimiento de la doctrina cristiana.  En real provisión de la Real Audiencia, en 1799, ya en años de la Intendencia de San Salvador, se señaló preocupación por el estado de la enseñanza, lo que debía ser uno de los primeros encargos de los intendentes, corregidores y alcaldes mayores: el cuidar de que los maestros de primeras letras cumplieran exactamente con su ministerio y que inculcaran a los niños los principios de la religión y el ejemplo de buenas máximas morales y políticas.

 

A pesar de las instrucciones de la Corona, la preocupación de la Audiencia y de la Iglesia, la enseñanza de primeras letras fue muy limitada e insuficiente. En la ciudad de San Salvador, a principios del siglo XIX, estaban funcionando escuelas para ladinos y mulatos en varios de sus barrios, con maestros ya seculares, no sacerdotes ni religiosos.

Texto y fotos cortesía de la Academia Salvadoreña de la Historia.

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