Francisco López tiene puesto un pie en Guatemala y otro en El Salvador. Aguanta en los hombros el peso de su enorme canasto, mientras es reprendido por un oficial guatemalteco. Su delito ha sido intentar vender su pan dulce cerca de la oficina migratoria del país fronterizo.
Ronald Portillo
“Disculpe, señor, yo solo quería ganarme la vida”, le responde el salvadoreño delgado, con la piel achicharrada por el sol, y la cara brillosa de tanto sudar a causa del calor.
Ha regresado a El Salvador con más de $20 de novias y peperechas sin vender. “Es que como cuando la gente está descansando hace sus travesuras en la cocina, compran menos. A mi venta no le caen bien las vacaciones”, menciona con tono sarcástico. Tira el canasto sobre una de las bancas de cemento que se ubican frente a la oficina de control migratorio. Hasta hace unos minutos, cientos de personas hacían filas interminables para registrarse. Todos estaban impacientes, algunos discutían con oficiales migratorios, otros se quejaban del calor y la tardanza.
—Ya llevo media hora de estar parada. ¿A qué horas, pues? Soy de la tercera edad –vociferaba una anciana morena y con la cara contraída por el disgusto.
En las filas aguardaban salvadoreños, guatemaltecos, estadounidenses y hasta visitantes orientales. El bullicio de un mercado parecería una canción de cuna ante la miscelánea de risas, reclamos, llantos de niños, recomendaciones y quejas. El escándalo se acabó cuando dos agentes salieron a chequear a los migrantes de una manera exprés. “Dios me los bendiga por esta idea tan inteligente”, les dijo una guatemalteca alta, blanca y bien parecida, quien viajaba con sus hijos. No tuvo la necesidad de hacer tanta fila, solo le verificaron que los documentos coincidieran con los viajeros y, tras darle una contraseña, le desearon un buen viaje. Ella y su familia formaron parte de varios cientos de personas que no fueron registrados en el sistema de control migratorio entre las 9:30 y las 10:30 de la mañana. Eso sí, el flujo se aceleró.
Ahora, casi a las 12 de la tarde, la situación se ha normalizado. Los viajeros están haciendo filas de no más de 15 minutos y todos son registrados como se debe.
Ahora Francisco intenta destapar el canasto para ver si alcanza a vender lo que le ha quedado de pan. Como si estuviera a punto de cometer un delito, mueve la cabeza para todos lados. Trata de disimular y quita el plástico rojizo poco a poco. Si lo encuentran vendiendo, también lo sacarán.
A pesar de los esfuerzos del Ministerio de Turismo, los registros migratorios indican más salidas que entradas al país. Entre el sábado 31 de marzo y el miércoles 4 de abril a las 8 de la mañana, las autoridades migratorias reportaron, en un consolidado de los diferentes accesos terrestres, marítimos y aéreos, 63,364 entradas al país, y un total de 73,487 salidas.
Será hasta el final de este período vacacional que se podrá medir qué tanto éxito tuvo la campaña “Acércate a tu país” que lanzó el Ministerio de Turismo.
Mientras tanto, Francisco intentará aprovechar la afluencia de viajeros para promover el pan que trae todos los días desde Ahuachapán. Tiene prohibido descansar, si quiere alimentar a sus dos hijos. “Primero Dios y lo venda todo con esta gente”, expresa esperanzado.
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