Pongámonos todos a tono con los dinamismos que se le abrieron al país al consumarse la solución política de la guerra interna

¿Qué debe significar la conmemoración de los 25 años de haberse suscrito el Acuerdo de Paz que le puso fin al conflicto bélico que estuvo en el terreno por casi 12 años?

David Escobar Galindo

Son naturales los actos evocativos y las variadas reflexiones sobre lo que entonces ocurrió, pero lo verdaderamente importante tendría que ser la toma de conciencia sobre lo que todo aquello significó para el desenvolvimiento histórico del país y el compromiso que tendría que surgir de dicha toma de conciencia. El Acuerdo de Paz, aparte de su efecto directo en la situación nacional, contiene un mensaje simbólico de proyecciones incalculables: es la primera página del nuevo catálogo de vida para los salvadoreños, de entonces en adelante.

A estas alturas, el término que debería estar en la primera línea del proyecto nacional ya no es “paz” sino “normalidad”. Los salvadoreños merecemos vivir una existencia normal, conforme a lo que debe ser dentro de un ejercicio democrático que cumpla todas sus funciones. Esto nos pone en evidencia que hemos vivido y seguimos viviendo en la anormalidad, sobre todo si tenemos en cuenta los componentes ineludibles de una democracia que pueda merecer en los hechos el nombre de tal. ¿Y qué se necesita para alcanzar esa normalidad a la que tenemos pleno derecho, sobre todo después de haber pasado airosamente por tantas pruebas y de haber demostrado en tantos sentidos que somos una sociedad esforzada y consecuente?

En primer término, estar abiertos a la percepción de la realidad tal como se nos presenta en esta precisa coyuntura histórica, que es original en tantos sentidos. Se trata, pues, de un requisito de actualidad, para ya no seguir atados a imágenes del pasado, independientemente de las que fueren. Los salvadoreños tenemos que manejar el fenómeno cronológico de manera inteligente: el pasado como pasado, el presente como presente y el futuro como futuro. Y, a partir de ahí, reconocer y administrar los enlaces entre tales dimensiones sucesivas del tiempo. Hoy estamos en este presente, que tiene identidad propia; y administrarlo como se requiere implica identificar sus vínculos con el pasado y prever sus enlaces con el futuro.

Y en este presente la tarea fundamental es la evolución, que necesita aportes constantes tanto en lo que se refiere a las actitudes como en lo que toca a los proyectos por desarrollar. Casi siempre se actúa en el país como si la democracia fuera un dinamismo automático, que funciona progresivamente por su sola cuenta. Si bien hay una energía democratizadora instalada en el ambiente, la garantía de avance ordenado y oportuno está en la actividad proactiva que provenga de los distintos sectores y actores que juegan en el escenario nacional.

Aunque se pueda creer, como muchos connacionales lo hacen, que El Salvador está en una encrucijada sin salida, lo cierto es que nuestro país tiene a su disposición distintas rutas de acceso hacia un mejor destino, y lo que está faltando en realidad son señales orientadoras en esa línea. Desafortunadamente lo que se sigue viendo es la resistencia a entrar en los carriles de la razonabilidad constructiva, y donde eso más se percibe es en los planos políticos. Así es imposible caminar con certeza hacia adelante.

¿Qué tendría que ocurrir para que las voluntades nacionales se animen a dejar las marañas de la conflictividad para pasar a los senderos del sano entendimiento? Esa es ahora mismo la pregunta del millón. No se necesitan argumentos: lo que se necesita es que operen las palancas de la racionalidad histórica para empujar a la nación y a todos sus componentes sin excepción hacia las metas del destino realizable.

El Salvador ha venido ganando experiencia democratizadora a lo largo del cuarto de siglo recién cumplido, y eso hay que aprovecharlo al máximo para darle más impulsos al proceso nacional, que vive dificultades y trastornos que son perfectamente evitables si se hace lo necesario para conseguirlo. Es cuestión de “ponerse las pilas”, sin más dilaciones ni excusas.

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