Retazos de un capítulo inconcluso y olvidado (A propósito del XXV aniversario)

Cuando en abril de 1991 se activó por primera vez el fax que recién habíamos adquirido, la conmoción entre el personal fue mayúscula.

Juan Héctor Vidal

No era para menos. La carta la suscribía el legendario Schafik Handal, invitando a la ANEP a una reunión sin agenda en la ciudad de México. Fue un verdadero calvario convencer a la Junta Directiva para que aceptara ese desafío, pero con el liderazgo de Camilo Bolaños, fue el inicio de la participación, no oficial, del sector privado en el proceso de diálogo-negociación.

No era para menos. Año y medio antes se había producido la masacre de la UCA, evento que nos marcaría para siempre, sin olvidar aquel mensaje que –con una risa nefasta, y que después de recibir una llamada telefónica– transmitió nuestro anfitrión al grupo que estaba reunido antes del amanecer para elucubrar sobre el desenlace de la ofensiva: “Han matado a estos (¿?) Jesuitas”. Algunos aplaudieron, mi reacción fue persignarme para después balbucear: “Este es el principio del fin”.

Por el giro que tomó el desarrollo del conflicto después de aquel fatídico día, la dirigencia empresarial empezó a reunirse con diversos sectores para tratar de construir puentes, y sumarse al objetivo de contribuir al logro de la paz. En reuniones dentro y fuera de nuestras fronteras se fue tejiendo un escenario que, de manera discreta pero efectiva, fue sumando puntos importantes para el desenlace final. El recordado doctor Torres, nuestro mentor y miembro del grupo negociador, me dijo un día: “Sin el apoyo empresarial, la negociación hubiera sido más difícil”.

El Foro para la Concertación Económica y Social fue la instancia apropiada para seguir contribuyendo en la etapa posconflicto. Después de quince meses de trabajo y la mitad de ese período dedicada a acordar la agenda de trabajo, reconocimos que los logros no guardaban relación con nuestras propias expectativas. Solo se habían alcanzado acuerdos para reformar el Código de Trabajo, mientras se elevaba a nivel de exigencia al gobierno la ratificación de convenios de la OIT de vieja data, cuya omisión afectaba a los trabajadores. Pero las crecientes exigencias del sector laboral y la falta de interés del gobierno dieron eventualmente paso a una especie de letargo del Foro. Surgió entonces la iniciativa de sustituirlo por una instancia más permanente que retomara su agenda inclusa; así cobró vida institucional el Consejo Superior del Trabajo. Además, alertados de otras aspiraciones de los trabajadores, la ANEP, bajo el liderazgo de Roberto Vilanova, aceptó el reto de impulsar la creación del INSAFORP.

La actitud proactiva de los empresarios organizados frente a la reforma económica también resultó crucial. En su enfoque primaba la idea de implementar un modelo de economía social de mercado, en consonancia con lo que años antes había planteado FUSADES. Sin embargo, en los hechos, se siguió el recetario del Consenso de Washington, hoy en día muy cuestionado. Esa misma actitud sirvió de ventana para que la ANEP fuera reconocida internacionalmente. La GTZ y el BID, por ejemplo, canalizaron a través de ella generosos donativos para promover la creación y fortalecimiento de la pequeña y microempresa, contribuyendo así al esfuerzo de reconstrucción y la generación de empleo. Simultáneamente, la cúpula mantuvo un diálogo más o menos permanente con la dirigencia del FMLN para limar asperezas y propiciar un acercamiento con el gobierno. ¡Qué tiempos aquellos!

El esfuerzo de los empresarios fue incluso reconocido por adversarios de la iniciativa privada. Este es el caso de uno de los dos altos dirigentes cubanos quien, al concluir una reunión con el Comité Ejecutivo de la ANEP (18/I/92) se despidió diciendo: “Ha sido un privilegio conocer a los líderes de quienes impidieron que le rompiéramos la columna vertebral a El Salvador”.

Cuatro años después, la ANEP lanzó el “Manifiesto Salvadoreño” que hace la siguiente invocación: “Así como logramos la paz, también podemos ponernos de acuerdo para encontrar la senda del progreso económico, social y cultural, en un ambiente de democracia plena”. ¿Lo hemos logrado?

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