Retratos de la guerra y de la paz

Ser salvadoreño y haber vivido el período de la guerra civil sin duda no fue fácil.

Melissa Pacheco

A eso se le agrega el hecho de haberse desempeñado como fotoperiodista y se vuelve todavía más complicado. El posible riesgo se opacó con el privilegio de fotografiar las escenas de guerra, pero también haber testificado la paz.

Clave fue la firma de los Acuerdos de Paz para la finalización del conflicto que por más de una década libró el Ejército salvadoreño contra la guerrilla, y que en todo su curso provocó miles de compatriotas muertos y desaparecidos, familias heridas o separadas y al país hundido en una crisis.Corría 1985, el conflicto salvadoreño llevaba un par de años ya y Antonio Herrera era un joven estudiante de periodismo de la Universidad Nueva San Salvador. Ingresó a trabajar en el laboratorio de fotografía de LA PRENSA GRÁFICA, lo cual era una oportunidad de oro tomando en cuenta que la libertad de prensa en el período de la guerra fue limitada. Gracias a su carrera y a que ya había tenido acercamientos con el mundo de la fotografía, Antonio comenzó a colaborar en la sala de redacción del medio.

Dice que en ese momento tocaba hacer doble función: tomar fotografías y estar pendiente de cómo habían sucedido los hechos, pues también tenían que redactar. Él no tuvo problemas con eso y con el tiempo se convirtió en uno de los fotoperiodistas que dio cobertura a la guerra y al posterior proceso de paz.

Fue testigo de “escenas grotescas” desde antes de ejercer el periodismo. Cuerpos quemados y tirados en plena calle, a la vista de todo el que pasara por ahí, fueron muchos de los retratos que tuvo que encuadrar, aun cuando no tenía una cámara en las manos. Haber vivido cerca de una funeraria lo preparó para ser testigo primario de la cruda realidad salvadoreña. “Cerca de mi casa estaba una funeraria conocida en ese entonces. Era la Funeraria Ibarra y recuerdo que casi todos los días llegaban personas que habían sido asesinadas por los escuadrones de la muerte, por el ejército, etcétera, y casi los llevaban ahí y se veían escenas, pero grotescas en algunos casos, y todas esas cosas comienzan a marcarme”.

Así que cuando llegó ya al campo donde se libraba el conflicto, todos sus sentidos estaban conscientes de lo que iba a vivir. El miedo siempre estuvo presente, pero la adrenalina que de joven tuvo le sirvió para no detenerse a pensar tanto en las consecuencias que su trabajo le podía ocasionar, aunque sabía que en una de sus coberturas podía encontrarse con la muerte.

“Como en ese entonces yo no tenía compromiso familiar de forma directa es el momento aquel de adrenalina de la juventud. Realmente uno no pensaba mucho las cosas. La familia, en este caso mis padres, siempre me pedían la prudencia del caso y tener el cuidado de no entrar en lugares que arriesgaran la vida. Casi era imposible eso por la situación”, comenta ahora entre risas.

A pesar del consejo que sus padres en constantes ocasiones le dieron, no podía hacer mucho para estar fuera de peligro. Por supuesto que estuvo en medio de las balas y fue en una cobertura que hizo por la zona de Tonacatepeque, donde en una montaña estaba el ejército y en la otra la guerrilla. Antonio llevaba puesto un chaleco negro de fotoperiodista e iba caminando en la llanura que había en medio de las montañas, acompañado de un socorrista. Repentinamente comenzaron a sentir que balas pasaban sobre sus cabezas y estaban siendo blanco de la guerrilla. ¿Por qué? Por coincidencia, los militares que estaban en una de las montañas llevaban el mismo tipo de chaleco que Antonio. “Fue una imprudencia, porque lógicamente desde allá no sabían que yo era periodista, simplemente vieron a alguien con chaleco negro y me empezaron a disparar”, repara años después y espera que no haya sido por ninguna otra causa el que haya motivado ese hecho.

La Brigada de Rescate Internacional fue para Antonio su principal medio de comunicación. Dice que llegó a tener una amistad grande con los miembros de ese equipo y ellos estaban pendientes de él, le informaban dónde estaban sucediendo los hechos y en ocasiones asistían juntos: él, para retratar; ellos, para rescatar.

“A través de ellos básicamente es que existía algo de comunicación y en algunas ocasiones que nos daban el radio del medio, pero raras veces alguien andaba con un radio, un teléfono para poderse comunicar de forma directa, entonces era un poco más complicado en ese sentido”, comenta. Cuando no iba a coberturas con algún socorrista, a Antonio le tocaba moverse solo.

Volando llegó la década de los noventa, ya habían comenzado desde un año atrás las rondas de negociaciones con representantes de ambos bandos en contienda. Antonio, junto a su compañero Mario Larín, pudo asistir a algunas que se hicieron en el país y fuera de él. Una de esas fue en San José, Costa Rica en octubre de 1989.

Toda la experiencia que había ganado y la calidad del material que presentaba le sirvieron para que fuera uno de los seleccionados para darle cobertura a la firma de los Acuerdos de Paz.

Aún estaba sorprendido de que tanto guerrilla como el ejército hubiesen llegado a un acuerdo para lograr el cese al fuego. Sucedió en las oficinas de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Dice que nadie en el país se esperaba que aquel 31 de diciembre llegaran a ese acuerdo. El inicio de 1992 fue un tanto turbulento, porque todavía había descontento en los militantes de la guerrilla y como fue la prensa internacional la única que estaba en las oficinas de la ONU, el 1.º de enero en la madrugada un grupo de guerrilleros dinamitó un carro de un medio internacional que estaba estacionado en el Hotel Camino Real (ahora Hotel Real Intercontinental).

A pesar de la sorpresa que le causó el acuerdo, Antonio se tuvo que preparar para darle cobertura al gran día. Esa vez ya no lo iba a acompañar Larín, fue otra colega que daba cobertura al tema legislativo quien iba a asistir con él.

“Viajamos, si no recuerdo mal, como unos tres o cuatro días antes de que se diera el acto para conocer un poco la ambientación de toda la cuestión, de cómo iba a ser el acto”, recuerda Herrera.

Debido a que era un evento histórico, por cuestiones de logística solo se iba a permitir el acceso a un miembro de cada medio. Esto dejó automáticamente fuera a Antonio del salón donde se iba a realizar la firma. A su credencial le faltaba una cinta roja, ese pequeño elemento diferenciador era lo que daba el pase.

“Casi como unos cinco minutos antes yo andaba siguiendo a la persona que daba las credenciales, o sea yo ya la tenía, pero era una bandita roja la que daba el acceso al acto. Casi le lloro para que me diera la credencial y cuando el bus comenzó a caminar quizás de tanto rogarle que me la diera, finalmente me puso la bandita roja y ya logré respirar”, recuerda hoy desde su oficina en una universidad.

Y así fue como el fotoperiodista de LA PRENSA GRÁFICA Antonio Herrera pudo ser testigo del pacto que puso fin a la guerra salvadoreña. Sentimientos encontrados fue lo que sintió cuando vio a los representantes de los dos bandos sentados en un mismo lugar, dispuestos a poner antes que nada los intereses de país.

Ahora, a 25 años de la histórica firma, Herrera se desempeña como catedrático de periodismo. Muchos jóvenes han pasado por sus aulas y se lamenta de que el futuro que le espera a El Salvador, desde su punto de vista, resulte incierto. Dice que el país precisa de una evaluación para determinar en qué se ha fallado y poder retomar el espíritu de los Acuerdos de Paz para buscar una salida.

“La verdad es que es un futuro bastante incierto todavía, por lo menos lo que yo veo es que todos los salvadoreños tenemos la preocupación de qué va a pasar. Siguen falleciendo personas todos los días, entonces es bastante incierto en la medida que no se ataquen los problemas que generan esta violencia. Pero a pesar de toda esa cuestión incierta, hay siempre aquella esperanza de que realmente algún día logremos cristalizar la paz para el país. La idea realmente sería que al final nos podamos poner de acuerdo”, concluye.

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