Hace poco más de un año tuvimos la oportunidad de asistir a una reunión en la cual conocimos los acuerdos básicos, con visión de país, que los principales partidos políticos, asociaciones empresariales y el sindicato Comisiones Obreras de España firmaron en 1977, con el objetivo de procurar la estabilización del proceso de transición al sistema democrático, así como adoptar una política económica que contuviera la galopante inflación que en aquel entonces alcanzaba el 47%. Dichos acuerdos se denominaron Los Pactos de la Moncloa.
Estamos a escasas seis semanas de salir a votar para elegir al futuro presidente de El Salvador y decidir entre dos fuerzas políticas cuyas ideologías han tratado de polarizar a la ciudadanía. Y el partido político que resulte victorioso gobernará el país por los próximos cinco años, iniciando su período en medio de una crisis económica mundial cuya magnitud aún no conocemos en su totalidad y que, en 2009 y probablemente también en 2010, tendrá un impacto muy fuerte en el crecimiento de nuestra economía, en la generación de empleos y en el bienestar de todos.
El nuevo gobierno, no importando el partido que lo lidere, necesitará que todas las fuerzas políticas y empresariales, la Iglesia y otros actores sociales se comprometan a que su primera prioridad sea contribuir a estructurar un consenso social, político y económico que permita que El Salvador salga adelante y pueda enfrentar el reto de superar los efectos de la crisis mundial y al mismo tiempo, sentar las bases para un crecimiento futuro sostenido.
Es entendible que de cara a esta elección, por el momento, no sea posible llegar a entendimientos mínimos alrededor de los grandes temas nacionales aunque el diagnóstico sobre el panorama sombrío que se nos avecina sea el mismo, no importando quien quede. Pero después de las elecciones deberán de impulsarse acuerdos fundamentales en todo aquello que sea posible, sin que los contendientes tengan que comprometer necesariamente su propia ideología.
Entre todos deberán aprovechar las mejores ideas, plantear la visión de país y llegar a fijarse en forma unificada una estrategia en la que se alíen los distintos sectores que integran nuestra sociedad.
El Salvador no aguanta ya seguir sujeto a la polarización política que impida su desarrollo. La sociedad salvadoreña, aún con su proverbial estoicismo, necesita y demanda vivir en paz, en armonía y con progreso para todos. Esto requiere de una visión histórica de las distintas fuerzas políticas y de todos aquellos que pueden poner su esfuerzo y voluntad para unificar a la familia salvadoreña. De allí que lo ideal sería que, en función de los intereses nacionales, los extremos o las posiciones fundamentalistas se acerquen. Ojalá que al igual que en España comprendamos la urgente necesidad de llegar a consensos y firmar nuestro propio Pacto de Cuscatlán.
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