A pocos días de las elecciones presidenciales, las expectativas de solución a los diversos problemas que tiene y tendrá El Salvador y la mejor forma de solucionarlos no se han mencionado con la profundidad y detenimiento necesario. Todo se ha reducido a un alucinante intercambio de insultos y descalificaciones que promueven, inevitablemente, el odio y la violencia. Ahora no solo se utiliza la propaganda con su carga de mentiras descaradas, el mitin político y la pinta y pega, sino también el insulto electrónico que denigra casi anónimamente a cualquiera, sin importar la calidad del ofendido y su trayectoria de vida. El apasionamiento partidario se manifiesta irracionalmente haciendo surgir los instintos más indeseables y condenando a todo el proceso a una simple lucha callejera escasa de propuestas y soluciones.
Realmente hasta ahora no podríamos afirmar qué hará concretamente el próximo presidente de El Salvador para enfrentar la crisis financiera y su secuela de consecuencias. Se pierden constantemente empleos y no sabemos con seriedad qué se hará al respecto, fuera de las afirmaciones propagandísticas que se hacen con una buena dosis de irresponsabilidad. Nos da la impresión que somos un barco sin cartas de navegación, que no sabe el lugar de la tormenta, pero avanza pensando que el camino se forjará solo.
Tampoco se nos dice cómo se combatirá la violencia creciente y cómo se detendrá la ola del crimen organizado que desciende desde México. No se nos explica qué se hará con el transporte público y cómo resolveremos el problema de la energía. Ignoramos de dónde saldrán los fondos para resolver los problemas sociales que amenazan con desbordarse. En fin, la campaña política se ha convertido en una colorida mascarada en la que la respuesta formal y el discurso propositivo han estado ausentes.
Hay algo más, la polarización ha llegado a extremos de coerción. “O estás conmigo o estás contra mí”. Y para algunos esto es inadmisible. Son los pocos los que juzgan el comportamiento del candidato, sus antecedentes académicos, su desempeño a través del tiempo, su certeza analítica, su honradez, el equipo que lo respalda y sus posibilidades reales para enfrentar los problemas concretos que necesitan solución urgente. Hay que señalar que, tristemente, estos son los menos. La mayoría se guía por el impulso, por lo que percibe simplemente, por lo que le venden a colores, por lo que, en muchos casos, es simplemente tan solo una esperanza irracional.
Esta es nuestra realidad electoral y es en ella donde se construirá el futuro de El Salvador, nos guste o no, ese futuro en el que debemos participar todos, de manera responsable, analizando nuestro compromiso como salvadoreños.
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