El futuro de El Salvador es retador. Hay expectación por la recesión de la economía norteamericana. Además de los efectos contrarios de una posible desaceleración en el flujo de remesas, la incertidumbre que está generando el clima electoral salvadoreño puede también perturbar la actuación de agentes económicos en el país. De contraerse la demanda y al aproximarse las elecciones 2009, se intensificará la búsqueda de consumidores y votantes. Es decir, los salvadoreños serán asediados por publicidad y propaganda en los próximos meses.
Mientras eso sucede aquí, numerosos países adoptan las medidas requeridas para que su desarrollo sea sostenible. El Salvador está un paso atrás: no tiene proyecto de país y la polarización política-ideológica dificulta la toma de decisiones de interés nacional. Semejante conducta restringe las oportunidades de participar en el mercado mundial. A escala internacional, nadie espera a nadie. La competencia es implacable. El tiempo apremia.
Contrariamente, el país tiene un proceso político adverso. La coyuntura electoral es infranqueable. Los partidos políticos están concentrados en la lucha por el poder y siguen postergando el entendimiento para superar los obstáculos y retos que enfrenta El Salvador: inseguridad ciudadana, vulnerabilidad ambiental, falta de trabajo decente, debilidad tecnológica, rezago en energía renovable, exclusión social y desintegración familiar.
De seguir el actual curso político-partidario, el país será acechado por la especulación, desconfianza e incertidumbre. Es decir, El Salvador está sumergido en una dinámica interna que le está quitando valiosos recursos y tiempos para invertir en desarrollo humano, aumentar la productividad y promover la cooperación público-privada.
La peculiaridad del panorama salvadoreño es que las elecciones son como una “nube negra” en el horizonte, cuando debería ser todo lo contrario. El sistema político debería darle certeza a los sectores sociales y económicos, y esperanza a los jóvenes, mujeres y adultos mayores.
Hay signos de cambio. Pero son señales cualitativamente diferentes a las que los partidos políticos transmiten con frecuencia. ¿Cuáles son esas demostraciones? (1) el triunfo de miles de compatriotas en el norte revela, entre otras cosas, que los salvadoreños progresan al tener acceso al mercado; (2) la solidaridad de numerosos coterráneos con sus seres queridos y lugares de origen; y (3) la preferencia de miles de jóvenes por aprender e involucrarse en actividades que den resultados tangibles y beneficiosos.
Estas transformaciones socioculturales están cambiando las actitudes de los salvadoreños. Ello se aprecia al comparar las expectativas de los compatriotas que viven en el país con las de los que viven afuera. Las distintas formas de pensar de millones de conciudadanos han producido un “coctel salvadoreño”, el cual es una mezcla de al menos cinco segmentos poblacionales.
Uno, coterráneos que añoran el pasado y que su mente se quedó atrapada en la “guerra fría”. Dos, salvadoreños que viven el presente y que su lucha por sobrevivir les impide ver más allá de su realidad diaria. Tres, jóvenes con poco sentido de pertenencia y que su futuro lo enlazan con emigrar al norte. Cuatro, adultos mayores que ven deteriorada su calidad de vida por no estar asegurados o por depender de pensiones desvaloradas. Cinco, personas dedicadas a su negocio o trabajo que ignoran a los segmentos antes mencionados.
Conclusión: Conviene que los tomadores de decisión se “pongan anteojos” para leer el país. Por su parte, los líderes políticos deberían conocer mejor quiénes, cuántos, cómo y dónde viven los salvadoreños. En pocas palabras, para resolver el acertijo salvadoreño hay que poner los pies en la tierra.
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