“Reinos de libertad”

Un muro se construyó en Berlín para detener la salida de la gente hacia “el reino de la libertad”. Era una obra menor comparada con la que hoy se levanta en la frontera de los Estados Unidos para impedir que miles de mujeres, hombres y jóvenes entren al “reino de la libertad”.

Roberto Turcios/Columnista de LA PRENSA GRÁFICA
roberto.turciosh@gmail.com

Tanta agua enrojecida ha corrido por los ríos que no existen razones para pensar que los muros de hoy tienen, en el fondo, significados diferentes a los del siglo pasado. Unos y otros, los de ayer y los de hoy, son en definitiva barreras construidas para impedir la libre movilidad de la gente. De esto último pueden dar testimonios miles de personas cada año, las mismas que tratan de emplearse en los Estados Unidos para sostener a sus familias.

A veces, las nociones de los “reinos de la libertad”, que se plasman en obras físicas, son verdaderos engendros de la desmesura del poder. Sirven, a menudo, para darle tranquilidad a las obsesiones dominantes y, de paso, para detener la realidad que se forma en la vida cotidiana, donde las carencias tienden a producir esperanzas que traspasan fronteras y limitaciones. La historia salvadoreña muestra una tendencia migratoria sólida; durante el siglo pasado, el destino favorito fue, primero, la vecina Honduras y, después, Estados Unidos. Sin embargo, una gran muralla se está levantando contra esas energías emprendedoras.

A la barrera física, al producto de la ingeniería moderna, se suma en Estados Unidos una mole mayor, formada por obsesiones, ideas perversas y afanes persecutorios contra una población de varios millones de personas.

Esa mole se niega a ver la realidad imperante en la agricultura, la construcción y los servicios, donde se contrata a la población que no tiene papeles legales, porque constituye la oferta ante la demanda de un mercado de trabajo que es tan real, y legítimo, como los debates fogosos de los aspirantes a las candidaturas en los partidos republicano y demócrata.

Pero el mundo de la ley y la política tiende a despreciar las aspiraciones emprendedoras de la gente migrante, prefiriendo la xenofobia de los descendientes de quienes fueron migrantes en el pasado.

No solo allá, en el primer mundo del desarrollo, existen los afanes de expulsión. También en un país de emigrantes por excelencia, como el nuestro, se hacen deportaciones. El estilo de aquí, según las informaciones, es parecido al de allá. Dice una noticia publicada en febrero en este periódico: “Todos eran sacados de donde los encontraran y sin mayores preámbulos los subían a pick up para llevarlos a la frontera”. Uno de los deportados hizo un comentario revelador: “Ahora no sabemos qué pasa, por qué estamos perdiendo el día de trabajo, tengo seis años de residir aquí”. De donde salen centenares cada día para atravesar tres fronteras, con el propósito de trabajar, se expulsa a los nicaragüenses y hondureños que llegan a trabajar. Es la imagen de un “reino” al revés.

Si las nociones de “reinos de la libertad”, la construcción de muros y la expulsión de extranjeros, trabajadores y decentes, crecen con las calenturas fomentadas por las visiones distorsionadas de la sociedad, qué podrá decirse de países como El Salvador, donde no hay muros, pero se deporta igual, con procedimientos parecidos a los del primer mundo.

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