Cada vez que sonaba el celular me angustiaba. Pero no podía evitarlo; mi hermano mayor estaba hospitalizado en el ISSS con una enfermedad terminal y era el medio más idóneo para estar informado. La triste noticia llegó, pero no desde el hospital general, sino de una institución de caridad, porque unos días antes él había tenido que dejar aquel nosocomio para darles espacio a otros pacientes que tenían una mayor oportunidad.
Exactamente dos años después me encuentro, como toda la familia, en la misma situación. Hoy es mi hermana mayor la que está hospitalizada y aunque todavía en su caso conservamos la fe, no solo el teléfono sino también la distancia y las condiciones generales en que se encuentra aumentan nuestra pesadumbre. Ciertamente Santa Ana está cerca y no nos podemos quejar de las atenciones que recibe; aun así, la carga emocional es intensa.
Al principio pensábamos que su recuperación sería rápida, aunque la misma cantidad de pacientes que estaban siendo atendidos cuando Celita ingresó, ya nos sugería que debíamos tener mucha paciencia. De esto me percaté personalmente el primer día que la visité y le rogué a un joven galeno para que alguien la atendiera porque un catéter se le había desconectado accidentalmente. Al instruir a la enfermera que atendía la sala, la atareada señora solo respondió: “En un momento doctor, ahorita estoy haciendo milagros”.
Pasaron los días y su cuadro empeoró, al punto que los médicos que la atendían recomendaron pasarla a cuidados intensivos; infortunadamente después de una semana no se había podido liberar un espacio para que fuera tratada de acuerdo con su estado de salud. Entonces sugirieron su traslado a San Salvador, pero aquí tampoco el ISSS tenía un lugar disponible. La capacidad de los servicios obviamente había sido sobrepasada.
Ambos casos tienen algo en común: falta de recursos. Este tema no me era ajeno ya en el momento en que mi hermano fue atendido en el ISSS. Entre 1992 y 1994 fui miembro de su Consejo Directivo, cargo al que renuncié cuando sentí que no estaba contribuyendo a cumplir el compromiso adquirido entre el presidente Cristiani y el Comité Ejecutivo de la ANEP de impulsar una transformación sustantiva de la institución; la resistencia al cambio era descomunal. Años después integré la Comisión Nacional de Salud nombrada por el presidente Calderón Sol para la reforma integral de todo el sector, pero el arduo trabajo de dos años tampoco fructificó.
El problema de la salud es tan complejo que debemos tratarlo con visión compartida, o sea con perspectiva de país. El Salvador es de los países en América Latina que menos invierten en salud, lo mismo que en educación y eso es grave. Lo peor es que las finanzas públicas tampoco están saludables y la empresa privada no está en su mejor momento para facilitar la tarea. Sin embargo, recientemente se ha conocido la decisión de incorporar al sector informal al régimen de salud del ISSS. Esto es loable y necesario, pero ¿está preparada la institución para asumir esta nueva responsabilidad? La pregunta es válida, porque no quisiéramos pensar que esa iniciativa también tiene un trasfondo político-electoral.
El problema del ISSS se magnifica porque hoy la clase media busca más sus servicios. La situación económica imperante la obliga a ello; contrario a lo que ocurría antes, cuando podía prescindir de la seguridad social, haciendo indirectamente un aporte neto al sistema en beneficio de los más necesitados. Como familia, también vivimos esta situación, porque los servicios privados resultan excesivamente onerosos. Cómo harán entonces los verdaderos pobres, nos preguntamos.
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P. D. Cuando cerraba este comentario me llamó mi cuñado informándome que mi hermana ya estaba en cuidados intensivos. Qué ironía, era la mejor noticia del día.
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