LA NEGATIVIDAD ESTÁ EN CRISIS

fondogalindo

Da la impresión, y es una impresión que viene respaldada por señales concretas, que los malos augurios no están en su mejor momento, y debemos congratularnos de que así sea. Dos muestras podemos traer a cuenta, entre otras muchas: la disolución del catastrofismo de campaña inmediatamente después de las elecciones presidenciales salvadoreñas del 15 de marzo, y el aura de buen entendimiento resultante de la V Cumbre de las Américas, cuando se había venido anunciando un nuevo petardeo durante la misma. Es claro que las señales son solo eso: señales; pero cuando se suman y se repiten es que la realidad misma es la que está enviando señales. Y, al menos desde una visión optimista –no le temo al término, porque si de algo estamos hastiados, asqueados y cabreados es de pesimismo obturador—, eso justamente es lo que pasa en estos días, en el país, en la región y en el mundo.

Si bien hay elementos para sostener un optimismo responsable sobre lo que pasa en la actualidad, tampoco hay que idealizar las cosas, porque eso sería caer en lo irreal. En lo que a nuestro país se refiere, lo más importante es que, luego de la elección del 15 de marzo, no ha habido ninguna detonación, ni de triunfalismo ni de derrotismo, que generan casi siempre euforias o depresiones peligrosas. Ni el FMLN ha convertido su triunfo en estallido de calle ni ARENA ha desviado su derrota hacia la tentación sacrificial. Al menos hasta ahora. Desde luego, el FMLN tendrá que administrar, cuando su gobierno tome posesión, las expectativas acumuladas de su gente, que en buena medida, de seguro, están enmarcadas en el antiguo concepto de que “la revolución” es una inmensa agencia de empleos. En cuanto a ARENA, lo que le toca es hacer un trabajo interno de reconversión real, que por supuesto no se consumará de inmediato, porque la reestructuración prevista para dentro de muy poco tiene todos los visos de ser provisional.

En todo caso, estamos hoy —paradójicamente en la apariencia, pero naturalmente en la realidad— bajo un signo positivo, que, como decíamos, es de inspiración global. Ni la intolerancia ni la violencia tienen hoy la capacidad de imponerse, como lo han hecho hasta no hace mucho. En lo tocante a la violencia, por ejemplo, las expresiones de activismo violento que se dieron durante la campaña está visto que eran hechos aislados: en cuanto se conoció el resultado electoral desapareció toda violencia de filiación política. En lo tocante al “desinfle” de la intolerancia, el mejor ejemplo actual lo está dando el nuevo gobierno estadounidense, que se abre en temas hasta ahora tabúes, como el de Cuba.

Lo que vemos 20 años después del fin de la bipolaridad entre las dos superpotencias que quedaron en el escenario luego de la Segunda Guerra Mundial es una especie de anuncio de una nueva era, que tiene esa característica en formación de la que tanto se habla pero de la que tan poco sabemos todavía: la función global. Y hay que decir que la globalidad opera hacia afuera y hacia adentro. Hacia adentro, en nuestro caso nacional, es la tendencia naciente, inédita hasta ahora, y aún sin forma definida, de asumirnos como un todo. Tal asunción no podría ser negativa, porque es integradora. Y no es casualidad que los adalides de la exclusión, del atrincheramiento, del prejuicio y de la unilateralidad estén hoy de pronto a la defensiva. En unos cuantos meses, semanas o días está cambiando el clima anímico en todas partes. Es el cambio climático benévolo, que no desata tsunamis sino que despierta brisas benéficas.

Pese a la magnitud y complejidad de los problemas actuales –en el país y en el mundo—, el hecho de que la negatividad como motor esté en crisis es revelador de que estamos entrando en una etapa histórica diferente. Lo negativo es resaca; lo positivo es augurio. Parece que en todas partes hay un rechazo creciente a las resacas. Necesitamos aire fresco e inspiraciones distintas. Esto hay que tenerlo presente para comprender el estado anímico de la realidad de nuestros días. De ese estado anímico habrá que partir para reconocer el pasado, dimensionar el presente y visualizar el futuro.

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