El balance legislativo

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Me cuesta creer que en El Salvador experimentaremos un cambio en materia política. No veo signos concretos de que ello será posible. Por el contrario, en los últimos días es fácil observar las resistencias al cambio. Solo basta dirigir la mirada a la Asamblea Legislativa, donde las principales fuerzas políticas se esmeran en demostrar que no tienen la más mínima voluntad para trabajar en favor de los grandes intereses del país.

Todo lo que vemos son intereses partidarios, cínicos e hipócritas, que nos están coartando la posibilidad de tener un país con instituciones que funcionen, con un estado de derecho consolidado y con una sociedad confiada en la capacidad profesional y ética de su clase directiva.

Mañana termina el periodo para el cual fue elegida la actual legislatura. No puedo predecir cuánto se avanzará, como siempre, a última hora. Si se aprobarán las escuchas telefónicas o se terminarán prohibiendo los matrimonios gays. Lo que sí casi puedo asegurar es que las grandes reformas constitucionales –la que convierte la Corte de Cuentas en una Contraloría General de la República y la que divide las funciones del Tribunal Supremo Electoral– no serán aprobadas. Esto significa que lo que prometieron los dos principales partidos políticos en sus recientes programas de gobierno y lo que tanto exigieron, demagógicamente, hoy ni siquiera es objeto de discusión. Las reformas constitucionales verdaderamente importantes tendrán que esperar a lo menos cuatro años, siempre y cuando la próxima legislatura y la que le suceda sean mucho mejores que la actual.

El aún presidente de la Asamblea Legislativa, el pecenista Rubén Orellana, dijo hace un par de días a los medios de comunicación que el balance del trabajo realizado por la actual legislativa es bueno. Como los periodistas se miraron entre ellos, el señor presidente agregó: “Hicimos muchas leyes”.

No se puede medir el trabajo de un órgano del Estado por la cantidad de leyes que hace, sino por la calidad de estas; por las transformaciones que debieran impulsar, por no dejar pendiente las grandes tareas, que ya no pueden seguir siendo debatidas porque se ha hecho hasta la saciedad.

Sin duda nos están mintiendo. No nos están diciendo la verdad. No hay tal cambio. Las frases de buena crianza que emanan a nivel presidencial no se traducen en sus partidos. Seguramente no tendremos las reformas constitucionales y legales que el país requiere, ni un buen fiscal general, ni buenos magistrados de la Corte Suprema de Justicia… ni transparencia, ni honestidad. Así estoy de pesimista. Ojalá esté totalmente equivocado.

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