Pensamiento crítico y propaganda política

Ni en la cima del poder ni en la llanura ciudadana ha habido muchas muestras de genuino pensamiento crítico.

Escrito por Joaquín Samayoa/ Columnista de LA PRENSA GRÁFICA

En el transcurso de las campañas electorales siempre es abundante el flujo de información, resultados de encuestas, mensajes propagandísticos, opiniones, promesas de los candidatos, elogios y agresiones verbales. Lo que no abunda es pensamiento crítico, ecuanimidad, capacidad de ponderar consecuencias positivas y negativas de las opciones que se nos presentan.

Las mentes educadas en el uso de la lógica científica consideran varias hipótesis explicativas de la realidad y no adoptan ninguna de ellas a no ser que tengan evidencias sólidas y suficientes para afirmar que es más coherente y menos contradictoria que todas las demás. Las mentes ideologizadas, en cambio, se atrincheran en una determinada posición y la defienden como verdad absoluta, descartando cualquier evidencia que pueda contradecirla.

Ante el discurso electoral del partido de gobierno, se afirma con frecuencia que al pueblo ya no le pueden dar atol con el dedo, como se lo dan a los tiernitos cuando todavía no pueden procesar alimentos sólidos ni procurarse sus propios nutrientes. Sin embargo, habría que preguntarse si, en verdad, el pueblo ha aprendido a pensar de otro modo o simplemente se ha vuelto aprehensivo frente a ciertos mensajes pero sigue aceptando otros con dispensa de trámite cerebral.

En otras palabras, ¿es realmente crítico el pueblo frente a cualquier ideología o solo frente a la ideología dominante? ¿Mantiene la gente una actitud de sano escepticismo frente a todas las propuestas electorales o aplica selectivamente una aceptación ingenua y un rechazo visceral en consonancia con los dictados de sus prejuicios ideológicos?

En los últimos años, nuestros gobernantes y nuestros legisladores han tomado decisiones sin el beneficio de un debate abierto y desapasionado. Pero lo más preocupante es que, ante las decisiones controversiales, también la gente común y corriente suele analizar las cosas con una perspectiva extremadamente limitada. Ni en la cima del poder ni en la llanura ciudadana ha habido muchas muestras de genuino pensamiento crítico.

Mientras unos concebían el TLC como la panacea para el desarrollo económico, sin detenerse a pensar en sus consecuencias indeseables ni en lo que debía hacerse para sacarle provecho; otros lo rechazaban, sin reconocer las posibilidades que ofrecía. Mientras unos abusaban del endeudamiento externo y de los subsidios; otros bloqueaban de manera intransigente ese tipo de recursos, más interesados en estorbar la gestión gubernamental que en buscar las mejores soluciones para el país. Mientras unos veían solo bondades en la dolarización, otros la objetaban haciéndola parecer como la única o principal causa del encarecimiento de la vida.

En todos esos y en muchos otros casos, podrían haberse tomado mejores decisiones si todos los implicados tuvieran mayor capacidad y mejor disposición para encontrar el error en sus verdades, si pensáramos más con la cabeza y menos con el hígado, si no hubiera tanta prepotencia ideológica, tanto egocentrismo, tanta agresividad.

En lo que resta de la campaña electoral, en la nueva legislatura, en los nuevos gobiernos municipales y en el nuevo gobierno central, algunas de esas decisiones serán sometidas a revisión. Hay además sobre la mesa otros temas sumamente delicados, de cuya resolución dependerá, para bien o para mal, el desarrollo económico, la estabilidad política y la armonía social de nuestro país.

La política monetaria en tiempos de crisis financiera global debe construirse a partir de un análisis muy objetivo de las consecuencias deseables e indeseables de cada una de las opciones. El modelo de administración portuaria debe convenirse atendiendo a la experiencia y a las recomendaciones de los que realmente entienden de esas cosas. Antes de adentrarnos en el campo minado de las culpabilidades por crímenes de guerra, tendremos que sopesar muy detenidamente las probables consecuencias negativas de revolver toda esa inmundicia.

Mucho cuidado debemos tener también al emitir juicios que socavan la legitimidad de nuestras instituciones. El TSE, por ejemplo, tiene errores de diseño y ha tomado decisiones discutibles, pero ha conducido satisfactoriamente los procesos electorales por más de 15 años. Es necesario vigilar sus actuaciones y enmendar sus errores, pero es extremadamente peligroso poner en entredicho injustificadamente su credibilidad.

Frente a las opciones electorales, hay que preguntarse si podrá cambiar al país un partido que no ha querido cambiarse a sí mismo, y si el otro partido podrá realizar ahora lo que no ha hecho en veinte años.

Este no es tiempo para agitar banderitas ni para recitar consignas. Es tiempo para pensar con cabeza fría y actitud cooperativa, sin otra lealtad que la que debemos a la patria, a nuestras familias y a las nuevas generaciones de salvadoreños.

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